Aunque soy periodista, creo que nunca me acostumbraré a las malas noticias. Eso es lo que me ha sucedido esta pasada primavera, cuando, como cada vez que vengo de visita a mi Astorga natal, he ido a ver a mi buena amiga Sor Concepción Vidal a la Residencia de Ancianos Virgen de los Desamparados de Astorga (León). “¿Sor Concepción Vidal?” – me han dicho en la portería al preguntar por ella. “Si, vengo a verla y le traigo unas cosas” – he dicho. “Sor Concepción Vidal ha fallecido”.
Me ha costado mucho creerlo. La última vez que habíamos estado juntas por Navidad se encontraba muy bien y cuando le aseguré que cada mañana rezaba por ella y su salud, pues había tenido una temporada un poco complicada con varias caídas y roturas de costillas y sus consiguientes complicaciones, lo cierto es que se encontraba mejor y me dijo que no hacía falta. “Bueno, -le dije yo- voy a seguir rezando”. Esa tarde de Navidad estuvimos sentadas juntas en la magnífica capilla de la Residencia, donde tantas veces nos encontrábamos y charlábamos. Rezamos juntas el Rosario, pues yo no había llegado a tiempo al que rezan siempre cada tarde con los ancianitos. Y nos poníamos al día.

Hace casi once años que la conocí. Yo tenía 32 años y acababa de perder a mi madre de manera sorprendente debido a una enfermedad rara que se la llevó en tan sólo dos meses y con sólo 67 años. Para rezar tranquila y apoyarme en el sagrario, me acercaba a la capilla del Asilo, muy cercana a mi casa. Sor Concepción siempre estaba allí. Cuidaba las flores del altar, limpiaba y dejaba todo reluciente preparando con detalle y esmero cada elemento de la liturgia sagrada. Cuando se acercaba la Misa de Gallo hablábamos de cómo vestía a cada Niño Jesús del oratorio y en una ocasión me permitió dar un beso a una Sagrada Forma antes de ser consagrada “Para cuando llegue Jesús” – me dijo, “se encontrará tu beso”.
Su buena mano con las plantas me hacía recordar a mi madre y yo creo que hablamos de eso la primera vez, pues también cuidaba de las plantas de las galerías y estaba pendiente del jardín trasero. Durante mis viajes por el mundo tanto por placer como visitando proyectos de cooperación debido a mi trabajo en Manos Unidas, le enviaba postales que veía con flores. Y pronto ella empezó a enviarme periódicamente cartas con oraciones y con imágenes de la Virgen, del Niño Jesús, de San José.

Juntas vivimos, años después, el fallecimiento de mi padre en 2011, y también el de su cuñado Juan Antonio, y el fallecimiento de Sor Constantina y de Sor Lucía, otra de sus hermanitas de la Residencia poco tiempo atrás. Ambas creyentes, nunca dejamos que la muerte nos llenara de tristeza, pero siempre compartimos juntas esos dolores y muchas alegrías también y cosas del día a día y de la actualidad de la vida de la Iglesia. Con escalofríos recuerdo cómo me contaba que tenían que cuidar de que al llevar al Hospital de León a sus ancianitos, se notara que iban acompañados, porque “si los ven solos– me aseguraba- enseguida les administran morfina”. Aquello me escandalizó por la crudeza y naturalidad con la que contaba una práctica que yo consideré, sin ninguna duda, próxima a la eutanasia y digna de una mayor y más profunda investigación y posible denuncia posterior.
No se le escapaba ninguno de mis artículos en Día 7 o en Alfa y Omega, y a veces nos regalábamos algún libro o revista. Aún tengo algunos números de Anales la revista de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados o el libro de los “Ejercicios Espirituales con el Hermano Rafael” que tanto le gustó. Y en nuestras conversaciones también comentábamos la actualidad, pues le gustaba escuchar la Cope y sobre todo a Radio María, con sus auriculares, mientras recogía la capilla o colocaba algún centro floral.

Precisamente para poder escuchar la radio me dijo la última vez “Tráeme más auriculares, que ya no me quedan desde la última vez”. Y es que siempre le llevaba varios de mis viajes (no quería unos mejores) y en el tren y en los aviones siempre les pedía otro par de auriculares a las azafatas “para una amiga”. Esta vez le traía varias decenas acumulados de varios viajes y recopilados de amigas a las que les he hablado de ella. Pero ya no se los he podido dar. Y lloro pues sé que ya no podrá rezar por mí como hacía, ni escribirme más cartas. Lloro porque se ha ido mi amiga. Pido su oración desde el Cielo donde sé que se ha ido directa a encontrarse con María de los Desamparados y donde su sonrisa y su bondad será seguro recompensada por Jesús, su esposo al que siempre amó tanto y con quien tanto deseaba estar.

EL CUIDADO POR LOS DETALLES
Sor Concepción de San Francisco de Asís Vidal San Martín (Mansilla del Páramo 1 de mayo de 1942 – Astorga 4 de febrero de 2018) era la mayor de tres hermanos, Aurora y Constantino. Ingresó Estuvo en Masarrochos (Valencia) y en Córdoba y Sevilla de “Martita” y muchos años en Aguilar de Campoo . Ingresó en las Hermanitas de los Ancianos Desamparados el 12 de octubre de 1954 y se consagró personalmente al Corazón de Jesús el 8 de diciembre de 1956. Y ya, el resto de sus “fechas especiales” siempre fueron el 30 de abril: en esa fecha de 1958 tomó los hábitos, en 1960 la Primera Profesión, en 1963 la Profesión Perpetua, en 1985 las Bodas de Plata y en 2010 las Bodas de Oro. Sor Concepción tenía por costumbre guardar frases bonitas. Y también con sus recuerdos personales guardaba cuidados y elaborados recordatorios de sus “fechas especiales”.
En sus cartas muchas veces incluía esos mensajes, seleccionándolos con todo mimo. Casi siempre eran relacionados con Jesús y con la Virgen y mensajes especiales para Navidad y Pascua. Pero siempre añadía a esas cartas con mensajes ya elaborados sus propias letras con cariños y oración para la amiga a la que escribía.
