*He comentado, en el último texto, lo que significa la verdad de la Creación, y cómo al entenderla en su sentido más profundo no podemos sino atribuírsela únicamente a Dios. Sólo Él, ser absolutamente por sí mismo, puede comunicar el ser y dar la vida a lo que nos rodea, incluidos a nosotros mismos. Lo cual no significa que la acción de Dios en muchos otros aspectos, como veremos, no cuente con la colaboración de causas segundas o instrumentales. Pero crear, en sentido literal, es propio y exclusivo de Dios.
*Ahora hemos de añadir un matiz que no es ni muchos menos insignificante: esta obra de Dios, por la que todo aquello que no es recibe el ser, no se echa para atrás, no termina ni se arrepiente. O dicho de otro modo, todo lo que es creado depende de Dios para siempre. Sí, Dios conserva, directa y positivamente, todo lo que es en su ser. En el fondo se trata del mismo y único acto original de Dios, sin el cual las cosas, los seres volverían a la nada de donde proceden. Si Dios nos retirara el influjo creador de su aliento vivo no es que nos moriríamos, sino que sencillamente dejaríamos de ser, caeríamos aniquilados. Todos los seres nos mantenemos en la existencia propia gracias a la potencia continua creadora de Dios.
*Esto significa, por una parte, que el ser no nos pertenece en propiedad sino que lo hemos recibido gratuitamente. Como dicen los filósofos, por esencia, o sea, por sí mismo, sólo Dios es y no puede no ser. Pero todo lo demás hubo un momento en que no fue y si Dios lo consintiera dejaría de existir. En esto consiste la conservación directa y positiva: cuando un efecto depende de tal modo de la causa que si ésta dejara de realizar su influjo el efecto desaparecería (como cuando alguien conserva el fuego en una chimenea, echando continuamente leña al fuego, pues si dejara de hacerlo el fuego se apagaría). Los hombres hablamos también de conservación para indicar que se pone todo el empeño en eliminar un peligro o amenaza que podría dañar algo, como cuando alguien vigila los tesoros de arte de un museo o los árboles de un bosque: se trata de una conservación indirecta o negativa, radicalmente distinta de la que realiza Dios. No obstante, Dios puede comunicar a alguna criatura una función intermedia en la conservación directa o indirecta de otras criaturas subordinadas. Es lo que sucede con el sol, por ejemplo, del que dependemos todos en la conservación de nuestra vida; pero se trata de una acción dependiente, a su vez, del poder de Dios. El sol mismo es una realidad creada y aunque mantiene a los seres en la vida, no se la ha dado, haciéndoles pasar de la nada al ser.
*Es verdad que Dios, hablando en absoluto, podría hacer que desapareciera todo lo que vemos, todo lo que existe. Como cuando un hombre se enfada y decide romper un trabajo que con esfuerzo ha realizado antes. Dios es el creador y podría retirar el ser a todo lo que se lo ha dado. Pero Él no se contradice en sus decisiones sabias y eternas; Él manifiesta su potencia y su amor misericordioso no sólo dando el ser, sino también conservándolo después. Por eso los seres vivos pueden morir, el hombre mismo morirá, pero eso no significa volver a la nada. Incluso en la realidad material hay una dimensión de permanencia más allá de todas las generaciones y transformaciones. Afirmar esta acción continúa de Dios, por la que todas las criaturas que han recibido el ser son conservadas en él, equivale a defender, de alguna manera, su eternidad e incorruptibilidad, sobre todo la pervivencia de los seres espirituales.
*Siendo esto así, se nos presenta un problema que tendremos que afrontar en el próximo capítulo. Si Dios es la causa primera del ser de las criaturas, merced a su obra de creación y conservación, ¿tiene algo que ver en el obrar de aquellos seres capaces de hacerlo? Dios, veremos, confiere no sólo el ser sino también la potencia de obrar.