*Hemos visto que, a partir de las cosas naturales que nos rodean, el hombre puede conocer o aproximarse, por la fuerza de sus sola razón, a lo más profundo de Dios. La semejanza de las perfecciones descubiertas en las cosas son un reflejo (o al menos pueden serlo) para que nos preguntemos por su causa última, por el grado supremo en que dichas perfecciones se dan, por el sentido último de todo. Pero puede también el hombre mirarse a sí mismo y en su ser personal, como un sujeto subsistente consciente y libre, descubrir la huella más íntima y real del ser de Dios. Si el ser personal es el más perfecto de la escala de los vivientes, entonces Dios tendrá que tener sus perfecciones características, pero en grado eminente, en el escalón más alto y perfecto.
*Puesto que Dios es inmaterial posee la ciencia o inteligencia en su perfección más alta: esta facultad es propia, precisamente, de los seres personales (espirituales). En efecto, Dios conoce, más aún, se conoce a sí mismo, desde siempre y de forma inmediata, sin necesidad de ninguna mediación: de palabras, de ideas, de juicios, etc. Él mismo es el objeto, totalmente transparente, de su conocimiento. Pero además conoce los demás seres reales: los que son (o han sido) los conoce de hecho, pues participan y reciben de él –su creador- la vida. Ahora bien, conoce todo en su propio corazón, en sí mismo. Otras cosas que dependen de diversas circunstancias, y nunca llegarán a ser realidad, las conoce pero como meras posibilidades. Todo lo ve y conoce en un acto simple y perfecto de su inteligencia divina. Con un ejemplo, aunque imperfecto: es como un pintor que conoce en su cabeza los muchos cuadros que ha pintado, o que está pintando, o que va a pintar en el futuro; pero dicho pintor también conoce (tiene en su cabeza) otros muchos cuadros o posibilidades que nunca va a pintar por muchas razones: falta de tiempo, de gusto, etc.
*También Dios tiene voluntad, como apetito racional del bien: pero como Dios es la suma bondad, el bien supremo, su querer se dirige a sí mismo. Dios se quiere a sí desde siempre, y no puede no quererse. Él es, además, el fin último de todo cuanto ha creado por amor. A estas cosas creadas Dios también las quiere libremente: no está obligado ni determinado por nada ni por nadie, salvo por la libre elección de su voluntad. En un solo acto Dios se conoce y nos conoce; en un solo y mismo acto Dios se quiere y nos quiere. Así de perfecto y de inmutable es. Ahora, Dios quiere las cosas irracionales en tanto que ordenadas al bien de los seres espirituales, mientras que a estos Dios los quiere como fines en sí mismo, nunca como medios o instrumentos. En el amor de Dios, pues, no hay ni coacción ni necesidad
*Terminamos señalando que Dios, si el poder es una perfección, también la tiene: Es poderoso, más aún, omnipotente. Dios lo puede todo, puede todo aquello que no es contradictorio, todo aquello a lo que conviene el ser. Su potencia es, como su ciencia, infinita. Cuando se pregunta, a veces, si Dios podría hacer una montaña infinita, otro Dios grande como él, o cosas así, en el fondo se comete un error: Dios es omnipotente, pero hay cosas que, sencillamente, son absurdas, sin sentido. En esos casos habría que decir, no que Dios no lo puede hacer, sino que lo ilógico e irreal no puede ser hecho.