Ahora que termino esta etapa en la que he vivido casi un año aquí en
Bruselas (Bélgica), no puedo evitar publicar un post un poco más largo de lo habitual, con una temática un poco diferente a lo que suelo publicar y que refleje de alguna manera eso que tantas personas me han preguntado en este tiempo:
¿Y qué tal, te gusta Bruselas? ¿Y qué es lo que más te gusta de Bruselas? ¿Y lo que menos?
Como pequeña introducción debo contestar a la primera pregunta planteada más arriba:
muy bien, sí, me gusta Bruselas. Algunas caras al responder esto siempre me miraban asombradas pues en general esta ciudad no gusta a todo el mundo. Casi siempre se viene por trabajo, a reuniones, con prisas y sin demasiado tiempo para descubrirla. O de turista, en cuyo caso es casi peor, pues decepciona porque no es tan espectacular como otras capitales europeas ni tan bonita como otras ciudades belgas, especialmente Brujas o Gante.
Parafraseando a mi amiga Josianne, en una descripción que hizo y que me encantó diré que,
Bruselas es como “la hermana fea de Paris”. París es esa mujer hermosa a la que todos quieren acercarse a conocer, pues es bellísima. Su hermana, Bruselas, es la hermana fea. Pero quienes se acercan a ella descubren que,
sin ser tan guapa como su hermana, es, sin embargo, una mujer más interesante.
Viviendo aquí y si te ocurre como a mi,
llegas a amar de verdad esta ciudad. Pese a todos los pesares (en los que luego ahondaré). Descubres sus rincones, su vida artística y cultural, el jazz, sus barrios y trazado a modo de
patchwork en los que, se entrelazan las zonas: a ratos creerás estar en una ciudad árabe, probablemente en Turquía (más del 23% de la población es musulmana), al otro rato en la más importante City económica y política del mundo, y al otro, en una coqueta y señorial ciudad del norte de Europa.
Bruselas huele a gofre recién hecho. Suena a las campanas inconfundibles de sus tranvías. Sus adoquines te harán tropezar a menudo. Su viento y su lluvia y un clima constantemente cambiante, te harán desear no haber venido. En una esquina de la Gare Central un violinista toca virtuosamente. No muy lejos de él, en la explanada de la estación, un grupo se manifiesta en favor de los derechos de algún país, latinoamericano, africano o de oriente medio. Aquí estás en una pequeña ciudad, de no muchos habitantes, y sin embargo tu contacto con población de todos los continentes es una constante.
Bruselas sorprende, si te dejas.
Así que, allá va mi muy personal decálogo de Bruselas. Decálogo en positivo y en no tan positivo, es decir,
las diez cosas que me gustan y las que no me gustan tanto. Y aviso, están colocadas en orden aleatorio, no de más importancia a menos.
Espero que os resulte como poco, entretenido. Y si venís a visitar la ciudad, o a vivir aquí, no olvidéis algunos de estos puntos. Seguro que os resultarán útiles. Ya me lo contaréis.
LAS DIEZ COSAS QUE ME GUSTAN DE BRUSELAS
1. Silencio. Evidentemente todo es cuestión de con qué se compare, pero para mi, llegando desde Madrid, Bruselas ha sido una especie de “retiro espiritual” continuo. Los coches no pitan, la gente habla bajito, la música nunca es estridente, incluso viviendo casi en el centro hay tranquilidad, silencio… Lo notas sobre todo al regresar de nuevo a Madrid, o aún más si vas a Roma desde Bruselas: el contraste es increíble.
2. Educación y camaradería: de nuevo depende de con qué se compare, pero en Bruselas he disfrutado mucho con la amabilidad, la educación, la urbanidad y la camadería que se ha perdido en otras latitudes. Si, la gente es más fría, menos efusiva en sus maneras. Pero, nadie te empuja en el metro. Todo el mundo espera a que salgas de cada lugar antes de entrar. Te sujetan las puertas. Nadie se choca contigo pues todo el mundo sabe guardar su derecha al caminar. Te ayudan si te ven muy cargada…vamos, todas esas cosas de la buena educación que no sé por qué hemos perdido un poco en España, especialmente en Madrid. ´También en el tráfico se nota esto. El colmo de los colmos es esta anécdota que he contado varias veces y que me dejó perpleja la primera vez que me pasó: yo estaba en una esquina de una calle céntrica, esperando a cruzar porque pasaba un bus urbano y no había paso de peatones. Al llegar a mi lado el autobús se para. Yo miro alrededor pensando “¿por qué se para, qué pasará?” Pero ¡no! ¡El autobús se paraba para que yo cruzara! ¡Sin paso de peatones! Yo crucé, y sonreí agradecida a la par que alucinada. Esto me ha pasado muchas otras veces y no por ello me dejo de sorprender.
