*Estamos comentando algunas de las cualidades (atributos) de Dios, a los que tiene acceso la inteligencia del hombre, incluso sin el auxilio de la fe. Un conocimiento, como dijimos, imperfecto pero no por eso inválido, que se apoya en las perfecciones que descubrimos en las cosas y en las personas que nos rodean, y que de alguna manera nos hablan de la causa de esas mismas perfecciones: una Causa –sumamente perfecta- que las debe contener todas ellas sin limitación alguna.
*Hemos visto que Dios es bueno, y que cuando afirmamos esta perfección no sólo nos referimos a su bondad moral, a su modo de tratarnos a nosotros pecadores, sino que también queremos decir que Dios es el sumo Bien, el fin no sólo de sí mismo (y de su amor) sino también de todos los actos de nuestra voluntad: en el fondo de nuestros deseos más profundos, reside el anhelo de un bien infinito y eterno que no puede ser otro que Dios. Hemos de añadir algo más: también nuestra inteligencia, como facultad representativa, tiende a apropiarse del mundo que nos rodea y hacerlo presente a la conciencia. Queremos conocer por naturaleza, desde que nacemos nos preguntamos por el sentido de las cosas, y no queremos que nadie nos engañe. Decimos que algo es “verdad” si nuestro pensamiento se ajusta a la realidad, si captamos de hecho las cosas como son y nuestras afirmaciones corresponden a los hechos reales.
*Pues bien, de Dios podemos decir que es la suma y suprema Verdad. En él está en grado máximo: Dios mismo es la verdad pues en su interior hay correspondencia perfecta, más aún, identidad absoluta, entre su inteligencia y su propio ser. Nosotros no siempre nos conocemos del todo, incluso a veces tenemos una idea de nosotros mismos que no corresponde a la realidad de lo que somos (y que otros se encargan de advertir). En Dios nada sucede así: Dios mismo es su propio conocimiento; en él su ser y su conocer se identifican.
*Pero además, como causa de las criaturas Dios es también verdad pues la idea que tiene en su mente eterna (si así podemos decir con nuestras palabras) corresponde con la realidad creada. Dicho con un ejemplo: si yo quiero hacer una casa, tengo su idea en mi cabeza, pero luego la realización concreta de esa casa no siempre corresponde con la idea proyectada antes, o no lo hace totalmente. La idea de la creación que Dios tiene sí se ajusta perfectamente a todo lo que ha creado. ¡Nada le sale mal! Él conoce perfectamente y sin error todo cuanto existe puesto que él mismo es la causa de su ser. Nada de cuanto existe se le puede ocultar a su vista. Antes de que las cosas sean Dios las conoce. Nosotros conocemos las cosas porque son, y después de que sean; pero Dios conoce las cosas primero, en sí mismo, y por eso las cosas después son. Incluso podemos añadir que el conocimiento de Dios es tan simple que lo sabe todo, lo conoce todo de una sola mirada, como de un solo golpe de vista: él no necesita hacer muchas afirmaciones, muchos juicios, ni dar muchos rodeos para llegar al fondo de las cosas, pues la realidad se encuentra íntimamente presente a su mirar.
*Decir de Dios que es la verdad significa también que él es veraz totalmente. Esto quiere decir que no sólo no se engaña, sino que tampoco nos engaña a nosotros. Es lo que significamos cuando decimos de un hombre que es sincero, que siempre dice la verdad, ajustándose a lo que piensa en su conciencia y a la realidad tal como es. Pues bien, nadie mejor que Dios es “sincero”, pues a nadie más que a él le ofende la mentira o el error; nadie mejor que Dios obra conforme a sus pensamiento; y nadie mejor que él piensa conforme a lo que las cosas son en realidad.
*Permitidme sacar una sencilla conclusión para nuestra vida: si Dios es la verdad en todos estos sentidos que he comentado, nosotros no podemos sino desear serlo también: estaremos en la verdad si aprendemos a mirarnos a nosotros mismos con claridad y transparencia, a la luz de Dios; estaremos en la verdad si nuestros juicios se ajustan a la realidad de los hechos y circunstancias que nos rodean, sin acomodarlas a nuestros intereses egoístas; estaremos en la verdad, finalmente, si nos acostumbramos a decir siempre y en toda circunstancia la verdad, desterrando de nuestra mente y de nuestra palabra la mentira y el error (también las famosas “mentiras piadosas”), por pequeño e insignificante que pueda parecer.