* Tal vez no resulte una expresión muy académica o elegante, pero sí sumamente gráfica, si digo que “estoy hasta las narices” de tanta gente como me dice ser muy creyente pero… que no es religiosamente practicante (¡como si se pudieran separar dos cosas que van íntimamente unidas!). Intentemos aclarar un poquito, al menos, en qué consiste eso de creer: dada su importancia, dedicaré a ello bastantes entradas en los siguientes números.
* Las numerosas veces que he presentado esta pregunta, a los universitarios a los que intentaba enseñar alguna cuestión en materia de Religión o Filosofía, he obtenido una respuesta que aproxima la cuestión con el enrevesado mundo de los afectos. En efecto, se me ha dicho, la fe es un sentimiento. En el mejor de los casos (todavía muy pobre), se repite una afirmación manida que hace de la fe la mera aceptación de un objeto que no vemos. Pero no se vive, no ya en el ámbito de la experiencia religiosa sino incluso en el de una fe humana, necesaria para la vida, simplemente confiando en lo que no se ve. Se impone revisar el sentido profundo del acto de creer, saliendo de cualquier rutina que nos lleve a repetir lo mantenido o a dar por supuesto lo que otros han pensado.
* Creer no es, ciertamente, saber: el objeto de la fe no goza de la seguridad que alberga nuestra ciencia, sino que se presenta dentro del dominio de las íntimas convicciones, lo cual implica la posibilidad de experimentar la vacilación y la duda. Pero, con todo, la fe y la confianza es algo absolutamente necesario en nuestra vida de cada día, y sin lo cual, aquella sería inviable: nos fiamos de lo que nos enseñan en el colegio, de la autoridad de profesiones cuyo servicio solicitamos habitualmente y cuya capacitación damos por hecho; nos fiamos de la palabra de un amigo o del compromiso laboral de un compañero; y, por supuesto, creemos en todo lo que tiene que ver con nuestro estrecho mundo familiar y sus relaciones, sin buscar más comprobaciones.
* No podríamos vivir sin fiarnos de muchas cosas y, por encima de ello, de muchas personas. Por eso valoramos la franqueza, la sinceridad y la honestidad, la fidelidad o la lealtad, y consideramos como gravemente inmoral la corrupción de tales virtudes humanas. No podemos vivir, pues, en la sociedad sin dar amplia cabida a la fe y la confianza en las otras personas. El amor de los amigos o el de los esposos se apoya, precisamente, en una fe que da crédito al otro, toda vez que incentiva la propia fidelidad. Y aunque el saber y la fe se nos presenten como dominios distintos del conocimiento de las cosas, sin embargo hay entre ambos no pocas conexiones. También en el campo de la ciencia se introducen, con frecuencias, las opciones, las creencias, las hipótesis que tienen por más conveniente determinada cuestión. La creencia es, por lo mismo, una actitud humana que va más lejos de lo puramente religioso.
* A medida que vamos creciendo en nuestra vida, vamos contando con un amplio abanico de valores y recursos, por provisionales que sean, que van modelando nuestro humano existir y el convivir con los demás. La vida social es posible y descansa cuando se aceptan, tal vez sin más, un sinfín de valores que constituyen las reglas del consenso. De este modo, cuando se acepta un determinado valor como una instancia superior que nos obliga, se está haciendo también un acto de fe: la convicción y la intención no pertenecen propiamente al mundo de la ciencia, sino al de la creencia. No es por tanto vergonzoso, indigno o despreciable el acto de la fe, sino, antes bien, un comportamiento esencialmente humano.
* Y si hablamos de comportamiento humano, precisamente la toma de decisiones es uno de ellos. Estamos obligados, permanentemente, a tener que elegir en nuestra vida: decisiones vanas y superfluas se conjugan con alternativas que afectan a la vida entera y a sus problemas más profundos. Pero no contamos, al hacerlo, con una medida exacta de las cosas ni con mecánicas respuestas que nos obligaran a discurrir por nuestro camino. ¡Sería tan fácil! Así transita el tren por su raíl. Nuestra libertad deambula fuera de las líneas de toda seguridad, lejos del alcance de cualquier infalibilidad. También esta experiencia radicalmente humana nos conduce de nuevo al dominio de la confianza y de la fe.
* Dicho todo lo cual, hemos de afirmar sin lugar a dudas que la forma más honda de creer es aquella que se desarrolla en el ámbito religioso, es la que pone en comunicación al hombre con Dios. Y aunque hemos de constatar una crisis que afecta a la conciencia religiosa del hombre moderno, cuestión que hemos apuntado en algún que otro momento, no equivale a sentenciar la muerte de la Religión, máxime cuando descubrimos brotes nuevos y prometedores que presentan la alegría del reencuentro de la fe…