Como cristianos, la cuestión de la Inmigración no nos puede dejar indiferentes.
Nunca olvidaré esa sensación de estar en otro mundo. Crucé por primera vez la frontera con Marruecos en la primavera de 1993, justo hace 30 años. Fue el destino de mi viaje de fin de curso de Secundaria y llegamos desde Astorga (León) cruzando la península para coger un ferry de Algeciras a Tánger. Precisamente ese año se empezaba a construir en Ceuta, la que sería una de las primeras vallas contra la inmigración en Europa y tres años después, en 1996 la de Melilla. Después vendrían la de Lituania y Bielorrusia, la de Grecia y Bulgaria con Turquía, para multiplicarse entre 2015 y 2017 con la llamada “Crisis de los Refugiados” y desde 2018 ante las amenazas de Rusia. Hoy en total las vallas de Europa suman más de 2.000 kilómetros.
Tan cerca y tan lejos
Regreso a Marruecos para trabajar sobre inmigración y desarrollo. Llego a Melilla y el taxista que nos lleva hasta la frontera nos cuenta que de pequeños los niños de Melilla y los de Beni Ensar (Nador) jugaban al fútbol. Eso ha cambiado mucho. Las alambradas, vallas y controles mutilan el paisaje y se extienden hasta en el cementerio. Incluso dentro del mar.
Lo primero que me llama la atención es mi propia ignorancia al descubrir que los cristianos estamos presentes en el Norte de África desde el siglo II (D.C.) y que la Iglesia católica sigue muy presente en Marruecos con dos Diócesis históricas esenciales: Rabat y Tánger, ambas directamente dependientes de la Santa Sede y sumando unas 25.000 personas bautizadas (2.500 en Tánger y el resto en Rabat). Y descubro que la Archidiócesis de Tánger o Tingitana a la cual pertenece Nador, ocupa 20 000 km² del Norte de Marruecos y fue fundada en 1472. El pasado 25 de marzo, Mons. Emilio Rocha Grande OFM fue consagrado su nuevo arzobispo.



Hoy en Marruecos más de 1,6 millones de personas viven en situación de pobreza y 4,2 millones en situación de vulnerabilidad, sobre todo en zonas rurales. Y con esta situación es un alivio saber que allí está presente Manos Unidas, la ONG de Desarrollo de la Iglesia católica española que dedica parte de sus fondos a fomentar el desarrollo en el país vecino con proyectos de Educación, Derechos Humanos y Sociedad Civil, Derechos de las Mujeres y la Equidad, Alimentación, Agua y el Saneamiento.
Ana Lucas, responsable de los proyectos de Manos Unidas en el Norte de África (Marruecos, Mauritania y Egipto) destaca que “en todos los proyectos que se apoyan en Marruecos se apoya el acceso a los derechos de las personas, y entre la población migrante se presta especial atención a los menores y mujeres que llegan de toda África y otros países y que sufren una mayor vulnerabilidad o indefensión. Además, entre los jóvenes, tenemos muy presente la construcción de una cultura de paz”.
En Nador, Manos unidas apoya el trabajo de la Delegación Diocesana de Migraciones (DDM) de la Diócesis de Tánger, formada por equipos multiculturales e Inter congregacionales, Hijas de la Caridad y Compañía de Jesús), la Cáritas de Nador y la Congregación de las Esclavas de la Inmaculada Niña o “Infantitas”. Y aunque es muchísima la labor que se realiza, Ana destaca entre los proyectos apoyados a la iglesia católica de Nador “el Centro Baraka de Formación Profesional e Inserción Socio-laboral su taller de costura y bordado que coordinan las “Infantitas” y la ayuda que se da a mujeres y niños de la calle con alfabetización y apoyo escolar”


El Padre Alvar Sánchez, SJ, delegado de la Cáritas de la Diócesis de Tánger (Marruecos), señala que “Nador es un punto de confluencia de las rutas migratorias del oeste y norte de África donde confluyen personas de Oriente Medio (Siria, Palestina o Yemen), de África subsahariana (Guinea Conakry, Mali o Costa de Marfil) y de la región del Magreb (Marruecos, Argelia o Túnez)”. Y también que “es “tierra de encuentro” de diferentes culturas (magrebí, europea y subsahariana), diversas lenguas (árabe, español, francés, rifeño) y varias religiones (musulmanes, judíos y cristianos)”.
