* Como señala Maurice Zundel (Recherche du Dieu inconnu), más que un problema escolar, más que una simple tentativa de explicación respecto a los orígenes del mundo, el descubrimiento de lo divino responde a la conciencia profunda del movimiento propio de la vida del hombre. Más allá de ella misma, el dinamismo existencial remonta las experiencias vitales del hombre hacia cimas antes insospechadas, hacia la intuición de una presencia personal de un Otro mayor, luz envolvente y misteriosa que ilumina y transforma toda la realidad (también la personal).
* La sospecha balbuciente del espíritu, trascendencia de la materia opaca, pone al hombre en la órbita del que es Espíritu, sin composición alguna. También aquí nuestro lenguaje, carne de la idea, se dilata abriendo su pequeño alcance gramatical y, en tanto que símbolo, nos permite sugerir aquella realidad que sólo el espíritu sabe y puede vivir en profundidad. “Si llamamos a Dios Espíritu –escribe el citado Zundel- es para sugerir con la palabra más noble ese encuentro más alto que podemos hacer en el silencio del alma”. Es merced a la analogía como podemos acercarnos a la afirmación de Dios, sin temor a la inutilidad de cuanto podemos decir, y sin la vana pretensión de imaginar que cuanto pronunciamos es exacto correlato de la realidad sagrada.
* Esta realidad sagrada, con rasgos más o menos de un ser personal, ha revestido desde siempre otros rasgos característicos, que han atraído el sentimiento religioso y la piedad de todos los pueblos en todas las épocas y culturas de la tierra. Es una constante de toda religión la conciencia de encontrarse, en presencia de lo sagrado, ante una realidad anterior (incluso eterna) y, por supuesto, infinitamente más perfecta (en cuanto al peso de su ser); un Dios que de alguna manera conoce y ama, distinto del mundo y de nosotros mismos, y del cual procede tanto el mundo como nosotros.
* El desarrollo de la persona, en su dimensión espiritual, encuentra en la Belleza –tanto como en la Bondad- una de las manifestaciones más singulares que comunican algo de la esencia de Dios. La Belleza, fuerza luminosa y creadora que transfigura toda la realidad que impregna, se nos escapa, nos supera y rehuye nuestro control puramente material, mas en su huida rapta nuestro espíritu contemplativo hacia la intuición de Dios; trasunto de valores infinitos, anticipa la gloria innombrable de Aquel cuyo esplendor no se puede definir.
* Cuando el hombre cede al imperio tiránico de una perspectiva en exceso utilitarista, no viendo, ni en sí mismo ni en todo lo demás, sino el reclamo inmediato para un disfrute temporal, pierde la conciencia simbólica y la capacidad de penetrar la realidad que le otorgaría la posibilidad de vislumbrar el rostro de Dios. Si en nuestra vida no todo es materia, sino que encontramos numerosos signos de la vida espiritual, plenitud desbordante de realidad, tras los mismos podemos descubrir, al mirar con ojos de inocente admiración, la obra creadora del Espíritu de Dios.
* Ni se impone por la fuerza de un interesado dictamen, ni se inventa la presencia de Dios, a fin de paliar las deficiencias humanas más existenciales. Se descubre cada día, cuando el alma se abre a la aventura de lo bello y del amor; se descubre cuando tras la búsqueda insaciable de verdad el humano intelecto sospecha una verdad eterna, referencia absoluta y garantía de nuestro deficiente saber; se descubre cuando la conciencia complaciente asiente a una obra bien hecha o, por el contrario, cuando se arrepiente ante la debilidad y la miseria –responsablemente culpable- de una acción perversa, que separa de la dicha y la bondad, ecos de la dicha y la bondad eternas. Se recibe la idea de Dios, cierto, cuando en la transmisión de una cultura a la nueva generación, también la religión alumbra la manera de vivir y de entender la vida, a nivel del individuo, pero sobre todo de los pueblos, de todo el universo en general.