3. Instituciones europeas y ambiente joven y cosmopolita: es algo evidente que Bruselas es el Centro de Europa, no sólo geográficamente, sino institucionalmente: Comisión Europea (y todos sus organismos asociados), Parlamento Europeo, Consejo de Europa…. En total 43.000 personas trabajando para las instituciones europeas (
32.000 en la Comisión Europea, 7.500 en Parlamento y 3.500 en Consejo). A esto se suma la cantidad de lobbies, oficinas de grandes compañías y por supuesto de ONG que están ubicadas en Bruselas. Todo ello la convierte en una ciudad joven, inquieta, con una energía increíble, con ganas de prosperar, con ganas de hacer contactos (el networking es sin duda uno de los “deportes favoritos” de la ciudad). Y muchos estamos de paso: cerca del 10% de la población actual de Bruselas, por ejemplo, está compuesta por personas que llevan viviendo en Bélgica menos de tres años. Pero además, es una de las ciudades del mundo con mayor diversidad de nacionalidades en cuanto a densidad. De hecho, el 75,6% del millón de habitantes de la capital belga tiene origen extranjero, es decir, son ciudadanos de otro país, son inmigrantes nacionalizados belgas o son hijos de padres extranjeros. Y todo esto en
una ciudad de menos de 1.200.000 habitantes. En 15 minutos puedes estar en la otra punta (161 km cuadrados de ciudad). En definitiva, si lo que te gustaría es ir a Nueva York pero la idea se te hace muy lejana, yo te invito a cambiar el chip por uno más Europeo y venirte a Bruselas, mucho más acogedora, más cercana, más manejable y además, hablarás inglésy francés, pero casi seguro que también escucharás hablar en tu propio idioma a menudo.
4. La Grand Place: pues no lo puedo evitar: cada vez que paso por ella el alma se me sobrecoje. Es una de mis plazas favoritas en el mundo. Su belleza es tanta y la altura de la torre del ayuntamiento tan imponente y esbelta, su iluminación por la noche, los colores de los edificios de día, todas las historias que hay en cada uno de ellos…Es como entrar en un libro de historia, de arteno en una novela. Sentarte allí y tomar una cerveza en una de sus terrazas no es precisamente uno de los caprichos más caros de la ciudad, y en mi opinión siempre merece la pena. Es además, como es lógico, sede de muchos de los momentos especiales de la ciudad incluyendo conciertos o el principal lugar donde se pone el nacimiento y el árbol de Navidad.

Los nombres que allí veréis os darán pistas de cómo ha sido la
historia de Bruselas y lo diferentes que son sus dos principales comunidades: los franceses la llama “Grand Place”, los flamencos “Plaza del Mercado”; el edificio de enfrente del ayuntamiento (ahora Museo de la Ciudad) es llamado “Casa del Rey” por los franceses y “Casa de la Panadería” por los flamencos…y así. Mil historias. La más impresionante quizá la de
por qué el edificio del ayunantamiento es irregular y que ocurrió con el arquitecto que lo diseñó. Porque …es irregular ¿te habías fijado, verdad? Te dejo la foto…Pero para saber la historia que cuentan de su arquitecto, tendrás que venir a Bruselas. Y si quieres conocer más detalles, cada mañana encontrarás en el centro de la plaza varios guías con paraguas de colores, dispuestos a contarte, a cambio de un donativo, muchos de los secretos que guarda la Grand Place y también el resto de la ciudad.