No son números, son personas.
Monseñor Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tánger, denunciaba en 2013 que 6 personas perdían la vida cada día tratando de llegar a España. En 2021 se llegaron a registrar 4.404 fallecidos, es decir, cada día murieron 12 personas. Y ya llegan a 11.286 las personas fallecidas en los últimos cinco años, tal y como denuncia el Colectivo Ca-Minando Fronteras fundado por la periodista, investigadora, activista y defensora de Derechos Humanos, Helena Maleno.
El Papa Francisco es uno de los pontífices que ha afrontado la cuestión de la migración con mayor fuerza y lo ha convertido en uno de los temas esenciales de su pontificado. Sus discursos, homilías y mensajes tratan el tema, pero también sus gestos y viajes. Así, su primer viaje el 8 de julio de 2013 fue a la Isla de Lampedusa donde comenzó a hablar con fuerza de la “globalización de la indiferencia” y la “cultura del descarte”, mensajes esenciales en Francisco.
Con motivo del 70 aniversario de la Organización Internacional para las Migraciones en Ginebra el 29 de noviembre de 2021 el Papa se preguntaba “¿Qué beneficios aportan los migrantes a las comunidades que los acogen y cómo las enriquecen? Por un lado, en los mercados de los países de ingresos medio-altos, la mano de obra migrante es muy demandada (…). Por otro lado, los migrantes suelen ser rechazados y sometidos a actitudes resentidas por muchas de sus comunidades de acogida.”
Pero además el Papa insistía en que “no debemos dejarnos sorprender por el número de migrantes, sino encontrarnos con todos ellos como personas, viendo sus rostros y escuchando sus historias, intentando responder lo mejor posible a sus singulares situaciones personales y familiares” y admitía que “esta respuesta requiere mucha sensibilidad humana, justicia y fraternidad. Tenemos que evitar una tentación muy común hoy en día: descartar todo lo que resulta molesto” sin olvidar que “no se trata de estadísticas, sino de personas reales con sus vidas en juego” y que “la Iglesia católica y sus Instituciones seguirán con su misión de acoger, proteger, promover e integrar a las personas que se desplazan”.
Los “slums” de Almería
No queremos mirar la realidad cuando está muy lejos. Pero aún es más triste cuando no queremos mirar la realidad que está cerca y nos toca y afecta.
Cuando hace diez años visité India por primera vez y regresé a España recuerdo contar a mis amigos y familiares la experiencia impactante de la visita a los “slums” o barriadas infrahumanas en los alrededores de la estación de tren de Varanasi y con ese impacto hicimos fiestas solidarias para ayudar a los misioneros que trabajan allí con niños abandonados.
Ahora regreso de visitar Marruecos y también Almería, siguiendo así la ruta migratoria de Alborán. Y vuelvo impactada tras conocer las condiciones de vida y los abusos que sufren quienes logran llegar a la península y sostienen con su trabajo gran parte de la economía agrícola española. Pero los míos no me escuchan igual y en seguida abren un debate político.
En mi retina las imágenes de los “mares de plástico”, cientos de miles de invernaderos distribuidos en zonas “Poniente” y “Levante” (a derecha e izquierda de la capital) y que se ven incluso desde la luna. ¿No me crees? Prueba tú mismo y busca el mapa de Almería en tu smartphone u ordenador ¿ves esa mancha blanca? Aléjate y verás que no desaparece ni mirando desde el espacio. Según me explica Miguel Pérez, ex delegado de Manos Unidas en Almería, la idea de estos invernaderos nació en 1963 gracias al ingeniero agrónomo Bernabé Aguilar quien revolucionó la economía de la zona para siempre con las técnicas agrícolas del “enarenado”, el “abrigo de plástico” y otras ideas de Israel y Holanda,



Pegados a esos invernaderos que producen los tomates que comemos, hay cientos de “slums”, aquí llamados “asentamientos”. Visito el de Atochares de la mano de los jesuitas Daniel Izuzquiza y Joaqui Salord que atienden a las personas, en su gran mayoría hombres, que viven allí. Y en los días de mi visita soy testigo de sus desvelos y trabajos junto a otras asociaciones, congregaciones y colectivos en los días previos al desalojo y derribo de “El Walili”, que era uno de los cerca de ochenta asentamientos que se calcula que hay diseminados en la localidad de Níjar. Allí malvivían sin agua potable o alcantarillado y con electricidad precaria entre 300 y 400 personas en chabolas construidas con maderas, plásticos y cartones. El desalojo se produjo de modo “precipitado y torpe” y calificado por muchos como “demagógico y político” pero, sobre todo, y tal y como denunció la Comisión General de Justicia y Paz, acciones así “no sirven para resolver el problema de la falta de vivienda y de oportunidades laborales de estas personas” que pasa y “empieza por reconocer su dignidad y facilitarles el acceso a la residencia y a un trabajo digno”.
