* El ateísmo nos enseña, de manera indirecta o en oblicuo, a distinguir mejor y a purificar nuestras creencias y el contenido de nuestra fe, así como el acto por el que creemos. A parte de su aspecto negativo o dramático (como negación de Dios, bien absoluto y fin último del hombre), podemos encontrar en este fenómeno una ocasión para lo que Péguy denomina el “retorno a las fuentes”, y Guitton “volver a lo esencial”; es decir, una oportunidad para renovar el esfuerzo por la coherencia de una vida creyente que ha de manifestarse en los demás ámbitos de la existencia personal y social. Una invitación urgente a eso que Congar denomina “gestos verdaderos”.
* De hecho, en nuestro tiempo, que es el de la indiferencia religiosa y el agnosticismo como fenómenos sociales, el movimiento bíblico y el renacer litúrgico en la Iglesia, la recuperación de los Padres de la Iglesia y el enriquecimiento de la teología escolástica con las aportaciones orientales, son características no menos reales, que han venido a fecundar la vida del espíritu en el hombre religioso de hoy. La mayor profundización de la fe por parte de los laicos y los nuevos movimientos, surgidos tras el Concilio Vaticano II, son también aspectos enriquecedores de nuestro tiempo. Sin olvidar el movimiento ecuménico y la apuesta por el diálogo en busca de la unidad perdida.
* La conciencia de que todos los cristianos, también los seglares, tienen una vocación de especial compromiso en medio del mundo, para transformarlo en un reino de Dios ya comenzado aunque no definitivamente realizado, es un hecho que cada vez se difunde y se vive con mayor responsabilidad en muchos sectores y comunidades de la Iglesia. En esta línea, es deseable que se conozca, igualmente, y se ponga en práctica la Doctrina Social de la Iglesia. La teología no puede abandonar lo que siempre ha sido: una fides quaerens intellectum, una reflexión ilustrada sobre la fe para proporcionar su mejor comprensión, encaminada a una mayor aproximación y vivencia del misterio real de Dios Trinidad, manifestado en Cristo, el Verbo Encarnado.
* El cristianismo es un mensaje de salvación para todos los hombres, de cualquier tiempo y lugar; sería lamentable perder esa frescura del mensaje liberador del evangelio:
-por un mero intelectualismo teológico, que pone el concepto por encima de la realidad, el enunciado de la fe por encima de su mismo contenido, las fórmulas sobre la realidad viva y personal. Algo así convierte al cristianismo en una ideología, en un saber teórico o en un cuerpo seguro de doctrina que se presenta de manera inmutable pero estéril.
-por no defenderse de ese naturalismo o realismo de las cosas que convierte la religión en algo mágico. Mira las realidades religiosas y espirituales como si fueran fuerzas físicas o cosmológicas de la naturaleza. Pero el mensaje cristiano es una verdad personal, no una energía sin corazón, capaz de transformar totalmente a aquél que lo acoge con fe y devoción.
-por el deseo de recurrir todavía hoy a la fuerza social y la influencia dominante, fruto de una nostalgia de épocas pasadas, marcadas más por el beneficio que por el servicio, por la imposición que por el diálogo, por la autoridad que por el respeto hacia el contrario. Rige siempre la tarea irrenunciable de considerar el verdadero alcance escatológico de nuestra fe, su dimensión gratuita y sobrenatural. Conviene discernir en el evangelio lo esencial de cuanto no lo es.
* Y esenciales me parecen, entre otras, las siguientes cuestiones: la idea de la creación (independencia de Dios, autonomía de lo creado, historicidad del hombre en camino hacia un punto final, etc.), la idea de la mediación humana (la obediencia de la fe, el sentido cristiano del trabajo, el respeto de la ecología, etc.), y la idea de una alianza entre Dios y los hombres (que vincula la fe y la moral).