5. El tranvía: puede ser que no repares en ellos. A mi me resultan encantadores. Reconozco que viniendo de Madrid, y antes de León, ciudades en las que no he conocido nunca tranvías, para mi es algo exótico y me encantan las ciudades con tranvía. En Bruselas son especialmente bonitos, incluso los más modernos. Pero es que Bruselas conserva también, como tantas otras cosas que se conservan en la ciudad, las versiones más antiguas de sus tranvías.
Algunos que hay circulando pueden ser cercanos a la fecha de la foto que os pongo aquí debajo. En serio. O como mucho, de los años 80. Y esos tranvías son como de juguete. Las personas nos sentamos dentro casi en cuclillas, sin parecer asombrarnos del tamaño tan pequeñito de sus asientos. Las puertas correderas se abren y en medio hay una barra, por lo que si eres un poco grande, hasta te puede costar entrar y salir. Pero como ya he dicho anteriormente, como todos aquí nos organizamos muy educadamente, al menos tienes la seguridad de que no habrá nadie empujándote impaciéntemente, ya que todos sabemos además, que son tranvías antiguos y hay que bajar y subir con algo más de cuidado y tiempo. Último apunte: su campana. Me parece uno de los sonidos de la ciudad. En el silencio de Bruselas suena el “din don” inconfudible de sus tranvías circulando.

Mis favoritos:
el 92 y el 93, que pasan siempre por Rue Royal y desde ellos puedes disfrutar de algunas de las zonas más bonitas de la ciudad: Santa María, Columna del Congreso, Parc, Palacio Real, Plaza Real con el museo Magritte y la maravillosa vista del Museo de Instrumentos Musicales y la aguja de la Grand Place vista desde el Monte de las Artes, Museos Reales de Bellas Artes, Petit Sablon, Sinagoga, Palacio de Justicia y allí gira hacia Avenue Louise y otra ciudad se abre ante tus ojos. Coger uno de estos tranvías es disfrutar todo a ritmo lento. Disfrutar de las vistas. Por cierto que aquí la gente no va tan pegada al móvil como en Madrid. Otro rasgo interesante de esta sorprendente ciudad.
6. Los adoquines, su arquitectura y sus rincones que enamoran: en el punto anterior ya he dejado caer algunos de esos rincones “imperdibles” de Bruselas. Pero luego están esos otros rincones que no vienen en las guías y por los que no pasan si quiera los tranvías. Una de esas zonas es Saint Gilles (homenaje a mi amigo Giorgio) que se ha puesto de moda en los últimos años y que vendría a ser una especie de mezcla entre los madrileños barrios de Lavapiés y Antón Martín. La última reforma de su plaza (Parvis) convirtiendo en zona peatonal algo que antes, al parecer estaba repleto de coches, ha sido un verdadero acierto. En la foto, aspecto de esta placita con su iglesia al lado, tomada desde la terraza del
Café Maison du Peuple, otro “imperdible” si vas por la zona.

Pero no sólo Saint Gilles, pues como veis este punto del decálogo es algo más genérico. Hablo de
los adoquines, que hacen que la ciudad tenga aún más encanto. Aunque es cierto que también hace que te puedas dislocar el tobillo. Por eso he recomendado desde el principio a quien me venía a visitar, lo que a su vez me recomendaron otras personas a mi al irme a vivir: no te traigas tacones, zapato cómodo, a poder ser botas. Y es así. En Bruselas se nota quién vive allí de hace mucho porque incluso los funcionarios de las instituciones van a trabajar con calzado cómodo. Y cuando ves a alguna chica con tacones sabes de inmediato que está de visita y que, probablemente es su primera vez en la ciudad. A la próxima, seguro, no volverá a meter sus
stilettos.

Y por último, esos otros rincones, tantos que no podría acabar nunca, como la “secreta” Place de la Liberté con el
Caberdouche, para tomar algo y disfrutar. Rincones como estas fotos que os comparto. Luz que ilumina edificios preciosos. Con otros modernos al fondo. Zonas como Sablón con calles y placetas como la que veis debajo. Y bueno, todo lo antiguo aquí manda; tanto arquitectónicamente, como en la mayoría de los interiores de los edificios. Hierros forjados en balcones, la tan típica forma de sus casas de cuento… En fin, una delicia para todo aquel que sepa apreciar la belleza de
“la hermana fea de París”.
