* Las pruebas de la existencia de Dios nos conducen a un Ser eterno, causa primera de todas las cosas. Se trata de una remontada desde las cosas (efectos) a su creador (causa). Es natural que cuando la inteligencia conoce algo imperfectamente, a partir de algunos de sus reflejos, desee conocerlo de un modo más perfecto en sí mismo. En la esencia de nuestra inteligencia se inscribe el insaciable deseo de penetrar el ser de las cosas. Como observa Maritain, el deseo natural de conocer la Causa primera, en su esencia, contiene en sí el signo de la imposibilidad, en que se encuentra la naturaleza, de satisfacerlo.
* Conocer a Dios en su esencia es algo que trasciende las fuerzas de toda naturaleza creada, pues equivale a poseer a Dios intuitivamente, de modo directo y transparente, sin la mediación de ninguna idea de las que nacen en el espíritu humano. En el fondo, significa conocer a Dios divinamente, como él se conoce a sí mismo y como nos conoce a nosotros mismos, en su misma luz increada. ¡Un anhelo prometéico de todos los hombres y de todos los tiempos!
* Es humano desear aquellas cosas que superan la medida de la propia naturaleza humana, pues responde a una condición que, sin bien finita, se encuentra siempre desbordada y superada por su dimensión espiritual infinita. Nuestro deseo se dirige al infinito porque la inteligencia apetece conocer el ser, y éste es infinito. También deseamos ser libres, sin la posibilidad de pecar y alcanzar una bienaventuranza sin la posibilidad de perderla jamás.
* Este deseo mira más allá del propio fin para el que está constituida la naturaleza del hombre: en la medida en que trasciende todos sus límites, el deseo de ver a Dios es ineficaz, pues no está en la misma naturaleza humana el poder saciarlo plenamente, y por ello es condicional, supeditado a muchas otras circunstancias. Pero, en la medida en que brota del propio dinamismo natural de la inteligencia humana, no es algo aprendido, impuesto, sino que emana de la propia naturaleza, y es por ello natural, necesario: por eso mismo no puede ser vano. Nace de lo más intimo de nuestro ser, y en él se juega la sabiduría o necedad de nuestro comportamiento existencial. Dicho con otras palabras: no corresponde a las fuerzas naturales del ser humano que sea satisfecho, pues se dirige a una meta superior al alcance de esas mismas fuerzas, pero sí es preciso que pueda ser satisfecho, ya que surge de la realidad natural del hombre.
* La reflexión apunta, de este modo, a lo que santo Tomás de Aquino denomina la “potencia obediencial”: es posible que aquello que es inalcanzable, de suyo, para el sólo hombre, no lo sea para ese mismo hombre levantado por una realidad superior: el cumplimiento de la posibilidad natural, que nuestra reflexión reconoce en la mente y el corazón humanos, depende en última instancia de la gracia de Dios. Pero el hecho de que esa capacidad, que nos abre al don gratuito de Dios, sea natural, explica que este mismo don no sea algo ajeno, superfluo o innecesario para nuestra vida. Libremente la acción divina viene a saciar en nosotros una tendencia que nos corresponde por naturaleza: a esta le corresponde buscar sin cansarse (y por eso el hombre no es una pasión inútil), sabiendo que el remate de su cumplimiento lo recibe desde arriba como don (y por eso la gracia no deja de serlo).
* Sin discurso, muchas veces con un solo impulso, el alma humana barrunta la presencia oculta y misteriosa de Dios en su interior de modo que, intentando, no logra dar sentido a cuanto experimenta, si no es a partir del mismo Dios. Pálpito del corazón, el hombre sabe que si se lanza a la aventura de probar a Dios es porque, de alguna manera, ya lo tiene, pues no se prueba lo que está, totalmente, ausente. No se desea lo que se desconoce absolutamente, decía san Agustín; pero se desea precisamente porque no se posee totalmente. Ahora bien, siendo esta presencia sentida de Dios espiritual, es decir, aprehensible únicamente para el espíritu, el hecho de que una sociedad como la nuestra dé la espalda a cuanto tiene que ver con la espiritualidad, entre otras cosas, explica el drama de un Dios que se aleja de nuestro horizonte.