* La autenticidad que demuestra Bonhoeffer, abandonando los Estados Unidos de América, donde se encontraba, para regresar a su patria, Alemania, en medio de la Segunda Guerra Mundial, es una de las características no sólo de su vida sino también de su teología, en la que se vinculan estrechamente el pensamiento y la vida. En su teología se respira un compromiso hasta el final, que había aprendido en su propio hogar familiar. De la confrontación de la sociología con el dogma, intentará sacar las consecuencias para comprender mejor el sentido de la Iglesia, comunión e institución: una mirada exclusivamente empírica puede hacernos olvidar el alcance de la comunión de los santos; identificar la Iglesia con el Reino de Dios, nos puede llevar a ignorar que ella es una comunidad de pecadores. El camino del amor es el remedio para superar esta fractura.
* Madurando en su propia experiencia de fe (luterana), acepta que la Iglesia debe cambiar en medio de un mundo que se transforma sin parar. Obediente al Espíritu, también ella debe evolucionar. El cristiano se incorpora a ella por su fe, con la esperanza de que una reforma definitiva sólo se alcanzará en la eternidad. Su teología está marcada por la preocupación de lo concreto, donde se encuentran el acontecimiento histórico y la institución, la metafísica y la acción. También la doctrina necesita convertirse en fuente de renovación personal, en compromiso existencial. La especulación (filosófica) en la teología, sin ser mala, necesita concretarse en un compromiso de acción.
* Ya en prisión, Bonhoeffer reflexiona y toma conciencia de que el mundo se ha emancipado de la Iglesia, de que el mensaje cristiano –en su formulación puramente religiosa- ya no dice nada al hombre de nuestro tiempo. Replegada sobre sí misma, la Iglesia corre el peligro de perder al hombre y al mundo en el que este hombre vive. Es necesario, escribe, un “cristianismo sin religión”, una fe que se manifieste en la vida corriente, no como refugio evasivo para una búsqueda de salvación, sino como empeño en el que se encuentra el hombre del mundo con Dios.
* Una opinión así no está libre de lo que se ha denominado “la herejía del horizontalismo”. Pero en el fondo, piensa él, es que la visión religiosa del mundo, propia de otro momento histórico, ya no es la de nuestra situación actual en occidente. El hombre se explica sin necesidad de Dios; éste se ha convertido en una hipótesis innecesaria. En este contexto, Bohoeffer rechaza el recurso a la antigua apologética en defensa de la religión, pero sin abandonar su pretensión pastoral de hablar de Dios al hombre secularizado de la sociedad. Si el evangelio tiene algo que aportar al hombre de hoy no puede ser desde los límites pietistas de la religión, sino iluminando sus decisiones profanas para ser asumidas con responsabilidad.
* El acento recae ahora no sobre una gracia angelical, o sobre la conservación y defensa de la Iglesia como institución, sino sobre el compromiso cotidiano de nuestra acción a favor de los demás. El medio en que se vive la fe es la propia mundanidad; el sentido del evangelio es ser para los demás. Precisamente aquí reside la garantía de la supervivencia para la Iglesia comunión: ser para los otros es, en el fondo, una respuesta a Cristo en la fe. Una religión de la necesidad subjetiva es sustituida por una fe que, obligatoriamente, se transforma en el compromiso de la acción. No se trata de disminuir el significado del mundo ni la autonomía del hombre, para engrandecer el poder de Dios; ni mucho menos de reivindicar estructuras eclesiales de un pasado de poder; se trata, en definitiva, de hacerlo presente en medio de los hombres, por el compromiso y la actuación.