* Además de las cualidades (atributos) anteriores, la razón humana, cuando investiga acerca de Dios, puede descubrir en él otros muchos predicados algunos de los cuales, aunque enunciados de forma negativa, permiten al hombre hacerse una idea más completa de la realidad divina. Porque nuestro lenguaje resulta del todo inadecuado, a veces con este tipo de expresiones conseguimos aproximarnos a lo que de otro modo nos sería inalcanzable. Así, cuando decimos que Dios es infinito (no-finito) en realidad le estamos negando todo límite, tanto espacial como temporal. Como no tiene composición alguna, como es espíritu puro, no se encuentra encerrado ni limitado por nada ni por nadie. No ocupa un lugar concreto ni tampoco se somete al cambio de los días y las horas. Esto es lo mismo que decir que Dios es la más pura perfección del ser, independiente de todo y no necesitado de nada, poseedor de todas las perfecciones sin término ni límite alguno.
* Dios es también inmenso (no-mensurable), es decir, está fuera de toda medida y, a la vez, presente en todo lugar. Como decíamos antes, Dios, que carece de materia, escapa también a la dimensión espacial en la que nosotros nos movemos, pues no ocupa lugar alguno. No se deja abarcar ni contener en recinto humano alguno, pero tampoco puede ser comprehendido ni dominado por inteligencia creada alguna. Por otro lado, su presencia divina se extiende, si así podemos decir, a todo lo que es real, sin quedar limitado a una región determinada. Esto es lo que afirmamos al decir de Dios, con otra palabra, que es omnipresente: Dios, como causa de todo lo que es, está presente en los efectos de su poder, en toda la realidad creada. Cuando un artista realiza una obra de arte, plasma e imprime su personalidad en la obra realizada, se queda un poco en ella, da color o medida a sus ideas, a sus gustos, a su manera de ver la vida, etc., de tal modo que, cuando después nosotros contemplamos el resultado, nosotros podemos sospechar algo de cómo es o de quién es el autor, descubrimos “su mano” en lo que vemos. Pues de manera parecida Dios, creador y señor de todo, se ha volcado en todo cuanto ha hecho, y se encuentra en toda la creación por esencia (dando el ser a todo cuanto existe), por presencia (porque todo lo tiene delante y lo conoce y lo contempla con su ciencia), y por potencia (pues las leyes de su poder se extienden al mundo entero).
* Dios es, también, eterno (sin-tiempo) y esto significa que, en su absoluta perfección, a él no se le puede atribuir tiempo, que no empieza ni termina tampoco; que su vida divina carece de sucesión de momento tras momento. Puesto que él es inmutable, en Dios no hay ni cambio, ni movimiento ni, por tanto, tiempo alguno que lo mida: posee todo su ser en un acto indiviso y perfecto. Se podría decir –aunque no resulta del todo exacto- que la vida entera de Dios es como un “continuo presente”, un “siempre ahora”. En realidad, la eternidad es absolutamente trascendente al tiempo, está por encima, en otra dimensión que nosotros no podemos imaginar, dependientes como somos precisamente del espacio y el tiempo. Sólo Dios es eterno en sentido estricto, aunque se puede atribuir la eternidad, de alguna manera, a aquellas realidades que, por su naturaleza, carecen de un final temporal, como por ejemplo el alma humana. De esta eternidad participan también los espíritus bienaventurados, los santos, cuya contemplación gozosa los une, misteriosamente, a la eternidad de Dios. Anticipo de ello es, precisamente, lo que experimentan en su vida mística.