En esos días he podido también descubrir la vinculación de un sacerdote, Diamantino García conocido como “el cura de los pobres”, como fundador del SOC-Sindicato de Obreros del Campo. Al parecer cuando vivió la realidad de la emigración de los habitantes de Los Corrales (Sevilla) decidió unirse y convertirse en jornalero temporero, renunciando a su sueldo como cura. Y es que, pese a todo regreso de Almería emocionada y esperanzada tras escuchar hablar con enorme pasión y profesionalidad de cómo se atiende a los inmigrantes al llegar a la costa a Marga Veiga, responsable provincial del Grupo de Inmigrantes de la Cruz Roja, después de haber visto en acción a las hermanas Mercedarias de la Caridad dando alimento, vestido, educación y formación profesional a las personas migrantes de Nijar, la mayoría marroquíes y después de haber conocido la labor que hacen Cáritas Almería, Almería Acoge, la Plataforma Almería Contra la Pobreza y la Mesa del Tercer Sector.





Verdades muy incómodas
Dos realidades sobre las que he reflexionado paseando por el monte Gurugú, oteando el horizonte del Mar de Alborán y de la “Mar Chica” y recorriendo el “muro” fronterizo que separa Melilla de Marruecos y con las que me cuesta conciliar el sueño:
- CONCERTINAS DE QUITA Y PON. Las “famosas” concertinas, esas alambradas en espiral coronadas con cuchillas letales, que fueron colocadas en las fronteras de Ceuta y Melilla en 2005 con Zapatero en el gobierno, fueron retiradas en 2019 por el ministro del interior del gobierno de Sánchez, Fernando Grande-Marlaska que aseguró “unas fronteras más seguras, pero sin concertinas, donde la humanidad y la seguridad no estén disociadas”. Así España podía presentarse como un país democrático y que cumple con los derechos humanos. Pero esto no es así, pues las cuchillas están ahora en el lado marroquí y las financia nuestro gobierno que para reforzar y modernizar los perímetros de las dos ciudades fronterizas ha diseñado un proyecto de 32,7 millones de euros que incluye un circuito cerrado con 66 cámaras, 14 térmicas y con reconocimiento facial y el aumento de altura de la valla en un 30%, llegando en algunos tramos a 10 metros.
- DISMINUIR LAS CIFRAS DE MIGRANTES. Después de las últimas crisis migratorias en Ceuta y Melilla, especialmente después de los muertos de la valla de Melilla del 24 de junio de 2022 donde según Ca-Minando Fronteras fallecieron 40 personas, la estrategia por parte de Marruecos y con financiación y apoyo de España y de la UE es disuadir al mayor número de inmigrantes subsaharianos posible de cruzar la frontera. Para ello no sólo se han realizado devoluciones personas a sus países de origen o se les ha dispersado a lo largo del territorio marroquí, sino que las mafias se han activado y de manera racista: a los marroquíes les cobran menos por usar embarcaciones más seguras, mientras que a los subsaharianos les cobran mucho más por lanzarles al océano en endebles embarcaciones de goma repletas de parches. El final de estas personas en el mar oscuro y voraz y la hipocresía de nuestros gobiernos me quita el sueño. ¿De qué hablan los políticos ¿Qué son realmente los acuerdos migratorios?
