* Como hemos visto, es la sabiduría, la santidad, la ciencia y la bondad de la Verdad primera, Dios, el definitivo argumento o motivo por el que un hombre puede, libre y confiadamente, dar su asentimiento creyente a Dios. En su testimonio divino descansa la prueba demostrativa de la fe. Si Dios ha hablado, nosotros creemos cuanto ha dicho, pues ni la mentira ni el error pueden encontrarse en la palabra de Dios. Con el Vaticano I podemos decir que la fe es la virtud sobrenatural por la cual, bajo la inspiración divina y la ayuda de la gracia, creemos como verdaderas las verdades reveladas por Dios, no a causa de su verdad intrínseca, penetrada por la luz de la razón natural, sino en virtud de la autoridad del mismo Dios que se revela, y que no puede ni engañarse ni engañarnos.
* Es en esta razón formal donde, por otra parte, se contiene la luminosidad de la que goza el conocimiento sobrenatural de la fe. Puede que su oscuridad se deba a que su contenido no resulta evidente a nuestra terrestre condición; pero el hecho de que sea Dios mismo, en su divina misericordia, quien se haya dado a conocer de diversos modos por Él elegidos, hace que tengamos la confianza cierta de que cuanto se nos propone para ser creído ha sido revelado por Él.
* Pero, ¿qué papel juegan los dogmas? Pues para no pocos de los contemporáneos se trata de una limitación al ejercicio de la libre racionalidad, de la imposición de una serie de verdades no contrastadas personalmente, o incluso de una serie de formulaciones anticuadas que nada dicen al hombre de hoy. El dogma excluye todo debate, tan apreciado en nuestros días, o el pluralismo de las opiniones. Incluso no falta quien sostiene que es el dogma la causa última de enfrentamientos y conflictos continuos en nombre de la religión.
* Como comenta bellamente A. Frossard (Dieu en questions, pag. 36) lejos de castrar los dogmas la inteligencia humana, la llevan más allá de sus naturales fronteras de lo visible. Las verdades de la fe, en efecto, nos abren a un orden de realidades que nos sería desconocido si siguiéramos anclados en nuestras propias fuerzas. Las verdades de fe, añade Frossard, no son instrucciones dictadas por una autoridad superior cualquiera, sino mensajes de amor infinito que contienen el fundamento último para la esperanza. Cuando se los acoge como promesa de vida suponen una fuerza tal que transforma a la persona, la hace única e irreemplazable.
* Aceptar la verdad que contiene el dogma no es lo mismo que refugiarse en el dogmatismo, es decir, en esa postura cerrada que convierte en sistema ideológico al alcance de nuestras facultades las verdades que en realidad no nos pertenecen y que solo como confidencia revelada podemos recibir. Así, sería el dogmatismo lo que podemos encontrar tras las guerras de religión o como causa de no pocos conflictos que, en realidad, no tienen nada que ver con el nombre de Dios. Son los hombres los culpables de sus enfrentamientos, pero no la fe verdadera en Dios.
* Lejos de ser las ideas, ni tampoco la formulación humana que de ellas hacemos, es el contenido de la fe religiosa –Dios mismo- lo que reclama nuestra adhesión. Por eso la verdad (el dogma cuando es fiel reflejo de la verdad) no viene a impedirnos una vida en libertad, sino justamente a hacerla posible. Según el Catecismo de la Iglesia Católica (cuya cuidadosa lectura recomiendo encarecidamente una y otra vez) “los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hace seguro” (n. 89). A su vez, una vida recta implica la apertura de la inteligencia y el corazón para recibir, humildemente, la luz de los dogmas.
* En fin, un dogma es la presentación teológica del misterio y el misterio es el alimento (sobre) natural de la inteligencia. Existe un vínculo estrecho y una coherencia profunda entre todos ellos, de tal manera que reflejan el misterio de la Revelación, si bien es verdad, que no todas las verdades doctrinales se encuentran en el mismo nivel. También la ciencia reconoce los misterios y se siente invitada a penetrar, siempre más, acerca de la razón última de las cosas. Más que un enigma a descifrar, el misterio se convierte de este modo en la fuente de toda vida espiritual.