*El filósofo cristiano Jaques Maritain nos ofrece, en su libro titulado Aproximaciones a Dios, lo que él denomina una “sexta vía” (por relación a las cinco vías tomistas). A su vez, dos son las aproximaciones que a este argumento realiza el pensador francés: una a nivel pre-filosófico, basado en una certeza de tipo intuitivo, la otra en el plano científico o filosófico, fruto de una demostración lógicamente elaborada.
*La intuición a la que se refiere Maritain es la espiritualidad natural de la inteligencia: la experiencia de la vida propia del entendimiento descubre la aproximación a Dios como algo propio. El pensamiento piensa muchas cosas a lo largo de la vida, se ocupa en pensar muchas verdades pero, por detrás de todas ellas, el sujeto humano vuelve sobre sí y toma conciencia de sí mismo, de su propio ser pensante. La vida humana se nos presenta como un perfecto entramado de experiencias sensibles, combinadas con otras de tipo intelectual; los sentidos y le inteligencia caminan de la mano y nos permiten vivir. Emerge una pregunta inquietante: ¿Cómo es posible mi propia vida, mi existencia temporal, cuando hubo un tiempo en que no era y habrá otro en que deje de ser? Sea en medio de las múltiples ocupaciones profesionales o sociales de nuestra vida, sea en el discurrir de su actividad intelectual y espiritual, una pregunta nos asalta ineludible: ¿Cómo es posible que yo haya nacido?, ¿Cómo, de la nada, he venido yo a existir?
*El sujeto humano queda, de este modo espontáneo, atrapado entre dos certezas absolutas en su vivencia pre-reflexiva: se nos impone la propia vida, una vida de condición inteligente y espiritual y, por ello mismo, de condición eterna, intemporal. Pero su fundamento –y es la otra certeza- no puede ser un yo temporal, finito y contingente, como el mío, sino que debe ser algún otro más grande que yo: un ser cuya realidad sea superior a la mía y en quien encuentra plenitud cuanto yo mismo experimento, y que es la razón de que yo también sea y piense ahora, Yo-infinito garantía de mi propio yo temporal.
*En el nivel de la demostración racional el autor justifica filosóficamente nuestra anterior experiencia intuitiva. El pensamiento como tal no es temporal, por ser una realidad espiritual, si bien en nuestra condición presente se halla sometido al flujo de los momentos. El lugar del espíritu no es la existencia temporal. Ahora bien, nuestro pensamiento es una realidad que pertenece a una persona de carne y hueso y, por lo mismo, que habita el tiempo y el espacio. Aunque temporal, nuestro yo trasciende a la vez el mismo tiempo. Realidad material, la nuestra, lo es también espiritual, síntesis preciosa de la realidad. Hemos nacido en el tiempo y sin embargo portamos una existencia que hunde sus raíces fuera de nosotros mismos, en otra realidad espiritual y eterna más grande que la nuestra, pues el espíritu no puede proceder sino de un espíritu. Esta argumentación nos conduce a la afirmación de un Principio que nada ni nadie puede circunscribir: un Ser en Acto puro, pensamiento absoluto, de quien proviene todo pensamiento, espíritu eterno y fuente participable de toda otra realidad espiritual.
* Todo preexiste, pues, en Dios, más no fuera de él –como en un ser propio del que, en realidad, carecen- sino precisamente en Su eterno y divino pensamiento: presentes a la divina ciencia, todas las realidades finitas y temporales existen de alguna manera como participaciones o semejanzas del inmenso ser de Dios. Vive todo en Dios, que lo conoce, con una existencia que coincide con Su omnipotente acto de intelección. Antes de existir en sí mismas, las cosas son en la mente de Dios, pensadas por él. Y esto vale tanto para los seres inteligentes y libres como para el resto de las criaturas que encontramos en el cosmos.