*Venimos comentando en los últimos textos algunas cuestiones que tienen que ver con la “relación” de Dios y el mundo. En verdad, no es Dios quien se relaciona con el mundo sino éste quien depende totalmente de Él. Los filósofos, cuando explican la metafísica, definen la relación como un accidente, y está claro que en la esencia de Dios nada hay de accidental. No es Dios quien tiene necesidad de nosotros, sino nosotros los que dependemos de Él. Pero no quisiera entretenerme en estos detalles, más propios de un estudio a fondo de la teología natural. Reitero que estas entregas son breves y, por necesidad, incompletas; pero eso no significa que sean falsas. Apuntan cuestiones de interés relativas al encuentro de la fe y la razón, pero es el lector quien debe, después, completarlas.
*Frente a la afirmación de la Providencia divina hay quienes se agarran a la experiencia de cierto desorden en el mundo para cuestionar, o incluso negar, la acción providente de Dios. Más que dudar de una ley universal del cosmos, o de un funcionamiento determinado –que, por otra parte, está en la base del conocimiento universal y necesario propio de la ciencia- algunos se rebelan ante sucesos que impiden a los seres vivos la consecución de su propio bien, incluido el ser humano: catástrofes ecológicas, luchas entre especies o malformaciones biológicas en algunos individuos, por ejemplo, vendrían a negar cualquier cuidado providente divino, o a introducir algún descuido y deficiencia en su gobierno.
A estos habría que decir, con Tomás de Aquino, que sólo se puede hablar de desorden por referencia al orden (sólo sabe de la oscuridad quien tiene conciencia de la luz). Si todo a nuestro alrededor fuera caótico, no distinguiríamos entre cualquier experiencia de confusión; si lo hacemos es porque vivimos inmersos en un contexto amplio de orden y armonía universal. En él descubrimos límites, ciertamente, que tienen que ver más con la contingencia de lo creado o incluso con la incapacidad de nuestra inteligencia para descubrir un orden superior; incluso se puede afirmar que ciertas experiencias, tenidas por ciertos males, son asumidas en cadenas y series vitales que los hace necesarios para un bien mayor.
*Paradójicamente, no faltan otros que hacen del azar y la casualidad la última explicación de todo, para prescindir de la acción de Dios. Una especie de fuerza ciega o de mecanismo natural, perteneciente a la misma realidad material, sería suficiente para dar razón de la evolución de las cosas, sin necesidad de buscar acciones o causas sobrenaturales. Dios pasaría, de este modo, a ser una hipótesis innecesaria. En primer lugar sorprende que se juegue con la casualidad para hacer de ella una objeción al orden divino y otras veces, en cambio, la explicación última del orden. Creo que, en el fondo, en ambos casos se trata de prescindir o atacar la causalidad divina. Pero a una persona que piense, libre de prejuicios, no le dejará de sorprender el hecho de querer explicar tantos fenómenos racionales recurriendo a la casualidad irracional. Detrás de una cierta constancia, en los fenómenos naturales, se puede intuir algún tipo de orden o finalidad que apunta, sin duda, a una realidad inteligente original.
*Se me ocurre una tercera cuestión, esta vez del lado de los mismos creyentes. No son pocos los que, ante la Providencia y el Gobierno divinos, consideran inútil el valor de la oración o recelan de la verdad de los milagros. El plan fijado desde siempre por la inteligencia divina, ¿acaso podrá cambiar en algo porque un pobre creyente se lo pida? De ser así, ¿dónde queda la inmutabilidad de Dios? Por otra parte, de aceptar la literalidad de los milagros, ¿no estaríamos ante una especie de trampa que Dios mismo lleva a cabo para violentar o saltarse un plan diseñado por Él mismo?
Ciertamente la naturaleza de Dios es inmutable, pero la oración se inserta en su mismo plan providente: Dios quiere actuar por su medio. No es que la oración cambie el parecer de Dios, o que sea inútil recurrir a su ejercicio, sino que dispone al sujeto creyente para recibir lo que Dios mismo ha dispuesto conceder por este camino. También los milagros tienen su lugar en el plan providente de Dios: como causa universal del cosmos sólo Él puede suspender o sobrepasar, en un momento dado, alguna de sus causas particulares; y lo hace, pero dentro del orden sobrenatural de la salvación.