Cornelio Fabro, filósofo italiano del siglo XX, ha sido uno de los pensadores que mejor ha analizado el fenómeno del ateísmo reciente. A él le debemos las ideas que exponemos a continuación, de manera sencilla, para conocer mejor la cuestión. Perdonad en que insista, una vez más: todos estos textos, los precedentes y los que sigan a continuación, no agotan el tema. ¡Cómo poder hacerlo! Son breves pinceladas o argumentos apuntados, una sencilla síntesis de las cuestiones, con la pretensión de animar e introducir a una lectura posterior más honda.
*Se puede decir que, más que una conclusión, resultado de una larga especulación metafísica, el ateísmo responde a una posición inicial de partida, según la cual la idea de Dios resulta, sencillamente, superflua –cuando no perniciosa- para el hombre libre de nuestros días. Se parte ya de la negación de Dios, como si este postulado previo fuera la única condición, necesaria para la afirmación del hombre y del mundo. Y se hace no como quien busca, en dicha negación, un fin en sí mismo: confesar la no existencia de Dios parece ser, más bien, el medio para construir un nuevo humanismo, donde el hombre y sus capacidades son la única referencia de todo.
*El ateísmo se va convirtiendo, así pues, en el fundamento inicial sobre el cual se levanta el ambiente que nos envuelve, la cultura que nos domina. Toda la actividad social, política o económica parece no tener necesidad de Dios. La inmediatez con que se impone esta ausencia parece no inquietar ni la conciencia ni la voluntad del hombre. Se vive y se piensa, de hecho, como si Dios no existiera; y para muchos de los que sostienen que sí existe, su relación no se manifiesta en lo cotidiano: ha quedado reducida –pienso sobre todo en la Europa otrora católica- a poquísimos momentos de carácter tradicional, en los que declararse creyente no compromete, en el fondo, a nada. Recortadas sus aspiraciones más radicales y últimas, el hombre de nuestro tiempo vive y trabaja para tener, y tiene –y quiere tener cada vez más- para disfrutar. De este modo, se disimula o pasa por alto el conocimiento de la propia finitud, y el hombre se convence de que no hay lugar para una realidad absoluta e infinita.
*En este mismo sentido Fabro señala otro rasgo definitorio del ateísmo actual: éste ya no es un movimiento de pequeñas élites de intelectuales o creadores de doctrinas socio-políticas al margen de Dios. Ahora se trata, más bien, de la universalidad de una mentalidad que se generaliza y se impone cada vez más. Son los medios de comunicación social, son las tendencias que motivan a la masa, son las modas y las opiniones dominantes, las que muestran a las claras su radical incompatibilidad, más práctica que teórica, con el valor trascendente de Dios.
*Cornelio Fabro califica este fenómeno, además, desde la positividad y constructividad, entendiendo que, tras la negación de Dios, late el deseo humano de querer construir su propio dominio. Recuperar la auténtica dignidad del hombre, su grandeza y libertad, en un verdadero humanismo, no sería posible sin eliminar, previamente, las fuerzas que lo alienan, haciéndolo depender, inútilmente, de fuerzas opresoras. Sólo podrá tomar el hombre plena posesión de sí en la medida en que aprenda a suprimir la idea de Dios.
*Se trata, en el fondo, del imperio de la inmanencia. La medida de la realidad la da la razón humana y su valor la libertad finita del sujeto. Reducir el ser a lo que aparece y el valor a lo que aprovecha conduce a nuestro hombre contemporáneo, entre otras cosas, al abandono de todo planteamiento de alcance metafísico, y por ende, al abandono de Dios. Lo cual no deja de ser paradójico, toda vez que tras el ateísmo se esconde un empeño por negar la existencia del objeto que se enuncia.