* Con esta expresión, tomada esta vez del jesuita Rousselot, comenta Sesboué otro rasgo de la fe religiosa: en cuanto actitud interior, que pone en movimiento toda la realidad de la persona creyente, no basta con el compromiso de su inteligencia y de la libertad, pues la naturaleza del objeto supera de manera abismal tanto la naturaleza de la adhesión como el contenido de la misma. Son necesarios los argumentos y los motivos que se pueden aportar a nuestra razón, aunque la fe nunca se reducirá a ninguno de ellos. No es la fe el resultado de un silogismo humano, ni la lógica consecuencia de una perfecta argumentación filosófica. La religión cristiana no es, ciertamente, una mera enseñanza, pero sin duda ella se funda sobre una enseñanza, absolutamente original.
* Igual que un policía de mirada penetrante y de sentido agudo es capaz de reconocer, tras los indicios, la identidad del criminal, así el hombre creyente puede entrelazar las pruebas antes de dar su asentimiento a la conclusión y, sin embargo, es la misma conclusión la que ilumina el alcance de aquellas pruebas. Sobre la necesaria disposición interior juega un papel indispensable la recepción de la gracia de Dios.
* Detrás de la experiencia de tantas conversiones de adultos, sabios o menos doctos, se encuentra muchas veces una intuición, el descubrimiento súbito de una verdad sospechada en numerosas ocasiones pero no necesariamente razonada, y cuya manifestación se vive más como una donación gratuita que como el resultado de un esfuerzo largamente prolongado. Detrás de una humilde y sencilla confesión de fe, sobre todo si sucede a largos años de su ausencia, se suelen encontrar vivencias y sucesos en los que el converso tiene la extraordinaria experiencia de ser iluminado, de ser llevado y conducido por Otro mayor, misterio de la pasividad ante una salvación recibida.
* Por eso, aunque sean distintos los parámetros y las medidas, la fe también goza de una claridad, de una certidumbre sorprendente, que para nada amenaza nuestra libertad. Ni se trata de hacer un acto ciego de fe, para después intentar ver, ni tampoco de comprender primero para conseguir después creer. No es la solución el intelectualismo que todo lo hace depender de las conquistas de nuestra razón, pero tampoco lo es un mero voluntarismo ciego (sentimentalismo pragmático) que se rinde ante la injustificada decisión de nuestra voluntad. Cuanto más nos abrimos a la fe, más experimentamos aquella luz superior que nos impide vacilar; y cuanto más somos capaces de discernir la verdad, cuanto más nos entregamos sin mirar atrás, más se alegra nuestra fe de la opción asumida.
* Qué importante resulta, en este sentido, mantener una actitud de apertura y de sencillez, de simpatía y de amor, para ser capaz de ver mejor. Un espíritu dilatado se dispone a recibir siempre más la claridad. La fe, como decían los medievales, busca entender; ella abre los ojos del corazón para una inteligencia más viva cada vez del contenido de la Revelación. El amor nos regala esos nuevos ojos, cuya visión es de un alcance y una penetración mayor. Por el contrario, revestido de odio o resentimiento, de soberbia o de presunción, el hombre se encierra en sus propias ideas, cuando no termina por caer cegado ante las sombras de su propia pequeñez.
* El peso que goza en el acto de fe el ejercicio de nuestra inteligencia responde, por una parte, a que Dios creador, en su oferta gratuita de salvación al hombre, no elimina ni prescinde de cada una de sus facultades, antes bien las purifica y santifica; y si hay alguna de entre todas que define de manera singular al ser humano, esa es precisamente la de buscar la verdad y la luz de las cosas mediante el uso de su entendimiento.
* Una experiencia como la fe religiosa no se puede vivir sino en la libertad más honda del espíritu. Por eso, los llamados dones del Espíritu Santo vienen a perfeccionar lo que de humano tiene el acto de fe, a fin de poder crecer en ella, pero ahora al modo divino. Ni se puede constreñir u obligar al ser humano a vivir una religión contrariando la propia conciencia, ni se le puede impedir secundarla cuando éste es el deseo de su propia voluntad. Es urgente trabajar por defender y extender el respeto a la dignidad de la conciencia humana, a sus derechos y a sus deberes. Lo cual no significa aceptar sin más una postura relativista, ni equiparar todas las religiones como si su verdad fuera la misma.