7. Una ciudad para pedalear: Es cierto, soy una biciadicta, si es que el término existe. Y Bruselas es una ciudad “bici-friendly” como se suele decir en inglés, es decir, ideal para quienes nos gusta movernos en bici. Es habitual cada mañana ver cientos de ciclistas en acción con bicis clásicas, bicis de montaña, bicis plegables, bicis con motor eléctirco, bicis con carritos para bebés: bicis de todos los modelos. Con frío, con lluvia, con viento…siempre pedalean como si nada. Las bicis pueden entrar (sobre todo si tienes una plegable como era mi caso) en todos los lugares, y cuando digo todos es todos: restaurantes, incluso iglesias. Y una de las fotos que veis aquí es de un parking para bicis que había en una oficina. Me pareció genial. Y no os perdáis el cartel en el que se facilita la localización de la bomba para hinflar las bicis, por si necesitas.

Es habitual ver a la gente que deja aparcadas las bicis con sus alforjas, nadie roba nada. Hay una camadería especial para las bicis. Y las puedes comprar fácilmente de segunda mano, pues el mercado es enorme.
Claro que, de nuevo, todo depende de comparaciones y entiendo que si sólo estás acostumbrado a pedalear en Ámsterdam, Bruselas te pueda parecer quizá muy salvaje y algunos me han dicho “¡Pero si se pierde muchas veces el carril bici!”. Y yo pensaba, “ya pero es que no sabes lo que es pedalear en Madrid desde el año 2007 y cómo son allí los carriles bici”.
Pero sobre todo, qué diferente es el respeto que se tiene por los ciclistas en Bruselas. Lo que decía de los modales y la educación más arriba, lo repito aquí. Y es que, conduciendo mi bici, aquí que puedes circular en bici en sentido contrario, también me ha pasado varias veces que los autobuses frenen un poco dejándome pasar a mi primero en un cruce sin mucho espacio. La misma situación en España, Madrid, concretamente, sería impensable. Y no puedo imaginar los gritos que me espetaría el conductor. Claro que, por lo que parece, aún queda tiempo para que en Madrid nos dejen circular a las bicis en sentido contrario, cosa que es muy habitual en la mayoría de capitales europeas. ¡Ojalá en Madrid esto cambie pronto!
8. El francés: claro, si te gusta el francés. Pero para mi el colmo de haber vivido en Bruselas es haber podido trabajar en inglés 8 horas (o más) al día y luego vivir en francés en lo cotidiano. No puedo obviar contaros que el francés no es el único idioma, obviamente, ya lo sabéis: es cooficial con el flamenco. Todos los carteles de cada calle, del metro, del tren, los veréis siempre escritos dos veces, o pasando dos veces en la pantalla: Una vez en francés, otra en flamenco. Flamenco no he aprendido (aunque me hubiera encantado aunque fuera aprender el “Padre nuestro” ya que he participado en algunas que otras misas en flamenco). Pero en este tiempo lo que sí he mejorado ha sido mi nivel de francés. Me apasiona a la par que me desespera, pues nunca siento que sepa suficiente ni que lo hable medianamente bien. Claro que, tampoco tengo mucha gente con quienhablarlo. Pero en comprensión, sí he mejorado mucho. Algunas de sus palabras me encantan
: Maintenant, Éternelle, Propre, Grandir, … Y tengo que agradecer especialmente la paciencia y cariño que ha tenido conmigo mi querida Florence (la profesora de
L’Alliance Française que he tenido este tiempo), gracias a la cual he podido descubrir algo más de literatura frances y leer en francés y disfrutar enormemente con David Foenkinos en su precioso libro “Charlotte”. Prometo seguir estudiando francés hasta que logre que nadie ponga cara de extrañeza cuando me oye hablar con mi fuerte acento español y esa “e” que me cuesta tanto. (ya sabe Florence cuál).
