* El maravilloso desarrollo de la ciencia y de sus aplicaciones técnicas variadas y prodigiosas es uno de los acontecimientos más significativos de nuestra época. Junto con el número de estudiosos dedicados a esta asombrosa labor, crece su misma autoridad y prestigio. Parece como si no existiese hoy en día ninguna cuestión velada o inaccesible a la investigación científica. En efecto, lo que el hombre moderno espera de ella es que resuelva sus preguntas y descifre lo más posible la vida del cosmos y del hombre también. La propia búsqueda representa ya en sí misma un valor a potenciar. Pero la naturaleza pone no pocos límites a la investigación de la ciencia: ni la química ni la biología, ni la geología ni la matemática pueden, en su avance sin cesar, traspasar la frontera de lo fenoménico de unos hechos alcanzados, de alguna manera, por la experiencia. Pero lo observado remite siempre a algo más, lo sabido invita a no cesar de preguntar.
* Puede que algunos científicos, confesando sin excepción el poder de su ciencia, atribuyan al progreso constante en que se encuentra las lagunas con las que se topa una y otra vez. Así, aunque ahora no tenga la respuesta cabe esperar que esta aparezca en el futuro. Es cuestión de tiempo el hecho de superar los logros de la investigación humana y adquirir insospechadas metas en la técnica. ¡Esta avanza que es una barbaridad! El desarrollo de la productividad, la democratización de la enseñanza, la humanización del trabajo y su tecnificación, la renovación social y cultural, etc., son otros tantos signos que avalan este progreso que mencionamos.
* Pero siendo esto así, no es menos verdad que numerosos científicos han sabido cultivar, como actitud vital, la humildad. Lejos de la fascinación embriagadora que un nuevo descubrimiento puede producir, la consideración del universo en su conjunto, de todo cuanto el hombre desconoce y de cuanto escapa a su poder, no puede menos que sobrecoger y conducir al hombre de ciencia, cuando es honesto y riguroso, a no poca modestia intelectual. Son numerosas las cuestiones desconocidas o inalcanzables para nuestra limitada razón.
* Esta experiencia de una realidad progresivamente descifrada, junto a no pocos enigmas nunca resueltos de manera satisfactoria, coloca al científico en la prudencia, en la humildad de su inteligencia: si por un lado el conocimiento humano da muestras constantemente de su limitado alcance, por otro, la realidad del mundo se presenta como siempre nueva, inagotable en su accesibilidad. La realidad es mucho más rica y compleja de lo que la mente humana puede comprender.
* Sin entrar en el ámbito de las verdades religiosas o las afirmaciones misteriosas de la fe, es decir, dentro del orden de lo puramente natural, hemos de afirmar una y otra vez los logros del entendimiento humano junto con sus límites. La ciencia choca sin parar con adivinanzas probablemente irresolubles, ante las cuales la hipótesis mejor será su única aproximación. Por eso, me parece que hace mal el científico que reduce el campo de la realidad a lo observable, y el de la verdad a lo empíricamente demostrable. Para cada tipo de realidad hay un método de conocerlo, y si la realidad es más vasta que lo material, habrá más ciencia que la experimental.
* Terminemos añadiendo una cuestión más. La ciencia de hechos no puede explicar, suficientemente, al hombre. La ciencia aporta una visión parcial de la realidad pero nada sabe de su totalidad (ni en extensión ni, mucho menos, en hondura o intensidad). La ciencia es parcial cuando se ocupa de lo que observa pero nada sabe del “misterio” más hondo del ser. La ciencia nos dice cómo son las cosas, e incluso en el mejor de los casos qué son algunas de ellas, pero nos dejará desesperanzados ante el porqué de esas mismas cosas. Los problemas vitales, lo que tiene que ver con la existencia humana, no encuentran en las afirmaciones de la ciencia sino penúltimas palabras, lejos, muy lejos de ser su última explicación.
* La existencia de todo un horizonte de realidad que tiene que ver con el ser, con el sentido, con las cuestiones últimas del ser humano, nos permite colocar junto a la ciencia, en sentido estricto, otro tipo de saber que haga de todo eso su objeto específico. Un orden distinto de realidad reclama un método diverso de conocer. Sin complejos, sin atajos, la filosofía, la metafísica o la religión encuentran aquí su competencia respectiva. Sería una gran pérdida que, después de tanto progreso (también en el nivel social, en el que se han superado fronteras físicas y geográficas, económicas y culturales) el resultado fuera una especie de estandarización de la vida de los hombres, una homogeneización mecanicista de los pueblos, en detrimento de aquello que les es más originario y universal: su dimensión ética y espiritual.
* El hombre es más de lo que hace, y su conocimiento va más allá de lo que observa. La realidad debe, por eso, ser estudiada desde diversos puntos de vista que, lejos de excluirse, se complementan. No nos debe extrañar que cuando un científico, además de serlo, es una persona honrada, confiese no sólo lo pobre de sus logros técnicos sino, incluso, el atisbo de horizontes más amplios. Lo extraño es, más bien, que si el científico es honesto en su proceder, no termine, antes o después, por barruntar la presencia del misterio.