*El ateísmo da que pensar. Y no podemos caer, para descalificarlo, en la mera repetición de tópicos ya antiguos según los cuales, en el fondo, tras las posturas ateas se esconde un no menos trasnochado racionalismo ilustrado. Si seguimos esta actitud desautorizamos al oponente pero no entramos en discusión con él. Es cierto que el rechazo de Dios y de la religión tiene bastante que ver con el abierto rechazo que muchos sostienen hoy ante lo institucional de una Iglesia que se les presenta incoherente o cargada de defectos; los eclesiásticos no habrían sabido, según no pocos, reflejar en sus vidas el rostro de un Dios infinitamente compasivo y misericordioso. Pero también aquí podemos obtener dos consecuencias positivas: si la crítica se centra en la institución, Dios mismo parece quedar a salvo del ataque (¡y no es poca cosa!); pero, además, ninguna crítica puede ser rechazada sin encontrar en ella una oportunidad para la propia revisión y una enmienda siempre necesaria: a veces tras determinadas tesis ateas se esconde una falsa inteligencia de Dios, inteligencia, no obstante, que alimenta no pocas manifestaciones de la religión. Y aquí se necesita una honda purificación.
*Si esto es así, si la oposición de los ateos considera no sólo el contenido de las teorías religiosas, sino también las incoherencias de la vida práctica, entonces se impone una auténtica conversión no sólo en las doctrinas sino, fundamentalmente, en la vida. Teoría y praxis van de la mano en la crítica y deben ir también unidas en la defensa. La fe en Dios se verifica en el compromiso real y concreto. Aun cuando la vida práctica no sea, definitivamente, el criterio último de verdad para un argumento teórico, no menos cierto es que hay una profunda interdependencia entre ambas dimensiones: íntimamente unidas, y aunque no se puedan identificar sin más, no se pueden separar jamás. En efecto, la fe religiosa, cuando es auténtica, no debilita el compromiso y la transformación intramundana, antes bien, aporta una dignidad y fuerza mayores.
*Por otra parte, creo que se debe evitar el error de plantear la defensa de la religión, de Dios, en los mismos términos que su acusación. Generalmente el ateísmo no alcanza lo profundo de Dios ni de su misterio; por eso creo que es a partir de ahí precisamente como se debe plantear el argumento apologético del creyente. La verdad de la fe, en toda su pureza, ha de presentarse al margen de otro tipo de intereses o conveniencias que poco o nada tienen que ver con ella. Por garantizar la presencia de la religión en la sociedad atea o secularizada se insiste muchas veces en sus valores sociales, culturales, en una palabra: humanos. Pero puestos a competir con las cosas humanas la fe lleva las de perder. Pienso que ha llegado la hora de una presentación pura y transparente, tanto teórica como práctica, de lo sobrenatural del misterio de Dios y de su gracia. Es esto, por su radical novedad, lo que puede interrogar al hombre hastiado por el uso de las cosas.
*Otro detalle: del mismo modo que el ateísmo hace cuestionable la existencia de Dios, cabe pensar como cuestionable su afirmación de la no existencia divina. Puede que la fe en Dios no esté suficientemente fundamentada, o que deba estarlo mejor, pero cabe exigir también que las diversas posturas sostenidas por los principales representantes del ateísmo (que veremos en adelante) sean sometidas a una profunda revisión y crítica, tanto en sí mismas y sus postulados, como en las consecuencias anunciadas por ellas, que muchas veces no se han seguido. También el ateísmo da por supuestas muchas cosas que no es capaz de demostrar; también el ateísmo incluye una dosis no pequeña de fe en hipótesis sostenidas pero no suficientemente probadas.
*La tesis moderna que afirma que una teología natural está ya superada y carece de sentido no hace sino provocar todavía más, en el creyente, la confrontación de su fe con los enunciados de la razón. Puede que algunas sentencias estén hoy fuera de lugar, o que su enunciado tenga que ser revisado, pero no creo que los problemas a los que intentan dar respuesta lo estén: puede que a la luz de la ciencia haya que reformular las verdades de la creación o del pecado, de la muerte y la inmortalidad, pero no creo que esté justificado convertirlas en leyenda fantástica o mitología irreal. En una época como la nuestra, en la que el secularismo y el ateísmo parecen ocupar cada día un espacio social mayor, es necesaria una reflexión que considere a Dios en su relación con la totalidad del mundo y del hombre; también hoy sigue siendo urgente una reflexión seria que considere las cuestiones del sentido de la vida, y lo haga sin miedos ni prejuicios, abierta a la cuestión de Dios.
*Para terminar digamos, con H. Küng, que no se debe descalificar moralmente, sin más, al ateísmo como si fuera una apostasía directa y voluntaria de Dios: no siempre es una decisión refleja, ni necesariamente esconde una culpa individual. Claro que tampoco es lícito denominar, indulgentemente, al ateísmo como una especie de fe oculta o implícita en Dios: la convicción de los ateos, puntualiza, debe ser respetada pero no escamoteada especulativamente.