* Según leemos en el libro Croire, de B. Sesboué, la fe religiosa, es decir, la confianza total del hombre para con un Dios personalmente encontrado, ha nacido propiamente en el pueblo hebreo. El autor hace suya la idea de un gran estudioso de las religiones, G. Van der Leeuw. Con Abrahán nace, en este pequeño pueblo, la experiencia de una confianza absoluta en Dios, núcleo fundamental de su fe y de toda fe auténticamente religiosa.
* No se trata tanto, en esta peregrinación interior, de creer que Dios existe cuanto de aceptar su presencia en la propia vida, en la historia comunitaria y social, y hacerlo hasta sus últimas consecuencias. Se trata de confesar que el hombre existe por Dios y que éste es capaz de entrar en la historia humana para transformarla: Dios se aproxima a su pueblo y el hombre consiente en este divino encuentro. La conversión que la experiencia de la fe implica no consiste únicamente en un cambio de actitudes morales sino, y por encima de ello, en la renovación de toda la persona a partir de ese encuentro transformante con el ser sobrenatural de Dios.
* La fe es, pues, una relación estrecha entre Dios y un pueblo que se entrega mediante un pacto sagrado o alianza que configura no sólo las creencias, los ritos y sus normas, sino todos y cada uno de los ámbitos de la vida. El miembro de este pueblo encuentra en Dios una roca firme sobre la que edificar su propia historia, un pastor y guía salvador al que seguir hacia una tierra mejor. En la fidelidad de Dios el hombre encontrará argumento y fuerza para la suya propia, también cuando experimente la dureza de su fragilidad en las numerosas pruebas de la vida.
* Pero la fe es siempre una respuesta a la iniciativa salvífica de un Dios que se manifiesta y comunica, haciendo una alianza de amor y de perdón. Esta respuesta incluye siempre dos aspectos sumamente importantes: a partir del encuentro personal, la fe es en primer lugar aceptar la declaración amistosa que Dios realiza de distintos modos y en diversos tiempos. Sólo a partir de esta rendición incondicional a la persona divina, puede el hombre aceptar después el conjunto de las verdades propuestas. Así podemos decir que la fe es, en primer lugar, un acto de la inteligencia humana, en virtud del cual, y como respuesta siempre a la iniciativa de Dios que se manifiesta, el creyente tiene por verdadero una verdad determinada, o el conjunto de toda la revelación divina.
* Creer es entrar en un sagrado diálogo. Este diálogo anticipado ya en la experiencia del Antiguo Testamento manifiesta toda su hondura y su riqueza en el Nuevo, cuando la manifestación del Verbo Encarnado comunique la naturaleza del mismo: se trata del consorcio trinitario, eterna comunión de amor, en el que por la gracia todo hombre puede ahora participar. Se aclara así el verdadero rostro del sujeto divino que se comunica, y se abre sin limitación alguna la invitación hacia el humano confidente para que todo hombre, de cualquier raza y nación, descubra la verdad de Dios.
* La fe cristiana, culminación de aquella otra judía, se inscribe en la misma alianza de Dios con los hombres; pero ahora todo hombre puede conocer el precio definitivo de la recomposición de aquél vínculo violado, una y otra vez, por parte de todas las generaciones: el misterio de la Encarnación, de la pasión de Cristo, de su muerte y resurrección, pone de manifiesto la infinita desproporción que existe entre Dios y el hombre, sujetos de esta relación. Dios es fiel; ama y busca al hombre; lo reconcilia consigo una y otra vez. Por eso el hombre puede confiar, creer y esperar volver a recomenzar. La fe cristiana alienta toda esta inimaginable aventura de la religión. Así, la religión nos ofrece, sobre todo, un principio de vida real, absolutamente trasformada por la relación de comunión que se establece entre Dios y los hombres.