* ¿Qué relación hay entre la fe en la revelación sobrenatural y la investigación de la verdad científica o cultural? Una vez más nos encaramos con el hecho, ineludible en todo tiempo, pero más si cabe en nuestros días, de tener que confrontar –para conciliar- aquello que en nuestra vida proviene de una fe sobrenatural y cuanto vamos adquiriendo a lo largo de nuestra experiencia, en el dominio del mundo que nos rodea. El creyente opta por una fe del todo personal, lo que no significa una respuesta absolutamente individual o subjetiva, sin conexión alguna con la naturaleza, con la sociedad y con la humanidad.
* Lo primero que hemos de afirmar, continuamente, es que hay una independencia respectiva, una autonomía legal entre ambos campos de la vida, esa que corresponde a realidades específicamente diferentes. La cultura, la economía o la política y la religión se mueven en dos dimensiones existenciales diferentes: las primeras miran a mejorar la vida en este mundo, construyendo una sociedad más justa y más digna del ser humano, en lo que toca a su alcance corporal, físico y comunitario; la fe religiosa, en cambio, nos conduce a Dios, nos acerca a la salvación que ofrece Dios y que da la vida eterna.
* Precisamente por ser diferentes cabe pensar en su influencia recíproca, en un encuentro entre la fe religiosa y la cultura del hombre que vive en este mundo, en su existencia concreta, esa que le obliga a tomar una decisión tras otra, con un alcance inevitablemente ético o moral. El ámbito de los valores morales se convierte en un terreno donde se cruza la fe en Dios y el compromiso con el prójimo: no hay verdadera cultura sin ética, y no hay una ética auténtica que se cierre a las metas y valores trascendentes de la religión. Tampoco hay una religión sincera que no se traduzca en el compromiso coherente de la acción: el cristianismo implica un conjunto de verdades sobrenaturales, pero sus consecuencias se aplican a la moral, a la vida social y cultural, en una palabra, a la antropología. Sus verdades afectan a lo más constitutivo de la persona: la fe no es algo superfluo o fácilmente prescindible, sino que anida en lo más profundo del hombre y desde allí se irradia a todas sus dimensiones.
* De hecho, esta relación ha conocido en la historia momentos de todo tipo: de fecunda y enriquecedora reciprocidad o de rivalidad conflictiva y penosa (basta con aludir al inicio de la educación y la universidad, por un lado, o al caso Galileo y a las tesis filosóficas de Marx, por otro). Pero conviene siempre distinguir entre lo que es esencial y lo secundario. Los distintos valores que pertenecen al dominio de la cultura, de la ciencia y la filosofía, de las artes y la educación, de la política, el derecho y la economía, no tienen por qué temer el acercamiento de la religión cuando, en su encendida misión, pretende impregnar todo lo que afecta a la vida del hombre, a fin de renovarlo y elevar su significación. Lejos de amenazar la importancia de aquellos valores, cuando lo son, del encuentro con la fe recibirán un mayor alcance y fundamentación.
* Lo propio de la religión no es quitar nada a la dignidad humana, ni eliminar nada de cuanto a ella pertenece (“gratia non destruit naturam, sed elevat, perficit et sanat”), sino descubrir su alcance último y definitivo. No es, como piensa Comte, ese estado inicial e inmaduro del progreso de la sociedad que, en su desarrollo, debe abandonar para recalar, finalmente, en la cima del nivel científico o positivo. La apertura al Misterio no cercena las legítimas aspiraciones humanas, individuales o sociales, sino que, como su fin absoluto, las ordena y encamina para no quedar insatisfechas ni frustradas. Su pretensión de ultimidad, de aportar la respuesta más honda y total, no elimina ni hace inútil todo lo demás, pero sí subraya su transitoriedad. Por eso se dan, también en el terreno de la ética social, no pocas luchas y conflictos, malentendidos que cuestionan el desarrollo de la civilización, en nombre de un trasnochado conservadurismo clerical, y otras veces arrebatos secularistas que quieren arrinconar, cuando no burlar, la validez de los criterios de la religión.
* En conclusión: ni clericalismo obtuso y trasnochado, ni laicismo recalcitrante, pretendidamente moderno; ni ignorar la legítima autonomía de las diversas realidades en que nos movemos, ni convertir dicha diferencia en una irremediable relación de excluyente oposición. Apostemos por una actitud de apertura y de diálogo, que no sea la del conservadurismo inmovilista, pero sin caer en la inconsciente seducción ante el movimiento siempre fugaz de la historia.