9. Comida Bio, cervezas (trapistas), gofres, chocolate…¡Cuánto echaré de menos esto cuando no esté en Bruselas! Sólo lo sabes al irte. Y es que todo o casi todo aquí es bio, sano, natural…Hay una verdadera “fiebre buena” por lo vegano, lo vegetariano, lo ecológico, el comercio justo, lo sostenible… Es de envidiar pues en esto nos llevan la delantera a muchas capitales. Quizá no encuentres tanta variedad en su gastronomía, ni en sus supermercados. Pero eso si, encontrarás algo bio, ecológico y económico, pues como es lógico, al haber más consumo también bajan los precios.

Y qué locura el mundo de las cervezas aquí. Es una verdadera cultura en la que, poco a poco (o no tan poco a poco) entrarás. Te ofrecerán en cualquier bar una carta enorme llena de variedades de cervezas que poco a poco irás conociendo pero nunca conocerás del todo pues
hay más de 1.500 marcas y 700 sabores diferenciados. Yo podría resumir que las hay: suavecitas y afrutadas como las “blancas”, cervezas rubias o tostadas con más cuerpo tipo abadía o trapistas con su logo de diferenciación (en mi opinión las mejores y que fueron forjadas en los monasterios homónimos), frutales (cereza, frambuesa, plátano …y hasta volverse loco con muchos más sabores), IPA (Indian Pale Ale) que tienen su origen en el empeño por hacer en cerveza en lugares cálidos, como India… Mira en este link que te pongo
aquí la selección de mejores cervezas y una explicación más detallada de los diferentes tipos de cervezas que encontrarás

Si vienes y tienes ocasión visita lugares como
“A la mort subite”(una cervecería encantadora y con mucha historia) o el famoso “Delirium” (mucho más turístico). Siempre te servirán cada cerveza con su recipiente apropiado. Nada de usar cualquier copa o vaso, tendrán grabado su nombre y todo el mundo sabrá qué te estás bebiendo. Eso si, no te pondrán nada para comer, y tendrás que soportar los entre 5 y 12 grados que pueden llegar a tener las cervezas, sin tomar nada. Si tienes suerte en algunos sitios te pueden dar “gratis” algún “snack” que suelen ser unas pocas de galletas saladas en un mini cuenco. Pero a cambio, eso si, no te preocupes de dejar propinas. Nadie (o casi) lo hace.

Por último, obviamente, el
chocolate y los gofres se merecen especial reseña. Del chocolate, con saber algunos nombres es más que suficiente: Mary, Neuhaus, Godiva. Y en pascua los huevitos de Leónidas. Y de los gofres qué decir: su aroma se extiende por la ciudad, evidentemente sobre todo en las zonas más céntricas. Y las variedades de acompañamientos son enormes. Eso si, hay que diferenciar el clásico gofre de Lieja: el que comemos más en España, que es más azucarado y durito. O el gofre de Bruselas o gofre belga clásico: que viene siendo como un crep más esponjoso, más grande y sin tanta azúcar. Este es el que veis en la foto de arriba, con muchísimos tipos de acompañamientos. E incluso, en algunos lugares, lo usan como pan para hacer sándwiches de pollo o hamburguesas.
10. Sus planes culturales. Especialmente musicales y siempre buenos. Misa/concierto: a veces en España hay conciertos en las iglesias, especialmente en Navidad, en Pascua… En Bruselas cada misa dominical, es un mini-concierto. Lo habitual de hecho es recibir a la entrada de la iglesia un pequeño librito que no sólo contiene las lecturas y oraciones del día, sino además las obras que serán interpretadas y como en
Nuestra Señora de Sablón, incluso alguna que otra anécdota de los autores o piezas interpretadas. Pero no sólo las iglesias, las calles están llenas de música, y música buena. Triunfa el Jazz, pues Bruselas ha sido y es una de las ciudades emblemáticas de este género musical. Pero en general, la vida cultural de Bruselas es muy rica y la gente participa en cada festival, en cada propuesta de música callejera, teatro, concierto… Otra de mis razones para amar esta ciudad. Y para rizar el rizo, mi vecino de arriba estudia piano, y ya está en los últimos cursos, así que la primera vez que me desperté oyéndole tocar su piano de conciertos, pensé, simplemente, que ya me había muerto y estaba en el Cielo.
