* Aunque Marx califica a la religión como “opio del pueblo”, en realidad la verdadera experiencia religiosa, cuando lo es, no puede sino comprometer al creyente con todas sus fuerzas en la sociedad a la que pertenece, a fin de mejorarla, de hacerla más habitable y humana. Lo cual no quiere decir que el contenido del evangelio sea, primeramente, de orden temporal o natural. No lo es. No es una alternativa a las diversas ideologías políticas o económicas que nos encontramos al pie de la calle. El Reino de Dios no es de este mundo, aunque se ofrece a los hombres que, mientras habitan este mundo, deban hacer lo posible por anticiparlo. La fe del creyente, como el Verbo eterno de Dios, se encarna y así transfigura las obras que hace con sus manos. Por eso, no es –no puede ser- ajeno al contenido del evangelio la pretensión de un mundo más fraterno, en el que desaparezcan las desigualdades que ocasiona el egoísmo, la violencia y la guerra, el hambre o cualquier otra injusticia social.
* El cristianismo, si quiere desarrollarse en diálogo con los hombres de nuestro tiempo, debe contribuir a crear un clima ético social adecuado, que no sea meramente la expresión de mandatos negativos, sino que sepa presentar el lado positivo y dinámico de la ética, que se desprende de una visión religiosa así. Esto no quiere decir que la religión cristiana se reduzca a unos enunciados de ética general, alcanzable por el recto uso de la razón natural. Su horizonte es el de la gracia, es la vocación sobrenatural a la santidad. Pero como la gracia no anula la naturaleza, el encuentro con la fe, lejos de hacer innecesario el compromiso moral, lo hace posible y lo perfecciona.
* La fe alienta para cumplir con las obligaciones de la moral, a la vez que amplía el horizonte de la normativa moral, no conformándose con lo que podría pretender una pura visión legal de las cosas: “Si no sois mejores que los paganos…”. Se apoya en la visión divina acerca del hombre, en su proyecto de salvación: no concibe la sociedad simplemente como la mera convivencia entre individuos que comparten la finalidad de la especie, sino como una auténtica familia con vínculos nuevos de fraternidad.
* Esta visión “optimista” del hombre y de sus relaciones (lo cual no significa ignorar las dificultades y conflictos propios de cualquier grupo social) ha de evitar todo apriorismo dogmático, que pueda excluir de antemano a no pocas personas, religiosamente indiferentes o incluso contrarias. No existen soluciones precipitadas, ni se pueden imponer posturas a partir de los prejuicios. En la medida de lo posible, y siempre que no se traspase el límite de la moral, la Iglesia deja libertad en la elección de los medios humanos sabiendo distinguir bien entre esos y los fines. Es el fundamentalismo dogmático el que hace de lo provisional, algo definitivo, y de los medios, fines últimos.
* Del cristianismo se desprende lo que podríamos calificar como una “ética personalista”, centrada en el sujeto humano y su verdadera dignidad. No son las normas vacías ni los intereses políticos, ni el sentido útil de la vida o lo confortable de esta, cuanto mueve a concluir, desde la misma religión, un principio universal de acción. Es el amor y el respeto a la persona, fin en sí mismo, lo que cuenta. Por eso, la ética que un cristiano puede compartir con quien no lo es, es la que sirve a la primacía de la persona y a su dignidad; la que busca el orden –en cualquier aspecto de la vida- en lugar del caos, la justicia en vez de la revolución o el terror, el diálogo más que la descalificación. La defensa de los deberes y los derechos de todo hombre, desde los más esenciales e inalienables a otros más accesorios, es una característica importante que no puede faltar en el clima social que crea, promueve y desarrolla el cristianismo. Un buen ejemplo de cuanto hemos dicho lo observamos en las zonas de misión: el encuentro de la fe cristiana con otras culturas o realidad sociales, hasta ese momento extrañas a la fe, se convierte en una experiencia fecunda de resultados asombrosos para la vida de los hombres y sus pueblos.