* Con su libro The Secular City (La ciudad secular) Harvey Cox se dirigió a estudiantes de nivel introductorio y no a teólogos de profesión, presentando una visión de la ciudad cristiana en nuestra era tecnificada y secularizada. Nadie piensa que al autor sea ateo, pues analiza las estructuras de la Iglesia, el lenguaje de la fe o el reto del compromiso cristiano en medio de los problemas actuales. En el punto de mira, pues, está el encuentro entre la civilización cristiana –que ha perdido su hegemonía exclusiva- y la cultura contemporánea.
*Para el autor, el proceso de secularización no es, en principio, tan negativo como se podría pensar, pues sirve para una purificación de la misma fe. Incluso afirma que dicho desarrollo de desacralización del poder, del mundo, tiene en la Biblia su origen último. Frente a la mitología antigua, la Biblia “seculariza” los elementos de la naturaleza: la verdad de la creación y la alianza apunta hacia una digna autonomía del mundo y de la historia de la sociedad. A la luz de la Escritura, toda la vida es secular, forma parte del entramado de la historia natural. Esta especie de desencantamiento no sólo alcanza a la naturaleza, al introducir el dogma de la creación, por el cual el cosmos pierde el carácter sagrado o mágico que tenía para el mito. También la política, a raíz de la experiencia del éxodo, impone una ruptura con una concepción sagrada de la realeza, ligada incluso a la concepción divina de los astros. Por último, los valores sufren también la secularización que los relativiza, al emerger Dios como valor supremo y absoluto.
* La base de este libro, central en su pensamiento, consiste en la aceptación de la ciudad secular, de una secularización que engendra un nuevo género de vida, propio de los modernos núcleos urbanos. Esta cultura ha permitido, en un anonimato creciente, el desarrollo de la libertad actual y la aparición de las nuevas redes de comunicación. En medio de todo este contexto, el pluralismo ideológico no puede sino ser bienvenido, aunque el precio a pagar sea, no pocas veces, el deterioro de la vida privada y del carácter más personal de las relaciones antiguas.
*Cox representa la tradición protestante de las “Iglesias libres”, una nueva versión del “Evangelio social”, y toma no pocos elementos de su teología en Europa. Con todo, la secularización no está exenta de dificultades. El reino de Dios ya está comenzado en este mundo pero todavía no ha culminado. El evangelio no se puede identificar, sin más, con una civilización determinada: la reconciliación ofrecida por Jesús (actualizada en nuestra sociedad), la liberación de cuanta servidumbre nos esclaviza, y la esperanza de una nueva humanidad, son elementos esenciales del anuncio de un reino de paz que ya está comenzado.
*A la luz de esta noción dinámica del reino de Dios, los cristianos han de aprender a vencer toda parálisis social a fin de incorporarse en la construcción de un orden más humano. Dios no es el supervisor de un orden establecido e inmutable, ni el evangelio garantiza la inmovilidad política o social; al contrario, en ellos se encuentra el germen para una auténtica revolución social. La Iglesia hace presente, anticipando, la venida escatológica de Dios, pero es en la historia donde este encuentro tiene lugar. Sólo desde su compromiso con la sociedad en el mundo actual podrá la Iglesia llevar a cabo su misión de auténtica liberación cultural. Sus esquemas tradicionales de comunidad religiosa han perdido ya su vigor. Pero si la liberación se inserta en la ciudad secular, puede que se corra el peligro de sacralizar –idolatrar- ahora su sistema económico del capital.
*Este pensamiento nos recuerda, ciertamente, que la sociedad de nuestros días ha perdido el carácter sagrado de antaño y que, en ella, Dios ya no tiene lugar y la Iglesia tiene el riesgo de ser considerada como un museo de la antigüedad. En este contexto, nuestro lenguaje de Dios debe cambiar, desvincularse de una metafísica que nada ofrece a la actualidad y aproximarse al de las relaciones sociales. Por eso Cox entiende que el Dios trascendente de la religión se expone a perder cualquier vinculación real con el mundo. En efecto, el de un lenguaje más puro y humano constituye, para este pensador, uno de los problemas fundamentales a tener en cuenta.