LAS DIEZ COSAS QUE NO ME GUSTAN DE BRUSELAS
Pero no todo podía ser de color de rosa. Está claro. Así que ahí van esas cosas que poquito a poco te van sacando de quicio.
Algunas de ellas te hacen preguntarte en qué momento se te ocurrió venir a vivir aquí. Pero bueno, ninguna de ellas han hecho, al menos en el tiempo que yo he vivido aquí, que me haya querido marchar.
1. Los semáforos no parpadean y duran muy poco. Pues seguramente os sorprenda que la primera cosa que diga no sea el clima. Lo diré, si, pero más adelante. La primera cosa que logró sacarme de quicio es la cuestión del tráfico, especialmente lo mal regulados que están los semáforos. Y que antes de cerrarse, muchos de ellos, no parpadeen para avisarte de que se cierran. Sólo en algunos casos contados y en zonas más de “negocios” o “instituciones” hay semáforos que incluso te dicen los segundos que quedan para que se pongan en verde o los que quedan para que se vuelva a poner en rojo. Especialmente me ha desesperado el tercer semáforo que te encuentras en el cruce de Arts-Loi, yendo desde el Parque Royal (Parc) en dirección Parque del Cinquentenario por la zona de los números pares en Loi (el penúltimo antes de llegar a la esquina del Carrefour). Cientos de personas pasan cada mañana por ahí. Cientos de personas que nos desesperamos para poder cruzar. Que a punto estamos de que nos pillen, pues además los coches hacen un giro extrañísimo para el peatón. Pero la cuestión es la duración del semáforo. Directamente, no digo más, os pongo el video y vosotros juzgáis (y dáos cuenta de cómo se cierra el semáforo, sin previo aviso).
2. Obras en todas partes y que duran una eternidad: está claro que en la gestión de la ciudad algo pasa. Las obras no son normales. Y todo está lleno de obras. Como decía mi amiga Ángela, la bandera belga no debería ser la que es, debería ser azul y amarilla, porque toda la ciudad está llena de esas balizas especiales. Se cierra una calle y ya está. Y no les importa cerrar avenidas de las principales (imaginad la Castellana bloqueada semanas). Y las obras avanzan lentísimas. ¿tendrá que ver con cierta corrupción municipal que me han contado que existe? No sé, pero esta situación acaba formando parte de tu día a día y acabas sufriéndolo, antes o después. Debajo os dejo unas fotos de obras en Arts a la altura de Belliard, y dos más de obras en plena zona turística del Palacio Real. Y viendo los adoquines pensarías “¡qué bien, por fin van a arreglar el pavimento lleno de huecos y baches!” No, no te hagas ilusiones. Y sigue prestando atención de dónde metes el pie. O acabarás dislocándote un tobillo.
3. El clima: si, este es el principal tema cuando alguien desde España te pregunta si te gusta Bruselas. Es así, el clima, no es bueno. Pero tengo que aclarar que lo peor no es la lluvia: fina o algo más gruesa, pero casi constante. Tampoco es esa omnipresente nube gris oscuro, que parece no quitarse casi nunca y que no deja ni siquiera intuir el azul del cielo. No es el frío o la oscuridad que dura tantos meses. O el calor húmedo de bochorno, que llega sin previo aviso en verano y que puede durar semanas sin posible solución, pues no existen casi lugares con aire acondicionado y no hay una sola piscina al aire libre. Tampoco lo es el clima cambiante, que te hace vivir varios días diferentes en un sólo día. No. En mi opinión, y casi nadie lo cuenta, lo peor es el viento. La foto muestra la realidad. El viento ha tumbado esa farola en la Avenue Louise. Los paraguas, no lo resisten. Yo en menos de un año he roto ya dos. Si tienes un buen chuvasquero abrigado e impermeable, tráetelo: será la prenda que más usarás. A veces te da la sensación de estar en el Cantábrico: Santander, Gijón, o incluso San Sebastián. Pero miras alrededor y no, no hay mar, aunque no está lejos, eso es cierto. Y además, el viento hace que el frío sea mayor cuando hace frío. Pero en fin, es lo que tiene estar por estas latitudes: Bruselas es así.
