*Hablábamos la última vez de dos argumentos que, aunque tal vez no tienen el peso filosófico de los otros anteriormente explicados, no carecen por ello de cierto valor, sobre todo en cuanto signo o interrogante para la conciencia del hombre que, insaciable en su inteligencia, busca continuamente el conocimiento de la verdad: se trataba del testimonio de los místicos y del consenso universal respecto de la religión. Pero no quiero terminar esta breve exposición sin mencionar otras dos cuestiones, con las que podemos dar por concluida nuestra aproximación al tema de la demostración racional de la existencia de Dios. Me refiero al deseo de felicidad, como plenitud de la vida humana y a la búsqueda de la verdad, como aquél descubrimiento absoluto en el que la inteligencia humana encuentra su objetivo y su descanso.
*Que el hombre –todo hombre- busca siempre su felicidad, en todo lo que hace, es algo de lo que podemos dar fe nosotros mismos. Pero no menos cierto es que, continuamente, experimentamos una menor o mayor frustración, ante la imposibilidad de no poder encontrarla siempre en las cosas que hacemos o queremos. Ninguna cosa de las que nos rodean nos asegura el gozo pleno y duradero, y en ninguna encontramos la respuesta al sentido último de cuanto nos inquieta: cantidad de éxitos, largo tiempo buscados, se nos escapan velozmente, y no pocos fracasos, temidos o rechazados, se nos imponen con frecuencia de manera inevitable. En medio de esta tensión vital, nuestra búsqueda no sólo no desaparece sino que, a medida que avanzamos en edad, se hace más seria y profunda. El hombre se descubre como un ser finito pero portador de un anhelo abierto a lo infinito. La conclusión de este modo de razonar nos conduce a la siguiente afirmación: si no existe Dios, en cuanto Bien infinito, fin último y definitivo de nuestro obrar, la vida humana (con todas sus fatigas y compromisos) resultaría un fracaso, abocada al sinsentido más oscuro o al absurdo. Pero en lo interior de nuestra conciencia, de nuestro corazón, algo nos dice que vale la pena vivir, aun en medio de las contradicciones y sufrimientos, porque en Dios se encuentra aquella certeza definitiva para que una vida se considere plenamente lograda. No es cuestión de terminar pensando que el hombre, en su necesidad más íntima, ha inventado a Dios, sino más bien de reconocer, en la aspiración humana más honda, una impronta dejada por Dios creador.
*El otro argumento, que nos recuerda a las reflexiones profundas de San Agustín, afirma que la idea de Dios y la de verdad están profundamente ligadas: si Dios no existe no hay garantía de la verdad de nada. Dado lo frágil de nuestra mente y la cantidad de errores a que se expone nuestra inteligencia, así como las afirmaciones provisionales de nuestro lenguaje, no podríamos pensar en una verdad necesaria y eterna, objetiva e inmutable, sin descubrir su vínculo con Dios. Una verdad, si lo es, ha de serlo para siempre; pero en nosotros no está asegurar una permanencia de la que carecemos. Únicamente ante Dios, sólo en su eterna sabiduría, puede encontrar fundamento sólido nuestra humana pretensión de alcanzar la verdad. Se entiende entonces que la negación de Dios desemboca, tarde o temprano, en posturas escépticas que niegan la posibilidad de un conocimiento de la verdad última de las cosas. De este escepticismo, que desconfía de la capacidad de la razón, se desprende, a su vez, aquel relativismo que sostiene que las verdades son siempre dependientes de las circunstancias y que, por tanto, ni son absolutas ni eternas.
*Como indicamos acerca de las dos argumentaciones anteriores, tampoco estas son objetivamente irreprochables, ni hacen evidente el misterio de Dios a quienes lo niegan. Podemos decir que tienen un valor de persuasión, o de indicio testimonial para quienes las reciben sin prejuicios ni rechazos previos. Por limitados que sean los argumentos, no por ello carecen de validez intelectual y moral: recuerdan a todo hombre el valor de lo que viven en el interior de sus facultades, el sentido auténtico de la vida humana, todo lo cual, lejos de ser un sufrimiento inútil, apunta y busca un cumplimiento pleno de significado en Dios.
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Gracias. Vicente
Querido Vicente, en realidad yo sólo escribo en la versión online este blog. Supongo que para subscribirte podrás escribir a alguna dirección de redacción que aparezca en la versión en papel o llamar a alguno de los teléfonos que en el periódico aparezca.
Siento no poder decirte más y gracias de todos modos.