* Siguiendo con la presentación de estos pensadores (y no me detendré ya sino en un par más) nos acercamos hoy a un seglar inglés, profesor en Birmingham y autor del libro Culture and Theology (Cultura y teología) distingue tres corrientes de pensamiento dentro del cristianismo actual: el secularismo, como actitud que pone el acento en el compromiso personal, consciente y adulto del individuo en medio del mundo y en una reinterpretación del evangelio a partir de esquemas filosóficos modernos; el modernismo o modernización, con un peculiar sentido de la comunidad humana y de la historia, como el contexto necesario en que se ha de desarrollar toda reforma y el progreso; y el enfoque propio de Wicker denominado radicalismo cristiano: del primero toma la importancia del compromiso individual, mientras que del segundo asume el acento sobre la tradición y la comunidad histórica.
* El teólogo necesita, ciertamente, un marco filosófico, pero este no puede ser ni el de la antigüedad ni tampoco el del secularismo empirista. Como guías de su orientación ha elegido a Merleau-Ponty, a Marx y a Wittgenstein, y con ellos pretende reflexionar sobre la presencia del hombre en medio del mundo, así como sobre su experiencia social. En la literatura encuentra un instrumento que pone a su servicio toda la fuerza de aquella experiencia, ahora imaginaria. Si la Iglesia quiere hablar al hombre de hoy ha de proporcionarle una visión capaz de unificar su experiencia vital.
* Pero el hecho es que no es capaz. Su institucionalización no está en el centro de la vida social del hombre. Por eso se impone una reforma radical y un examen crítico de aquella. Las aportaciones y sugerencias de Wicker avanzan en torno a dos problemas fundamentales: la naturaleza real de la Iglesia y su relación con el mundo contemporáneo. Nuestro mundo, ya profano, se halla totalmente impregnado de la medida humana y se impone encontrar una respuesta a los problemas reales de esta nueva situación. ¿Es el ateísmo el camino?, ¿o lo será una vuelta, sin más, a los valores antiguos del cristianismo?
* Su pretensión de secularizar el cristianismo, como la de los otros autores presentados, responde, en verdad, al deseo de buscarle una mayor inteligibilidad. Que el progreso tecnológico actual no se disocie, por completo, del progreso moral; que el individualismo no termine por olvidar el peso de la comunidad; que la libertad se ponga al servicio de la sociedad. En fin, que el cristianismo recupere su capacidad para hablar y aportar un verdadero significado al hombre actual.
* La Iglesia, piensa el autor, debe incorporarse como comunidad a la vida social. No podrá hacerlo desde arriba, ni separada del mundo para salvaguardar una salud no contaminada, sino desde dentro, como un compañero comprometido en el interior del mismo mundo. No es el momento de doctrinas impuestas ni autoridades jerárquicamente organizadas, sino de una investigación compartida que atañe al grupo social entero. No es el momento de retomar planteamientos caducos y obsoletos, propios de una filosofía cristiana inmovilizada por el peso de su tradición. Ahora el interés se dirige a descubrir la dimensión comunitaria de un cristiano comprometido con el hombre y con su mundo, en la sociedad.
* La actualidad de estos planteamientos se constata apenas dialogamos con el hombre de hoy. Su peligro y dificultad, no obstante, convendrá juzgarla a la luz de la fidelidad al Magisterio eclesial.