*Los textos que hemos visto anteriormente (insisto en que soy consciente de su brevedad y, por tanto, incompletos, pero no falsos) tratan de aspectos de Dios en cuanto causa eficiente: su creación, la conservación de lo creado y el concurso con su obrar nos ayudan a entender mejor cómo es el hacer de Dios en tanto que origen de todo. Lo que hoy les presento tiene que ver, más bien, con Dios en cuanto causa final, es decir, que nos ayudan a considerar la finalidad de ese mismo obrar de Dios. La Providencia es, si así podemos decir con nuestras palabras, el modo que Dios tiene de concebir su plan eterno acerca de todas las cosas, no sólo para crearlas sino para conducirlas a Él. Su Gobierno sería como la ejecución en el tiempo, en la historia, de ese mismo plan.
*Santo Tomás define la Providencia como el “plan según el cual las cosas son ordenadas a su fin último, que es Dios”. Este plan es un acto de la inteligencia divina, pero al que se añade también su voluntad: Dios concibe un plan eterno como bueno y, además, lo asume y quiere realizarlo. En virtud de su omnipotencia lo hace. Pero así como nosotros, cuando hacemos algo, tenemos una razón o explicación, un por qué para actuar, así también cuando Dios actúa no lo hace al tun-tun, sino que obra con vistas a un fin, persigue un bien; como no hay bien mayor que Él mismo, lo que en realidad busca la acción de Dios es conducirlo todo hacia sí mismo, pues en Él reside verdaderamente el Bien más grande. Él es la meta a la que ordena todo cuanto existe.
*Puede que con un ejemplo queden algo más claras estas dos nociones. La Providencia sería como cuando nosotros programamos un viaje o una excursión: pensamos el itinerario, lo que hace falta, por dónde ir y a dónde llegar, dónde pararemos o qué vamos a visitar, así como lo que necesitamos para el trayecto, etc. Después, una vez pensado y programado todo, como es de nuestro agrado, lo llevamos a la práctica, repartiendo entre nuestros amigos las distintas cosas que necesitamos para que todos participen con su aportación personal, y así cada uno se responsabiliza de alguna cosa o tarea en particular.
*Pues de manera parecida, claro está, es el modo con el que Dios piensa y ejecuta su propio y eterno plan para conducir todo lo creado hasta Él. En su planificación, en su conocimiento, no falta nada; es universal y por eso se extiende a todas las criaturas. Pero a la vez podemos afirmar que la Providencia no sólo abarca las grandes líneas del plan de Dios, sino también llega a lo singular, a los pequeños detalles: “Hasta los cabellos de nuestra cabeza, dirá Jesús en el evangelio, están contados”. Podemos decir que el plan providente es fruto inmediato de la inteligencia divina, es obra exclusiva de Dios. Pero su Gobierno, o sea, el llevarlo a efecto Dios lo puede hacer contando con otras causas instrumentales, de manera especial con las criaturas libres y espirituales, o sea, inteligentes. Ello demuestra que la sabiduría de Dios es todavía mayor, como la del maestro que sabe provocar la colaboración de sus discípulos o la de aquél que, al planear la excursión, no lo hace todo solo sino que suscita y promueve la colaboración.
*Digamos, por último, que la Providencia divina es infalible. Esto no significa que Dios anule la libertad de los seres libres, sino que nada escapa al plan por Él diseñado desde siempre. Volviendo a nuestro ejemplo: a la hora de ejecutar la excursión, nosotros podemos encontrarnos con sorpresas que no estaban sobre el programa, como un accidente o un restaurante para comer cerrado. Imprevistos así no le suceden a Dios. En su programa divino, omnipotente y sabio, entra todo: por una parte el modo necesario de ciertas cosas, pero entran también todas aquellas que afectan a los seres libres. A nosotros nos cuesta imaginar así y comprender del todo estas nociones. En los textos siguientes intentaré aclarar un poco alguna de las dificultades u objeciones que podemos encontrar al respecto.