* No son pocas las consecuencias que ofrece el cristianismo de cara al compromiso social. La denominada Doctrina Social de la Iglesia es, precisamente, ese conjunto de afirmaciones católicas que iluminan, desde la fe y la tradición eclesial, las realidades complejas de la vida del hombre en la sociedad. No es un sistema ideológico más, con el objetivo de organizar las relaciones económicas, políticas o sociales, sino una elaboración teológica y pastoral. Su finalidad es, más bien, interpretar esas realidades en su relación de conformidad o diferencia con lo que el Evangelio nos enseña acerca del hombre y de su vocación trascendente a la santidad para poder, de ese modo, orientar su conducta según el modelo cristiano.
* Este rico conjunto doctrinal se sitúa en el lugar donde se encuentran la vida del creyente y su conciencia cristiana con las diversas situaciones del mundo en que vive y trabaja, y se manifiesta en los numerosos esfuerzos de los individuos y las instituciones por llevarlo a la práctica y hacerlo realidad. Con esta doctrina la Iglesia se preocupa de la vida humana en su totalidad, consciente de que las múltiples relaciones que se dan en la sociedad dependen, en el fondo, del cuidado integral de cada persona.
* De no usar bien dicho concepto se puede dar la impresión de que la Iglesia profesa y defiende una determinada ideología política o económica. Por eso algunos prefieren hablar de ética social cristiana o de enseñanza social de la Iglesia, a fin de evitar la impresión de una imposición dogmática y cerrada. Lo que importa es el contenido, más que la denominación. Se trata de “evangelizar” (transfigurar) la vida en común y su expresión en las estructuras sociales en las que se encarna. En la vida social el cristiano no puede prescindir de su condición creyente, lo que no significa que deba imponerla a los demás.
* Un principio social, a diferencia de un axioma matemático, es un juicio de valor que se topa continuamente con lo limitado y ambiguo de las acciones humanas. Puede que su pretensión sea la de lograr una validez universal y su objetivo el de engendrar reglas generales de conducta. Pero no estamos ante un razonamiento matemático y, por eso, la regla que rige el comportamiento humano tiene más que ver con la sabiduría y la prudencia, es decir, con una virtud que progresa dentro de sus posibilidades reales.
* La enseñanza social de la Iglesia mira a un reparto más justo de la propiedad, de manera que todos puedan disfrutar de los beneficios creados. Toda acción económica, social y política, debe regularse de acuerdo con el bien común. De esta finalidad común de los bienes de la tierra se desprende la obligación de mejorar el reparto de las riquezas, siguiendo un ideal de justicia y fraternidad. Las riquezas de la tierra –materiales y económicas, culturales y espirituales- pertenecen a los hombres, esto es, que el conjunto de los bienes creados está destinado al conjunto de la humanidad.
* Pero el modo de hacerlo realidad requiere, ciertamente, una reglamentación de la propiedad, de modo que junto a esa esfera de la propiedad colectiva se encuentre siempre garantizada la esfera de la propiedad privada. Si el hombre no puede considerar como propia, como suya, determinada realidad individual o familiar, le resultará difícil o casi imposible desempeñar su labor en el mundo en el que vive, no sólo pensando en mejorar el presente, sino incluso asegurando el futuro. Este sujeto corporal, que somos cada uno de nosotros, ha de disponer libremente de ciertas cosas, de ciertos bienes, a fin de poder lograr su plena realización personal. El Estado y las instituciones deben salvar y promover también este derecho natural a la propiedad privada, que no es ni mucho menos una agresión ilegítima al destino social, sino una realidad complementaria.
* También la Doctrina Social de la Iglesia ilumina la concepción del derecho, como ese instrumento que regula las diversas formas de convivencia social. Para que el derecho no sea simplemente la expresión positiva de la voluntad del legislador, debe estar en armonía con las exigencias y principios del “derecho natural” y con el bien común. En tanto que elemento del universo cultural de los pueblos, el derecho existe para el servicio de los hombres, para asegurarles las condiciones necesarias en las que puedan ejercer su libertad. Solo en profundo acuerdo con la naturaleza y dignidad de la persona cumple el derecho su misión correctamente.
* Digamos, por último, que la fe es siempre un acicate para que el creyente se convierta en ejemplo de conducta social, por su compromiso con la solidaridad y la justicia en la sociedad en la que vive. En efecto, la reconstrucción moral de nuestro entorno social reclama el esfuerzo de todos, y los creyentes ni pueden excusarse, ni pueden ser marginados de esta tarea universal. En una sociedad democrática, como la nuestra, los cristianos tienen el mismo derecho y las mismas obligaciones que los demás, a fin de conseguir los mejores objetivos colectivos.