*Es la tesis del ateísmo materialista de Marx, fundamentalmente. Hombre dominado por la pasión atea, fue siempre hostil a la religión, y supo hacer suya la tesis del mítico Prometeo: “yo odio todos los dioses”.
*Para Marx la religión es la alienación del hombre. Sigue en la línea de Feuerbach, pero da un paso más: al fin y al cabo, aquél plantea disolver la esencia de la religión en la esencia del género humano, lo cual no deja de ser una abstracción también; ahora Marx se centra en el individuo concreto y real, el que forma parte de una sociedad opresora respecto al pobre trabajador. Por eso, lo primero es la liberación del engaño religioso, pues mientras el individuo permanece en su círculo religioso vive humillado, despreciado, alienado. La religión no es sino resultado de una conciencia invertida del mundo frente a las injusticias y la explotación, sin terminar de oponerse de frente a ellas para transformar la situación real.
*La religión en general, y el cristianismo en particular, es el opio del pueblo pues invita a la pasividad y aplaza la solución a los problemas reales para un más allá ilusorio. La religión es miseria y refleja la verdadera miseria en que permanece el hombre mientras no se libera de ella. La fe en Dios es, en el fondo, una estructura que se deriva de las infraestructuras de explotación del capitalismo: condicionada por intereses económicos y políticos, la Iglesia concilia la justificación de todas las injusticias con el consuelo ilusorio de un más allá. Cuando desaparezca dicha explotación del hombre por el hombre, piensa Marx, ya no habrá más religión.
*Hoy se discute si la crítica a la religión y este ateísmo incluso militante, es esencial al marxismo o no. Lo cierto es que de una visión del hombre definido únicamente por sus relaciones económicas y sociales, no se puede derivar sino la negación de toda realidad trascendente o al menos, su interpretación maliciosa. De una manera sencilla se puede decir que tal postura parte de un materialismo que resulta gratuito, apriórico, pues ni la realidad ni el propio ser humano se dejan reducir, cuando se analizan profundamente, a las dimensiones de la materia. Por otro lado, el ateísmo confesado es más bien una crítica –con mayor o menor fundamento- a la religión, pero no se adentra en serio en el problema filosófico de Dios. Se parte de una visión de la realidad del mundo y de los hombres en la sociedad, y a ella se somete todo lo demás. Pero estas tesis no responden, con rigor, a la cuestión de la existencia o no de Dios.
*Igualmente grave es la reducción de lo humano a meras relaciones socio-económicas, que hace de todas las demás dimensiones o estructuras un producto en manos, y al servicio, de la clase dominante. El deseo de una transformación social, con fuerza liberadora para las clases más desfavorecidas, no se hizo realidad cuando el marxismo alcanzó el poder en algunos lugares del mundo. Y es que esta ideología no aporta, en verdad, respuestas a los problemas vitales y profundos del ser humano: el marxismo se muestra incapaz de ofrecer al individuo concreto una respuesta coherente acerca del sentido de la vida, más allá de cualquier felicidad pasajera. Se puede decir, con tantos pensadores, no menos inteligentes que los representantes del marxismo, que negar a Dios es, a fin de cuentas, hacer violencia a la propia estructura de lo humano.
*Una vez más, la visión de Dios como enemigo y oponente del ser humano y de su plena realización, significa una caricatura externa realizada bien desde la ignorancia, bien desde la mala fe: Dios no sólo no es adversario y enemigo de la libertad del ser humano que ha creado, sino su condición de posibilidad y garante absoluto. Todo lo cual no significa que los creyentes no tengamos que recoger el desafío lanzado por este modo de pensar y cuestionarnos, con modesta sinceridad, si la fe en un Dios trascendente nos empuja –o nos evade- a la renovación incesante de nuestra realidad inmanente. La verdad de la fe en Dios tiene que mostrarse y verificarse en la praxis: creo que esta es la respuesta de los verdaderos cristianos, la de los santos del cielo que trabajaron hasta la muerte por mejorar la vida de los hombres en la tierra.