*En efecto, no vale con desautorizar sin más las posturas de quienes niegan o ridiculizan la fe en Dios. Al dinamismo intrínseco de la propia fe corresponde buscar razones y motivos para que su adhesión sea lo más personal posible. La acción de la gracia “hará el resto”, podemos decir, pero en ningún caso exime al creyente de su disposición interior. Cuando el cristiano entra en la iglesia, decía con cierto humor Chesterton, se quita el sombrero, pero no la cabeza.
* El papel de la ciencia, y el mito del progreso deben ser valorados desde la luz que ofrece la Revelación, de tal modo que ni la religión se extralimite de su ámbito de creencia, ni la propia ciencia haga lo propio al rebasar su campo de la experiencia. Estamos llamados a redescubrir los puntos de encuentro y de diálogo entre la fe y la razón, sabiendo de su mutuo enriquecimiento, pero sin dejar de subrayar, por ello, su respectiva peculiaridad.
*La preocupación social, solidaria, hace del dogma del cielo un enemigo a eliminar. Lo que cuenta es la lucha contra lo absurdo del sufrimiento, del hambre, la injusticia o la desigualdad. Y en esto la religión, sostienen muchos, o no tiene nada que decir o tiene mucho que callar, al haber originado, o al menos contribuido, numerosas situaciones de conflicto o desequilibrio ambiental. El problema suena más o menos así: ¿Significa algo la fe cristiana en la experiencia o la comprensión de sí, que intenta el hombre de nuestra época actual, sociedad de la industria y de la técnica? Se trata de cómo armonizar la creencia cristiana en su totalidad y las experiencias más diversas del hombre actual, sin pretender un evangelio puro, libre del soporte institucional ni, por otra parte, refugiarse en una estructura hermética, marginal y desatenta a los problemas reales de la vida.
*El ateísmo actual pone, cuando del mal se trata, al cristianismo en la tesitura de tener que dar una respuesta que satisfaga su mentalidad, ahora ilustrada y madurada por el poso de la ciencia. El hombre de hoy da la espalda a un Dios que no hace nada ante la muerte de un niño pobre e inocente. A los creyentes corresponde ofrecer el testimonio de una palabra esperanzada y, sobre todo, de una vida comprometida que, aunque no disipa la niebla del misterio del dolor, sí al menos esclarece su sentido humanizador.
*Es frecuente que el ateo lamente el escándalo de no pocos cristianos que dicen y enseñan una cosa pero viven otra bien distinta. Si ataca la presentación de la religión que muchos cristianos hacen, es porque estos mismos han convertido su condición en un juego de términos vacíos, en un moralismo ritualista sin fundamento racional, en una condición heredada pero no asumida en primera persona. En este sentido, el examen de conciencia y la posterior confesión pública que estamos viendo en los últimos Pontífices, sin tapujos ni paliativos pero con esperanza confiada, puede ayudar a asumir las deficiencias en humildad, así como debe acentuar la urgencia de un compromiso inaplazable, testimonio de una novedad de vida radical. En lugar de añorar un triunfalismo trasnochado, nuestro esfuerzo pasa por ese trabajo humilde y serio que hace de la fe un acicate a favor de la liberación integral del ser humano.
*El cristianismo no puede refugiarse en la desautorización simplona o en la desconfianza, ni volver la espalda a todo lo que las diversas posturas ateas conllevan. Una mirada más alta implica descubrir, en toda crítica recibida, una magnífica ocasión para dar contenido a la fe que se profesa, enseñar a comprender a Dios en su providencia en el mundo, mostrar con la vida el genuino rostro de un Dios padre amoroso. No son pocos los cristianos que han matado a Dios, sacándolo de su propia vida cotidiana y laboral, de los ámbitos de la vida pública y de numerosas ocasiones privadas; no es infrecuente la reducción de la fe sobrenatural, auténtico anuncio de redención, a un mero comportamiento humano y social; se ha naturalizado lo que es sobrenatural. Se reivindica el papel de la iglesia y la educación cristiana, pero no por su oferta de gracia y redención, sino únicamente por sus consecuencias en el ámbito social y cultural. Todo lo cual termina por velar el auténtico rostro de Dios e impedir el personal encuentro con el Cristo salvador. El compromiso con Dios debe ir acompañado del compromiso con el mundo, no para mundanizar la fe sino para transfigurar el mundo. No se trata de secularizarse sino de renovar, purificando; no de separar u oponer, sino de conjugar y reunir aquellos aspectos que responden al mismo y único diseño de salvación. La verdadera catolicidad del cristianismo necesita ser repensada de nuevo.