Tal y como escribió en 1965 Charlotte Delbo: “Se sabe que ese punto del mapa es Auschwitz. Se sabe eso. Y se cree saber el resto”.
Es difícil tomar la decisión de ir a ver una exposición así. Es como decidir meterse astillas entre las uñas. Como ahogarse, durante unas horas, con arena. Sabes que lo vas a pasar mal. Sabes que no te vas a quedar igual. Y eso es lo bueno. Ojalá sea así. La exposición es “Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos”.

Parece que queda poco que añadir cuando, como casi todos los que leen esto, se han visto decenas de películas y leídos numerosos libros sobre el exterminio nazi en el campo de Auschwitz. Y más aún, cuando, como es mi caso, se ha tenido la suerte de haber estado en Polonia conviviendo con polacos y de haber paseado por el Gueto judío de Cracovia. Y cuando se ha podido visitar Israel (no en peregrinación, sino visitando el país y documentando algunos de sus realidades más duras como la de los beduinos abandonados en tierra de nadie) o cuando ya se ha tenido la oportunidad de haber visitado el escalofriante Yad Vashem de Jerusalén.

Pero después de visitar (por fin) esta muestra que recoge más de 600 objetos originales del campo de refugiados y de haber podido experimentar con la imprescindible audioguía, momentos indescriptibles de dolor y de respeto y admiración, no puedo dejar de dedicar estas breves líneas porque la considero imprescindible. Y quizá así, si es posible, lograr animar, a quien me lea, a que venza esa pereza que da el tema, ese miedo a sufrir, esa desafección a recordar el sufrimiento ajeno, esa falta de ganas de estar tres horas aproximadamente con uno mismo y enfrentándose a los relatos de la historia reciente y vergonzosa de la humanidad mientras recorre con pesadumbre, vergüenza, asombro, pavor y tristeza, las enormes salas del Centro de Exposiciones Arte Canal de Madrid.

Diez cosas que no me gustaría olvidar de esta experiencia, y que quizá ya oí alguna vez, pero hoy rememoro gracias a la exposición, son:
- Que allí en Auschwitz sólo pasó tiempo el 30% de las personas que allí llegaron (el 18% si eran judíos) ya que el resto, entre el 70% y el 82% era directamente llevado a asesinar a las cámaras de gas nada más llegar, empezando por los ancianos, enfermos y por supuesto, los niños.
- Que los nazis se jactaban como un gran “logro” que en Auschwitz las cámaras de gas eran tan grandes que podían ejecutar a 2.000 personas cada vez, a diferencia del de Treblinka donde “sólo” entraban 200 personas. Pero que además era estupendo que en Auschwitz nadie sabía que iba a morir porque se les decía que se les iba a desparasitar.

- Que las personas que formaron los Sonderkommando (comandos especiales que se encargaban de gasear y luego quemar los cuerpos, no sin antes arrancarles los dientes de oro) nunca superaron ni superarán lo que hicieron pero, de algún modo les debemos el hecho de conocer la verdad de ese monstruoso lugar. Y que entre los miembros de ese Sonderkommando había un rabino que se encargaba sólo de quemar a niños y bebés. Y que antes de hacerlo rezaba sobre cada uno una oración fúnebre judía o kadsh.
- Que la valentía de dos personas y el llamado Informe Vrba- Wetzle (conocidos también como Los protocolos de Auschwitz) que contaba lo que ocurría allí, salvaron a unas 100.000 personas. Y la valentía del español Angel Sanz-Briz, a 5.000 judíos.
Este español, Ángel Sanz-Briz, salvó a 5.000 judíos desde su puesto diplomático de Budapest.
- Que en esos vagones pequeñitos de esa época metían a unas 150 personas como animales y les daban un cubo para beber agua y otro para hacer sus necesidades.
- Que el primer año allí no había literas y dormían en el suelo. Y que luego en cada barracón había trilíteras de madera para alojar a cuantos más mejor con un cubo como letrina y sin aislamiento ante el frío.

- Que la dieta cada día y en los mejores momentos no superaba 500 Kc a base de café ralo con achicoria, y litro de sopa de nabo y verduras (muchas veces podridas) y 35 gr de pan.
- “Todo el mundo te odia…” decía un anónimo enviado a un comerciante judío al que los nazis le quitaron todo, que sobrevivió a Auschwitz, pero al que le llegaban este tipo de mensajes para quejarse de él porque recibía alguna ayuda económica tiempo después.

- Que los mensajes y enseñanzas que los supervivientes nos proponen son muy simples y muy difíciles a la vez: elegir el amor en vez del odio, respetar a todas las personas sean cuales sean sus creencias religiosas, sus ideas políticas, el color de su piel, la sangre que corre por sus venas, buscar la paz, hacer algo por los demás, cooperar, buscar el bien.
- Y que, gracias a las fotos del conocido como “Álbum de Auschwitz” de Hoffmann y Walter, único archivo fotográfico de las llegadas en tren al lugar en mayo de 1944 y fotos encontradas por Lilly Jakob-Zelmanovic, hoy podemos sumergirnos en esas miradas de miles de personas que llegaban a un lugar pero que no sabían exactamente dónde estaban. Y estaban en ese punto del mapa del que habla Delbo.
Ese punto en el mapa
esa mancha negra en el centro de Europa
esa mancha roja
esa mancha de fuego
esa mancha de hollín
esa mancha de sangre esa
mancha de cenizas para millones
un lugar sin nombre.
De todos los países de Europa
de todos los puntos del horizonte
convergían los trenes hacia lo innombrado
cargados de millones de seres
que eran descargados allí
y no sabían dónde estaban
eran descargados con su vida
con sus recuerdos
con sus pequeños dolores
y su gran asombro
con su mirada que preguntaba
y no veía sino fuego,
que ardieron allí sin saber dónde estaban.
Hoy se sabe
Desde hace algunos años se sabe
Se sabe que ese punto del mapa es Auschwitz
Se sabe eso
Y se cree saber el resto”.
Charlotte Delbo,
Auschwitz y después II.Un conocimiento inútil,
Turpial, Madrid 2004