* La expresión pertenece al Catecismo de la Iglesia Católica (otra vez recomiendo su lectura atenta y profunda). En efecto, afirma el texto en su número 94: “Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la inteligencia tanto de las realidades como de las palabras del depósito de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia”. La enseñanza magisterial de la Iglesia, ejerciendo su misión docente con la autoridad recibida del mismo Cristo Salvador, define ciertas verdades –que, o bien se contienen en aquél depósito de la Revelación, o bien se vinculan con las que allí se encuentran- para ser creídas de una manera irrevocable (ya hablábamos la vez anterior de los dogmas).
* Pero los mismos fieles han recibido la gracia del Espíritu, que en ellos habita y obra, y por la cual son instruidos y guiados a la verdad plena, como anuncia Jesús en su promesa del divino Defensor. Este sensus fidei constituye una sobrenatural iluminación del corazón, en virtud de la cual la comunidad del pueblo creyente manifiesta su conocimiento y adhesión a determinadas verdades de la fe y de la moral cristianas. A este respecto afirma el Concilio Vaticano II: “La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo, no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres” (LG, 12). Con palabras sencillas podemos decir que el sensus fidei hace alusión a lo que se ha creído siempre y por todos.
* Este sentido religioso, insuflado y alentado por el fuego del Espíritu, implica ciertamente una adhesión indefectible y confiada a la verdad de Dios (aunque no necesariamente refleja). Pero todavía más: es por esa convicción que los fieles la profundizan con un juicio certero, y tratan incansablemente de aplicar esa verdad en su vida de cada día. Se trata de una especie de familiaridad con la verdad de Dios y de participación en la vida teologal que precede y acompaña, que orienta y configura la vida entera, hasta en sus últimas consecuencias. Asistidos por la gracia del Espíritu es como pueden los creyentes avanzar en la inteligencia, tanto de la realidad de la fe, como de su formulación. El Catecismo nos presenta, en este sentido, tres caminos bien concretos (n. 94):
* La contemplación y el estudio del contenido de la fe, acompañados de ese “repaso” en el corazón que significa la meditación fervorosa, la vida de oración, pero que no necesariamente atañe en exclusiva a los que se dedican de manera explícita a la investigación teológica, si bien encuentra en ésta una profundización mayor que repercutirá, sin duda, en el bien de todos los demás.
* La reiterada lectura acrecienta, según la tradición de los santos, la comprensión de las divinas palabras. Urge acercarse a los textos sagrados y conocer más la Escritura para hacer de ella el alimento fundamental de nuestra condición de fiel. La en otro tiempo tan valorada lectura espiritual reclama un lugar central en la vida de la comunidad creyente, en la predicación y en la formación de los pastores, pues constituye el medio esencial para el diálogo religioso con Dios. ¡Qué importante resulta, pues, dejar que la Sagrada Escritura alumbre nuestro entendimiento, confirme nuestra voluntad y encienda nuestro corazón en el amor a Dios y a los hermanos!
* También la pronunciación del Magisterio eclesial deviene un cauce irrenunciable por el que se nos comunica la verdad: en la fidelidad de la sucesión apostólica se encuentra una garantía para su correcta interpretación, y en nuestra aceptación piadosa la condición indispensable para su provechosa intelección. Si bien es sobre el Magisterio que recae la misión de interpretar la palabra divina, su tarea no se sitúa por encima de ella, sino como un servicio fiel y celosamente cumplido.
* Así pues, la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio, cada uno según su propia naturaleza, constituyen el camino de la divina comunicación y el alimento de nuestra creyente adhesión a la Revelación, contribuyendo eficazmente a la salvación de las almas (DV 10).