* En nuestro escrito anterior nos hemos asomado a lo que significa la reciente cultura tecnicista, en la que predomina el poderoso influjo de los aparatos, abundantemente cuantiosos y sofisticados, al servicio de cualquier necesidad humana, por pequeña que esta sea. A la filosofía, primero, y también a la teología o la religión, después, no pueden por menos que surgirle numerosas cuestiones que motivan su reflexión. Aunque se puede decir que el progreso científico, en sí, es indiferente desde la perspectiva religiosa o moral, no lo son sus numerosas aplicaciones ni las intenciones humanas con las que se utiliza.
* El trabajo humano, realizado a lo largo de toda la historia con el fin no solo de sobrevivir sino de mejorar las condiciones de su vida, responde a la voluntad del Dios creador. De esta manera el hombre se perfecciona y la gloria de Dios se comunica. Por otra parte, debemos insistir en que es legítimo que ese mismo hombre, desarrollando su propio pensamiento, haya ideado poco a poco herramientas con el fin de suavizar la dura carga de su trabajo manual. En el Génesis encontramos el mandato divino –dominar la tierra- con el que todo hombre puede, finalmente, colaborar con el proyecto inicial de Dios, así como ver desarrolladas sus más diversas potencialidades. “Con su trabajo desarrolla la obra del Creador –dice el Concilio Vaticano II (GS 34)-, sirve al bien de sus hermanos y contribuye de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia”.
* Los inventos y aparatos que la técnica ofrece pueden contribuir a ejercer ese dominio natural por parte del hombre sobre cuanto le rodea. Una visión desmitologizada del cosmos y la sociedad, consecuencia de la especulación filosófica cristiana, ha permitido ese indudable desarrollo a lo largo del tiempo. Fuera de toda superstición, su trabajo personal sobre la naturaleza favorece que el hombre, usando rectamente todo lo que encuentra en ella, llegue a ser lo que realmente debe ser. De este modo se estimula su responsabilidad individual y social. En este sentido, las victorias del hombre, insiste el Concilio, son manifestación de la grandeza del mismo Dios y consecuencia de su designio.
* El cristianismo tiene, por tanto, una visión positiva de la ciencia y de la técnica, de todo cuanto el hombre –imagen y semejanza de Dios- realiza con las facultades recibidas. “Siempre se ha esforzado el hombre con su trabajo y con su ingenio en perfeccionar su vida, pero en nuestros días, gracias a la ciencia y a la técnica, ha logrado dilatar y sigue dilatando el campo de su dominio sobre casi toda la naturaleza” (GS, 33). Pero si la Iglesia hace oír su voz y alerta de los peligros reales que acompañan el discurrir concreto y real de la tecnología en nuestra sociedad, lo hace por amor al hombre, por salvarlo en su totalidad. No solo tiene necesidades materiales o temporales, sino que el hombre está marcado por necesidades religiosas y espirituales: la actividad que parte del hombre se ordena al bien de todo el hombre.
* Puede que aquí resida parte del problema. Siendo todo lo anterior verdad, no lo es menos que el hombre actual, el hombre del progreso científico y tecnológico, ha terminado por sufrir él mismo cuantos excesos o desviaciones ha podido producir su obra. La despersonalización y la masificación del individuo, la utilización desmesurada de los instrumentos, la manipulación, la visión materialista de la vida, etc., son algunas de las consecuencias derivadas de esta primacía del hacer y del tener (del bien-estar), por encima de la importancia que tiene el «ser».