* En efecto, la novedad del cristianismo se concentra en el misterio de la Encarnación del Verbo eterno de Dios. Es ahí donde el hombre encuentra el alcance de su verdadero enigma constitutivo (GS, 22). En Cristo se encierra la esencia de nuestra religión (más aún, de toda religión): la entraña de la naturaleza humana se hace una sola realidad, para siempre, con el misterio de Dios. Todo hombre existe por Cristo y para participar del misterio de su vida divina, por la gracia: imagen creada de Dios, en él tiene su origen, y por ello se encuentra radicalmente abierto a Él. En el corazón del hombre se refleja el misterio de Dios. Por eso, dice M. Schmaus que el hombre sólo puede desarrollarse cuando se acredita y realiza como reflejo de Dios, del amor y de la verdad. Sólo así alcanza la vida humana su plena configuración. Cuanto más se abre el hombre a su Creador, lejos de perderse en inútil alienación, más se encuentra y se gana para siempre.
* Por donde quiera que mire, el hombre descubre en sí y alrededor la sombra de la caducidad, el peso de la finitud que lo define a él y a cuanto hace con sus manos. Por grandes que sean sus descubrimientos y sus hazañas, por fecunda que sea su vida en el aspecto que se considere, al final espera… la muerte. Entonces surge la cuestión: o el hombre es un proyecto deficiente, llamado por una realidad que le reclama a entregarse sin freno al disfrute temporal, o se abre desde lo íntimo de sí mismo a una trascendencia personal en la que gusta el sentido de totalidad, de perfección y de plenitud existencial. Si un deseo natural no puede ser vano, ha de existir la fuente capaz de saciar nuestra sed de eternidad. En verdad, sin Dios, el hombre no comprende su propio misterio.
* Nuestro entendimiento lee y penetra en la entraña de las cosas, aprehendiendo cuanto de su ser le es permitido obtener. Incluso de la esencia de Dios tiene noticia la inteligencia humana, aunque de manera no siempre clara y precisa. Con todo, la humana pretensión de la verdad no encuentra, en esta vida, sino atisbos y aproximaciones. En el mejor de los casos, las parciales conquistas muchas veces son provisionales, o fuente de conflicto en el encuentro con los demás. Es como si el reposo le estuviera anunciado a nuestro conocimiento, pero no asegurado en este mundo. ¿Nostalgia de Dios?
* También la voluntad, como facultad del bien, dirige lo mejor de nuestras elecciones tras el bien para la vida. Muchos son, no obstante, los objetos que se anuncian como portadores de la felicidad deseada, poseyendo los cuales, la arrebatan de entre nuestras manos. Elegimos, en efecto, entre los más diversos bienes porque, en el fondo, no contamos con la dicha de una presencia inmediata de aquel bien absoluto y definitivo, alcanzando el cual todo nuestro ser se envuelve en su plenitud definitiva. Más como anticipo que como logro final, cuanto en esta vida deseamos nos remite allende de la misma. El hombre, peregrino de lo absoluto, se descubre a sí mismo, y también a los demás, abierto y destinado a bienes mayores.
* Incluso el deseo de justicia, que se rebela en nuestro ser cada vez que asistimos, impotentes, al delito impune o a una deuda sin saldar, grita en el alma humana a la espera de encontrar una respuesta adecuada que satisfaga tan comprensible inconformidad. Pero si no hay justicia en esta vida y nos resistimos a pensar que todo da igual, ¿podremos esperar, al menos, que la justicia divina al final de los tiempos nos pueda reconfortar? El hombre eterno no es solo el hombre justo: lo es porque es, ante todo, el hombre justificado, el hombre definitivamente salvado. Por la gracia, dicha justificación se anticipa en nuestros actos, en nuestras decisiones.
* La fe no viene a castrar ninguna de las dimensiones que pertenecen a nuestra humana naturaleza, ni a eliminar ninguno de sus valores constitutivos. Los bienes materiales, biológicos o corporales, encuentran en ella una luz que purifica, que ordena según una realidad superior. Los valores del espíritu, en sentido amplio, se abren -¡y de qué manera!- en la ciencia o la filosofía, en las artes o la educación, a horizontes insospechados para los recortados proyectos simplemente humanos. Se refuerzan los valores morales, como la dignidad de la persona, el respeto a la vida y a la muerte, la importancia del trabajo, de la libertad, el amor, la verdad, el derecho, etc. Aflora el sentimiento religioso y la apertura a la trascendencia, como dadora del sentido pleno que cualquier existencia humana pretende poseer.
* Sólo cuando en el corazón de la humanidad resplandece el brillo del rostro de Dios, resplandece, por lo mismo, el brillo del rostro humano. Y si aquél se muestra en un amor incondicional que es todo gratuita donación, la identidad de éste no podrá ser otra cosa diversa: también el hombre se personaliza cuando hace de su vida una entrega en oblación desinteresada, donación de amor. Si la gloria de Dios se encuentra en que el hombre viva, la auténtica vida del hombre consiste en glorificar a Dios.