* Terminamos con este autor la presentación de los denominados «teólogos de la muerte de Dios». En su libro The future of Belief (El futuro de la fe) Dewart afirma que el cristianismo, más que un mensaje, es una misión. Lo que se han de comunicar no son ideas, sino una realidad. La tradición anterior ha basado su fe en la adhesión a un conjunto de afirmaciones pero sin tener en cuenta suficientemente la realidad, la experiencia. Por eso las afirmaciones de fe se han asociado a un sistema filosófico determinado ajeno a la mentalidad de nuestros días, pero impuesto en virtud del principio de autoridad.
* Con todo, el problema para el autor no es tanto la relación de la Iglesia con el mundo moderno, o si la religión es una cuestión privada o se ha de relacionar con la actividad profana, o cómo reconciliar la vivencia de lo sagrado y lo profano en la vida de los hombres. El problema más fundamental reside en la cuestión de si la fe significa algo dentro de la visión que el hombre tiene de sí mismo y del mundo, en la comprensión de la sociedad y de la cultura. Y aquí es donde se constata no ya una separación o indiferencia, sino incluso un conflicto y una oposición.
* La cuestión es, por tanto, la del alcance de la fe, la del valor de la dimensión creyente dentro de las vivencias del hombre actual. Hay quienes, aceptando el evangelio, rechazan que este tenga algo que ver con la experiencia real cotidiana; otros, en aras de una existencia humana auténtica, consideran que la religión no tiene nada que ver con ella. Pero si la religión no se traduce en vida, entonces queda reducida a una nota marginal de la vida, a un fenómeno ilusorio o de alienación.
* Este carácter conflictivo, entre la religión y el mundo, viene a poner de manifiesto que el hombre debe elegir, que su vida discurre entre no pocas contradicciones. Pero en medio de todo, la cuestión de Dios no está –no puede estar- ausente. El esfuerzo del creyente, de la teología o de cualquier postura teísta, ha de pasar por integrar la experiencia humana en el ámbito de la fe, lo cual implica, a su vez, una desmitologización del lenguaje religioso así como una deshelenización de las formulaciones dogmáticas.
* Para ser cristiano, piensa Dewart, no es necesario vincularse a una determinada filosofía. Al pensamiento de hoy ya no le dicen casi nada los esquemas y formulaciones griegos. Por eso en este autor se encuentra un rechazo de aquella tradición filosófica asumida (o incorporada), más o menos, por la Iglesia a la hora de formular sus dogmas. Dios es mucho más y su vida va más lejos que los términos filosóficos. Como algunos otros de los pensadores que hemos presentado, la cuestión fundamental en lo tocante al tema de Dios no es la demostración filosófica de su existencia, sino la experiencia de su presencia.
* Junto con la idea metafísica del ser, también la noción de un mundo jerarquizado es puesta en cuestión. La persona no es considerada como un ser racional, cúspide de la creación. No hay un orden jerárquico inscrito en la naturaleza que coloca al ser humano por encima de los demás. La experiencia de uno mismo constituye el modo de reconocimiento y de valorización de lo que somos y hacemos. Precisamente por esta dependencia de la fe respecto de la filosofía antigua es por lo que el cristianismo se ha visto impedido –o dificultado- a la hora de entablar un auténtico diálogo con el hombre de nuestro tiempo. Libre de esta estructura, y sin atrincherarse en su autoridad, la Iglesia tendrá que aprender a recuperar su encuentro con el hombre actual.