* Se puede afirmar, sin miedo a exagerar, que toda la novedad e importancia del cristianismo depende de la afirmación de la vida sobrenatural, la comunicación de la gracia divina a la criatura humana. Se trata de una relación absolutamente original que supera infinitamente la imaginación con que el hombre, incluso religioso, ha podido pensar su vínculo con Dios. La afirmación de la gracia, por parte del cristianismo, consiste en anunciar una comunión amistosa entre Dios y los hombres, en virtud de la cual estos últimos participan, de manera absolutamente gratuita pero real, de la naturaleza divina y eterna de aquél. Se trata, pues, de una elevación que afecta a lo más profundo de la condición humana.
* La gracia es como un injerto que transforma nuestra vida: participando en el ser de Dios, cabe esperar que el hombre pueda obrar al modo de Dios. No se trata de un estado meramente negativo, ni tampoco puramente moral. Es más bien una nueva creación, una regeneración o un nuevo nacimiento, en este caso, recibido de Dios. Esas son las virtudes teologales, los dones del Espíritu Santo… Un estado sobrenatural que implica anticipar, ya en la tierra, la vida propia del cielo.
* Gratuita en su recepción, la vida de la gracia –la comunión con Dios por vía de un parentesco amistoso, sumamente estrecho- viene, sin embargo, a colmar en el espíritu humano su sed de infinito. Hay quienes sostienen que la religión está por encima de nuestra naturaleza, incluso contra ella, remontando nuestras aspiraciones a un orden de cosas totalmente ajeno a su realidad (la gracia sería algo extraño, inalcanzable, postizo o superfluo para nuestra humana condición). No faltan tampoco quienes, por el contrario, afirman que la comunión con lo divino vendría a ser una exigencia realizada por las mismas fuerzas naturales del ser humano, o sea, una meta al alcance de nuestra capacidad.
* Pues bien, con el peligro de parecer en extremo superficial, conviene decir que son tres las afirmaciones básicas que se han de sostener juntamente, si queremos ser fieles a la enseñanza de la Iglesia a este respecto: que la gracia sobrenatural no es contraria a la naturaleza humana; que esta misma gracia sobrenatural no es nunca una exigencia de la condición humana; y que sin embargo, la vida sobrenatural de la gracia es conforme a la naturaleza, siendo para ella el más grande de los bienes que puede desear.
* La riqueza de un Dios infinito y trascendente permanece siempre más allá de nuestras fuerzas: en la misma medida que experimentamos una sed irrefrenable de felicidad, descubrimos que nada de cuanto tenemos a nuestro alrededor la puede, definitivamente, saciar. Por inmenso que sea el horizonte de nuestras exigencias, ningún derecho parece gozar de legitimidad ante una realidad que nos desborda y que, si es cierto que existe, no podemos por propia iniciativa sino barruntarla, añorarla, incluso desearla y, humildemente, pedirla.
* Lejos de constituir el certificado del absurdo, que implicaría nuestra condición humana en semejante vacío, tan insospechado deseo manifiesta más bien nuestra meta definitiva, el horizonte final de nuestra vocación. El hombre se descubre siempre al borde… de la inmensidad de Dios. La naturaleza del hombre se supera y reconoce en la propia inmanencia de su ser la apertura gozosa a la trascendencia de Dios. Con todo, la consecución definitiva de semejante anhelo no corresponde a las pobres fuerzas del ser humano: ha de ser elevado por encima de sí mismo y situado, gratuitamente, en el nivel del objeto deseado (la eterna bienaventuranza en Dios).
* Solo de esta manera, la realidad sobrenatural puede ser deseada y alcanzada (gratuitamente) sin ser por ello destruida; solo de esta manera la naturaleza humana, si bien enriquecida y potenciada, permanece siendo lo que ella es por definición, sin entrar en contradicción consigo misma. En tanto que sobrenatural, la elevación supera las exigencias subjetivas de la criatura, pero no nuestra capacidad del objeto deseado, es decir, el hecho de la elevación por parte de Dios. El anuncio de este humano y legítimo anhelo, así como de su realización, es una de las verdades fundamentales que da sentido a la misión evangelizadora de la Iglesia hasta los confines de la tierra.