* Resulta curioso, en medio de los avatares de nuestro mundo, el hecho de que ninguno de sus movimientos o manifestaciones más “convulsivas”, haya podido eliminar del todo la noción de Dios: por más que sean los ateos que se multiplican, muchos son también los que, sin duda, ofrecen el testimonio alegre de su fe en Dios.
* Por otra parte, nadie, medianamente bien formado, puede negar hoy el papel que el cristianismo ha desempeñado, a lo largo de la historia, a favor de la humanidad. Pero sí son muchos, también quienes se dicen ilustrados, los que ponen en duda su función en nuestros días o incluso los que afirman su definitiva caducidad. Cada vez son más los occidentales que aceptan el valor de la religión por su dimensión puramente social: como un vestigio del pasado, constituye a lo sumo un toque pintoresco dentro del panorama cultural de las tradiciones de los pueblos, que no hace demasiado mal.
* El proceso de la desacralización de nuestra sociedad se debe, dice Dondeyne en su libro La fe y el mundo en diálogo, a estos tres acontecimientos de la historia: al Renacimiento, y el pensamiento científico-filosófico que de él se desprende; a la Revolución francesa, y tantas otras manifestaciones de rebelión que supusieron la secularización de la vida política y social; a la unificación de nuestro mundo, que reúne bajo un común sentido de la historia a los diversos pueblos del género humano.
* Pero no todas estas manifestaciones han tenido efectos inmediatamente negativos: del desarrollo de la ciencia se desprende una desmitologización de la teología y la religión; de la secularización de la política se sigue una purificación de los fines esenciales de la Iglesia; un mundo cada vez más próximo y unificado se convierte en un terreno propicio para la siembra del evangelio, así como para la defensa del diálogo ecuménico y la fraternidad.
* Estamos ante una nueva situación, y no podemos vivir de nostalgias estériles del pasado. Las dificultades que salen al paso de nuestra fe se convierten también en ocasión de nuevas posibilidades que desafían nuestra creatividad. La fe en nuestro tiempo ha de ser, si quiere florecer, más personal y viva, más humilde y más audaz, más católica y universal. El diálogo es esencial para la misión de la Iglesia: anunciar el mensaje de Dios al mundo entero, hasta los confines de la tierra. Mientras haya un rincón del mundo donde reine el desconsuelo y la tristeza, la esperanza o el dolor, la búsqueda o el deseo de mejorar; mientras haya un hombre que se fatiga y se pregunta, que se angustia o se compromete, deseando un futuro mejor… habrá un campo en el que arrojar la semilla de Dios.
* ¿Tiene algo que decir el evangelio al hombre de hoy? Mientras el hombre siga siendo lo que es, y mientras el evangelio no adulterado conserve siempre la fuerza de la gracia de Dios, será y seguirá siendo una buena noticia de liberación, una plena manifestación del sentido pleno, del Bien último deseado en el fondo de todo corazón. La Palabra encarnada no encontró sitio en nuestra tierra; tampoco parece haber hoy en nuestros días lugar donde pueda habitar Dios. Y sin embargo, si el hombre es un buscador de la verdad y la justicia, del amor y de la paz, tendrá que reconocer que el fruto de su arduo compromiso no obtiene recompensa satisfactoria. Queda el absurdo… o el sencillo reconocimiento de una plenitud mayor: reconocer, con San Agustín, que hechos para más, nuestra vida encontrará reposo sólo en Dios.
* Desde el punto de vista de la fe, el mensaje cristiano conserva toda su frescura y su actualidad, debido a su carácter divino y sobrenatural: mientras Dios no retire su presencia y fidelidad, el cristianismo será siempre actual, punto de encuentro salvífico para toda la humanidad. También nuestro mundo moderno y tecnificado, también nuestra sociedad hedonista y material tiene necesidad, para seguir viviendo, de un alma espiritual. En las situaciones más límite (sobre todo frente al dolor y la muerte) descubre el hombre la misión reservada a la fe: hacer que no perezca definitivamente, esto es, conducirlo gozosamente a la eternidad.