*En nuestra anterior reflexión hemos comentado algunas objeciones o dificultades que se suelen plantear a la hora de considerar la providencia y el gobierno divinos respecto del mundo. Pero, en realidad, una primera objeción merece ser estudiada con rigor (cosa a la que invito, encarecidamente, a los lectores, ya que dicha profundidad supera con creces el cometido introductorio de estos textos nuestros): hablamos de la negación de la misma Creación, en nombre de una mentalidad evolucionista, cosa que muchos hacen hoy en día y que se ha impuesto absolutamente. No son pocos los que, actualmente y en diversos ámbitos de la vida, insisten en plantear las cosas como si de un debate se tratara, y que hubiera de concluir con la desautorización –más o menos fundada- de una de las dos afirmaciones: si la ciencia tiene “razón”, la verdad religiosa es absurda y se debe desechar; si, por el contrario, la Biblia no nos engaña, la ciencia nos viene a crear no pocas confusiones, y habría que refugiarse en una especie de fideísmo anticuado. Retengamos las siguientes afirmaciones, expuestas brevemente, como no puede ser de otra manera aquí.
*Un mundo sin principio hubiera sido perfectamente posible, y la razón humana no encuentra ninguna contradicción en sostenerlo; pero eso no significa que sea eterno en el mismo sentido que entendemos la eternidad perfecta de Dios, pues siempre el cosmos habría estado, como de hecho está ahora, sometido a una continua sucesión, manifestación de su interna contingencia. Pero también cabe pensar (por qué no) un mundo que empieza en un “momento puntual”. El hecho de que Dios (y su voluntad) sea eterno no significa que el objeto de su querer –la creación- también lo sea: esta es la verdad que conocemos por la fe, compatible totalmente con aquella otra hipótesis propuesta por la sola razón. Según esto último, el principio del mundo implicaría el principio del tiempo.
*En sentido estricto, y ya lo dijimos en otro momento, crear significa producir algo de la nada, de manera que el ser del efecto depende completamente del Ser que lo produce, y éste sólo puede ser Dios. La verdad teológica sobre la creación no pretende abordar el cómo del origen de las cosas, ni pronunciarse sobre la materialidad del inicio del mundo en que vivimos. Esta verdad revelada mira más bien al sentido último de las cosas, a su fundamento ontológico, y afirma, sin dudar, que éstas han surgido y dependen de la acción absoluta de Dios. No corresponde a la Biblia pronunciarse sobre datos de índole científica o natural y, por tanto, empírica.
*Por su parte, las teorías de la evolución nada tienen que objetar a la necesidad (metafísica) de admitir un Creador: la ciencia estudia el origen de las cosas y ciertamente descubre que unos seres evolucionan a partir de otros, pero nada puede decir acerca de la causa última de su existencia, que excede tanto su objeto como su método. Al Ser divino no le afectan los cambios de los sucesos particulares: Él es, más bien, la razón de ser de los sucesos contingentes, pues cuando Dios actúa no impone el mismo tipo de necesidad a todos sus efectos.
*Cuando lo que consideramos es el espíritu humano no podemos sino defender una intervención específica y directa de Dios, origen de cada alma en particular, pues difícilmente podríamos explicar el origen de lo espiritual como mera evolución de lo material. Esto no significa pasar por alto nuestra dimensión corporal, ni tampoco cuestionar los demostrados cambios en nuestra constitución biológica natural, antes bien, postular que es sobre ella donde se “asienta” la dimensión espiritual.
*En realidad si el evolucionismo se opone a Dios y a su acción creadora no lo hace por ser evolucionismo, sino por esconder detrás posturas materialistas o incluso ateas. La verdad esencial de la Sagrada Escritura afecta propiamente a la acción de Dios; el modo que tiene de expresarlo responde, en cambio, a los términos de una cosmología propia de la época de los redactores del texto. Por eso, es necesario mucho rigor para no presentar como demostrable científicamente lo que sólo es objeto de la fe sobrenatural, ni como conclusión científica lo que no deja de ser una opinión de un científico que piensa. Ni la creación ni el espíritu del hombre caen dentro del control experimental, lo que no quiere decir que lo contradigan.