Una respuesta inaplazable
Mi indignación y entusiasmo choca con la indiferencia insultante de tantos, incluidos amigos católicos y me pregunto si es que queremos hacer compatible lo que es incompatible con el cristianismo. La inmigración es una cuestión polémica, politizada. Un tema siempre incómodo. Gemma Gil, periodista española que vivió en Guatemala y ahora vive en Estados Unidos, país que vive las consecuencias de otro “muro” muy polémico y levantado, según dicen algunos, tomando el de Melilla como modelo lo resume así: “La migración genera fricciones en la sociedad que recibe y es difícil de gestionar porque esas muchas veces no se quieren dedicar recursos o esfuerzos para integrar a esas personas que están buscando muy legítimamente mejorar sus vidas”. Esas tensiones las expresa también la Hermana Celina Pérez de las “Infantitas” de Melilla cuando nos explica que entre la población de la Ciudad Autónoma española “a veces hay malestar cuando los propios españoles no logran acceder a ayudas económicas que también necesitan”. Y es que, como Gil añade “seguramente hay un límite de personas que un país puede asumir ofreciéndoles una buena calidad de vida. El objetivo no es llegar a otro país para vivir precariamente, sino mejor”
El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los derechos humanos ha denunciado que la pobreza, «más que un tema económico es una privación profunda de las libertades fundamentales y un ataque a la dignidad humana». Y en el caso de los inmigrantes, tal y como asegura Javier Alonso, experto en migración y que trabaja en la Delegación del gobierno de Cataluña en Bruselas, “la dignidad consiste en tener todos los derechos, que en nuestro país consiste en adquirir la nacionalidad española. Los derechos se adquieren gradualmente» pero como él también asegura esperanzado, se trata de que “ese recorrido se haga con dignidad” y eso conlleva, entre otras cosas, “informar bien al inmigrante, luchar para que los requisitos de los derechos mejoren o no se endurezcan, para que, simplemente, se cumplan y que los años hasta llegar a la nacionalidad estén jalonados de oportunidades de formación, creación de redes sociales propias y pequeñas victorias jurídicas intermedias, como el arraigo, la autorización de residencia de larga duración o la reagrupación de las familias. La finalidad de obtener la nacionalidad española es que el extranjero –que deja de serlo- sea realmente igual a nosotros…” Es posible que, tal y como aseguraba la Comisión General de Justicia y Paz “la reciente recogida de firmas de la iniciativa legislativa popular de regularización de personas extranjeras sea un paso en esta dirección” de devolver dignidad a estas personas «ahora falta que quienes legislan y las administraciones la sigan”.
Como ciudadanos debemos actuar. Por ejemplo, ¿no deberíamos de poner vetos como consumidores y hacer un boicot a aquellos tomates, hortalizas y frutas que vengan de empresas que claramente se aprovechan de los inmigrantes? Los más depravados, les cobran hasta 6.000 € o más por hacerles un contrato de trabajo que luego resulta ser falso.
Me pregunto por qué entre los católicos españoles, en general siempre solidarios y sensibles a la realidad de sufrimiento de otras personas, nos cuesta tanto involucrarnos en la cuestión de la inmigración. Me pregunto por qué ha calado tanto ese miedo al “extranjero” en nosotros y a quién le interesa que ese miedo se expanda haciéndonos olvidar eso de “fui forastero, y me acogisteis” (Mt 25,35)”. Como cristianos, nuestro posicionamiento es inaplazable y nuestra respuesta decidida hacia una “cultura del encuentro”, urgente.
Misioneros inagotables de una “Iglesia en salida”
Después de conocer y tratar personalmente a cerca de un centenar de misioneros en los últimos 20 años, os comparto mi particular teoría: la famosa “fuente de la eterna juventud” está en amar y entregarse a los demás.
En Marruecos y Almería lo he comprobado de nuevo conociendo a la granadina Sor Auxilio Titos que tras treinta y un años en Nador y a sus 92 años (aunque aparenta como mucho 70) pide ser destinada a El Aaiún, en el Sahara Occidental.
El Padre Joaquín Fernández SJ, asturiano, tiene 75 años (aunque aparenta diez menos) después de una vida en Albania ahora estudia las leyes marroquíes e internacionales para ayudar a los inmigrantes subsaharianos que llegan a Nador.
El Padre Joaqui Salord SJ, menorquín de nacimiento, ha dedicado 16 años a ayudar a la población de Camboya. Desde 2017 apoya y da formación a los migrantes de Almería con una energía y alegría de una persona de cincuenta años, pero lo cierto es que ya cumplió los 71. ¿Y si nos animáramos también nosotros a “beber” de esa fuente de la eterna juventud?
Reportaje publicado en el nº 763 MAYO DE 2023 en la Revista Mundo Cristiano y destacado en Portada
«Vallas ante la inmigración. Los cristianos, ante el desafío de los emigrantes» (VER AQUÍ)