*Cada vez se impone más en nuestros días la mentalidad positivista, según la cual es verdadero todo aquello que podemos experimentar de alguna manera, y verdadero el conocimiento que nos da acceso a esa realidad. La razón se reduce, de este modo, a los límites estrechos de lo empírico, de lo exacto: la física y la matemática se presentan, a la postre, como el paradigma de todo saber válido y digno de ser considerado. No es extraño encontrar hoy muchos, sobre todo jóvenes, que ante una explicación de tipo filosófico o teológico, responden sencillamente con un “¡demuéstramelo!”, a la espera de poder obtener algún dato indudable ante el que rendir su asentimiento. Creo que detrás de una postura así se esconde la convicción, más o menos fundada, de que sólo existe la materia, porque sólo experimentamos lo material. Reducida la realidad queda también, en consecuencia, recortado el concepto de la ciencia que la estudia: sólo la ciencia empírico-matemática es merecedora de tal nombre.
*Nosotros hemos de conceder a quien así piensa una cosa: es verdad que no tenemos evidencia de Dios. No tenemos acceso sensible a su realidad y una intuición intelectual suya tampoco es una idea originaria en nuestra mente. Dicho lo cual, hemos de añadir enseguida algo más: aunque Dios existiera (supongamos que adquirimos esa certeza por algún cauce cognitivo) seguiríamos sin tener dicho acceso sensible, pues la naturaleza divina es, por definición, espíritu puro y, por ende, absolutamente meta-sensible. Mientras Dios sea Dios y nuestro conocimiento sea el propio del hombre, Dios quedará más allá del alcance de nuestros sentidos.
*Por otra parte, el de Dios no es el único caso de una realidad cuya naturaleza se escapa a nuestra experiencia sensible. El honor o el amor, la libertad o la amistad, etc., son algunos de los valores que constituyen nuestro ámbito espiritual. El que esa sea su naturaleza no significa que no sean reales; la realidad parece ser más rica y no se agota en aquello que es mensurable. Si queremos avanzar en su conocimiento tendremos que considerar que no podemos usar, entonces, el mismo procedimiento que nos permite conocer las cosas materiales que nos rodean, pequeñas o grandes. También el conocimiento humano es mucho más rico que la mera experiencia que se ciñe a la observación.
*Pero aunque no cabe evidencia inmediata de todas esas realidades no empíricamente comprobables, sí podemos tener algún tipo de vivencia indirecta. Podemos descubrir mediante otra clase de argumentos, no menos válidos que los empleados por la ciencia, algún tipo de signo o señal en lo que vemos, que nos habla de su existencia. Sea porque encontramos en las cualidades del mundo físico un signo de otra realidad superior, sea porque de manera indirecta aquél mismo mundo reclama una razón de ser superior, lo cierto es que también nosotros podemos atisbar, en ello, la existencia de Dios.
*Insistamos, para concluir: creo que quienes niegan la existencia de Dios porque carecemos de un conocimiento evidente de su realidad, parten de un doble prejuicio: el de reducir la realidad a la materialidad del cosmos y el de reducir la ciencia a un único tipo de conocimiento: el que se basa en la experiencia. Pero ni la realidad es unívoca, sino que es plural, ni el modo de su conocimiento único sino también diverso.