4. La basura: de nuevo otra cuestión de gestión municipal. Increíble pero cierto. Te vas a encontrar cada noche la siguientes escenas. Calles llenas de bolsas de basura de varios colores.

Pues sí. Así han decidido gestionar los residuos en esta ciudad. Nada de contenedores comunes. Cada vecino saca su propia bolsa de basura y mirará atentamente en la pared de su portal, cuándo toca sacar cuál. Y para colmo, los colores no son los mismos que en España:
azul aquí es para los envases de plástico y tetrabrics (aunque, ojo, tampoco son los mismos que meterías en España en el contenedor amarillo).
Y el amarillo, aquí es para el papel. Así que tardas un poco en acostumbrarte . Y yo he estado utilizando, constantemente las imágenes que os pongo a continuación: qué echar en qué bolsa y qué día y horas sacarla a la calle. Y la cosa tiene más importancia de lo que podría parecer, porque si te equivocas y metes lo que no debes, los funcionarios que recogen tu basura, pueden llegar a abrir tus bolsas, identificarte por tus restos y multarte como poco con 150 euros por meter lo que no debes (y esto no es mito urbao disuasorio, es real). Eso si, esta complicada gestión no parece importarles tanto a los del ayuntamiento. Ni estropear el aspecto de sus bonitas calles, tampoco.
5. Los horarios de las comidas: pues si, a lo de la basura te acabas acostumbrando. Te acaba haciendo muy repsonsable de tus desechos y por fin acabas acordándote de que si es domingo o miércoles por la tarde ya puedes bajar la basura. Pero a algo a lo que, al menos yo, no he logrado acostumbrarme, ha sido a los horarios de las comidas. Lo sé, somos los españoles los que vamos al contrario del resto de Europa. Pero no encuentro normal cenar a las 18 h. Y en cuanto al almuerzo, pues tampoco, porque nosotros a las 13 h normalmente tomamos un aperitivo, una caña con un pincho, como mucho. Pero no comemos. Aunque bueno,
esa comida o almuerzo de las 13 h en Bélgica se suele limitar a: una crema o sopa + unas tostadas de pan con queso. Y ya. Y claro, ahí llego yo (si es que he desayunado suficientemente pronto como para poder tener hambre a las 13 h) con mi idea de lo que se come a mediodía: primero, segundo y postre. Y todo el mundo me mira sorprendido. Pero no tanto como cuando les digo que normalmente ceno a las 21 h., 21.30 h. o las 22 h. Y cuando les explico que en Madrid el segundo turno de cena empieza en muchos restaurantes a las 23 h.
6. Que no te sirven vasos de agua del grifo. Este punto es muy personal. Pero para alguien que es militante de esta cuestión de “bien público” y que bebe tanta agua, el presupuesto en Bruselas puede llegar a ser un problema si sales fuera a menudo; no te sirven vasos de agua. Es una lucha que intenté al principio, pero una lucha perdida. En contadísimas ocasiones y explicando que tenía que tomar un medicamento antes de cenar (cierto), me han servido un minúsculo vasito de agua. Pero no. Ni siquiera un vaso de agua después de tu café. Aquí lo paso mal con eso. Así que, siempre voy con mi botella en el bolso.
7. Los precios sobre todo en hostelería. ¿estás acostumbrado/a a comer de vez en cuando de menú en Madrid, por un importe, digamos, de entre 10 € y 15 euros incluyendo primero, segundo, postre, bebida y pan? Pues si es así, aquí lo vas a pasar mal. Se acabó comer fuera todos los días, excepto que tu economía te permita pagar por un sólo plato 15, 16 ó 17 euros, sin bebida, sin pan, sin postre, sin primero… Los precios de la hostelería en Bruselas están francamente desorbitados. Te acabas acostumbrando a pedir sólo un plato y como mucho, también bebida. Pero te mueres por volver a comer uno de los “menús del día” de Madrid. Eso si, cuando lo vuelves a hacer te parece increíble la cantidad de comida que comemos por ese precio, y es posible que ya no llegues a los postres, pues como digo, te acabas acostumbrando.
