* Profesor de la universidad de Siracusa, en Nueva York, publicó en 1960 un libro que sería fundamental para entender esta línea de pensamiento: The Death of God (La muerte de Dios). En él critica la religiosidad de la posguerra y el cristianismo de occidente: se trata de una cultura inmanentista, en la que se busca, por encima de todo, el confort y saciar las necesidades más inmediatas, muestra inconfundible de su profunda secularización. Un hombre emerge, en este contexto, lejos del hombre de la Biblia, entregado por completo al mito del progreso y a la bondad de la evolución.
* Para este pensador, ya desde finales del siglo XIX, la fidelidad al Evangelio se vacía de los motivos auténticamente religiosos para quedarse con cuestiones de índole social, y la concepción del Reino de Dios se mundaniza también. La fe religiosa se identifica con el progreso cultural y la importancia de la ciencia en la sociedad, mientras que el reino de los cielos se identifica con el de la tierra y la autoridad eclesial pierde su fuerza. Es decir, que la trascendencia es reemplazada por la inmanencia, y lo sagrado por lo profano. El problema es que, al hacerse de este mundo, el cristianismo termina por perder, piensa Vahanian, el cielo y el mundo, a la vez.
* Aunque la religiosidad en América y en Europa corren caminos diversos, Vahanian destaca tres fenómenos de relevancia en nuestra época: la disolución del cristianismo en formas de religiosidad popular, su incapacidad para informar la cultura y el mundo intelectual, y su ausencia de las grandes cuestiones de nuestra civilización (política, filosofía, arte, ciencia, etc.). El Dios vivo de la Biblia parece haber muerto en nuestra cultura, y no por un ataque eficaz del ateísmo sino por la debilidad religiosa de los cristianos. En efecto, en nuestros días, el cristianismo es una voz insignificante para la mayoría de los ciudadanos.
* A pesar de todo, Vahanian descubre tras estos síntomas una profunda inquietud y búsqueda de Dios. Pero no es negando este proceso de secularización como se puede recuperar la importancia del Evangelio. En el fondo, el cristianismo acepta la autonomía del mundo y reconoce en su compromiso con el mundo el compromiso con Dios. Se impone revisar, para purificar, el lenguaje antropomórfico acerca de Dios. Se impone actualizar el mismo cristianismo, a pesar de la resistencia de numerosas estructuras suyas ya anquilosadas. Vivimos en un contexto social marcado por el paso de una cultura cristiana a una cultura profana en la que la Iglesia ha perdido su capacidad de hablar a los hombres para ser escuchada. Dios ha muerto para una cultura en la que su voz no tiene nada importante que decir.
* Nuestra cultura es tan insuficientemente cristiana como para ser reconocida como tal y, sin embargo, es al mismo tiempo demasiado cristiana como para ser rechazada absolutamente por el mismo cristianismo. Dios queda reducido a una realidad accesoria. Hemos pasado de un monoteísmo radical a un inmanentismo radical. Paradójicamente, este fenómeno, cuyos amargos frutos recogemos en nuestros días, tiene su raíz última en el propio cristianismo, pues es la fe bíblica la que primero conduce a una autonomía siempre mayor del hombre y del mundo, a través de la desacralización de la naturaleza. Solo que este proceso de secularización ha ido por mal camino y ha desembocado en esta situación de ruptura y oposición.
* Una religiosidad superficial, vacía de su auténtico contenido, parece extenderse por todo el contexto cristiano, a la vez que crecen brotes de reacción fundamentalista, de intransigencia dogmática y de condenación a toda muestra de cultura. En vez de la auténtica fe bíblica se insiste en un moralismo que busca el bienestar psicológico y emocional. El mundo no aparece ya como creación buena de Dios, sino como el resultado eficaz de la acción técnica del hombre. La pérdida de este sentido trascendente lleva a Vahanian a lanzar un grito de inquietud: puede que Dios no sea necesario en nuestro mundo, pero resulta siempre inevitable. Por eso urge una cultura postcristiana, transformada, que sea capaz de renovar la idea de Dios.