8. Los impuestos y la Sanidad. Verdaderamente un punto delicado. Impuestos y Sanidad. Si: el Estado se lleva más del 50% de tu sueldo. Y si, la Sanidad pública es muy mala. Casi nadie la usa, casi todo el mundo paga
religiósamente su “mutua” la cual elige por creencias o partidos políticos. Para ir al médico de cabecera o incluso a que te pongan una vacuna, debes de pagar como poco 10 € la visita. Y ya del resto ni hablemos. Pero lo que más me ha dejado impresionada es que incluso las farmacias cobran cuando vas a alguna de ellas en horario “de guardia”. ¡Y yo que quería entrar a comprar una colonia de bebé (cosa que tampoco existe aquí en Bélgica, el estilo de “Nenuco” o las de Farmacia que tan habituales son en España)!. Pues menos mal que me fijé en el cartel que ponía en la puerta y que me dejó ojiplática:
esta farmacia de guardia sólo abrirá para verdaderas emergencias. El coste mínimo por atenderle serán 5,45 €. Lo pagará su mutua o usted mismo, pero siempre en metálico No me arrepiento de no haber entrado, además nunca me hubieran vendido la colonia de bebé, pues como digo no existen aquí. Pero de lo que me arrepiento es de no haber sacado una foto a ese cartel, porque sé que muchos no me estaréis creyendo.
9. Timos en alquiler. Ojo cuando te vengas por primera vez. Mi familia fue testigo. En mi búsqueda de apartamento antes de mudarme a Bruselas estuve a punto de picar en un timo que luego vi que era habitual y denuncié debidamente: una casa a buen precio, con fotos de una casa agradable y en una buena zona. Al intentar poder concertar una cita, la persona te contesta que no puede enseñártela porque está viviendo en Londres por trabajo (¡qué curioso, en estos timos todos se han ido a vivir y trabajar a Londres!). Pero que si quería que fuera a enseñármela, para que supieran seguro que yo quería ver la casa y tenía intención de alquilarla, que le pagara ya por adelantado una cifra concreta. Al yo contestar que no, que por adelantado no iba a pagar nada, pero que si quería, al ver la casa, si se ajustaba a mis necesidades, le podía hacer el pago allí mismo, él insiste en que debo pagarle algo. Una cifra mucho más baja. Es decir, un timo. Luego descubrimos que cada foto pertenecía a casas diferentes. Y además, nadie te podía asegurar que esa persona con la que hablabas fuera la dueña del piso. Dicho lo anterior debo reconocer que yo he tenido en esto (como en otras muchas cosas que he vivido aquí) mucha suerte y bendición del Cielo. He encontrado una casita preciosa, mucho más bonita y amplia viéndola en persona que en las fotos. Muy céntrica. Totalmente equipada y amueblada con mucho gusto. Y a un precio razonable. Y mi casero, también es justo decirlo, ha sido honradísimo y una persona muy correcta y amable.
10.Gastronomía escasa, y la inmerecida fama de las “frites”: para terminar, la comida. Si, ya sé, hay quien dice que tanto los italianos como los españoles, siempre presumimos de que nuestra comida es la mejor del mundo. Pues bien: yo creo que sí, que en España la dieta es muy rica, saludable, asequible para comer fuera de casa y sobre todo muy variada. No he podido percibir lo mismo en Bélgica. Al final casi toda su gastronomía popular se resume en: mejillones con patatas (moules-frites) y carbonada flamenca (guiso de carne con salsa). Y alguna que otra albóndiga maciza con salsa dulce y densa. A mi, me ha gustado todo, lo reconozco (soy de buen yantar). Y especialmente me ha encantado la influencia francesa en parte de su gastronomía, sobre todo en el uso de la mantequilla en (casi) todo. Pero algo que me ha parecido francamante exagerado es la fama de las “frites”: patatas fritas que en teoría se hacen primero en aceite más frío para cocerlas y luego se sube de temperatura para freirlas. Pero vamos, que en la mayoría de los casos lo que te sirven son simples patatas fritas tipo congeladas. De verdad, de lo más normal. Fama inmerecida para un producto tan “estrella” de la gastronomía que hasta puedes encontrarlas incluso en la carta-menú de los aviones de Brussels Airlines (la primera vez que veo que te den un producto frito en un avión).
