El siete de septiembre de 1955 el Papa Pío XII pronunció un discurso sobre la Iglesia y la inteligencia de la historia que nos es muy útil releer hoy, y del que merece la pena destacar dos ideas muy interesantes:
La primera, que la Iglesia, precisamente porque ama la historia, es crítica con el historicismo, “que no percibe en toda la realidad espiritual, en el conocimiento de la verdad, en la religión, en la moralidad y en el derecho más que cambio y evolución, y rechaza, por consiguiente, todo lo que es permanente, eternamente valioso y absoluto”. Se trata de la versión histórica, de la mano de la científica, de la ideología progresista, por la que la antigüedad es la medida de la barbarie, y en cambio el futuro es por si mismo garantía inexorable de mayor progreso y justicia. Lo cual no es óbice para creer que siendo Dios providente el Señor de la historia, su final esta ligado a la recapitulación de todas las cosas en Cristo, más allá de los progresos y retrocesos que la libertad humana haya procurado en su desarrollo. Como decía Xabier Zubiri, “la historia es cristianismo en tanteo”. Es más, el Papa Pacelli llega a decir, anticipándose al concilio Vaticano II y a sus sucesores, que si la Iglesia honra y conserva la historia es porque “el fin de la Iglesia es el hombre, naturalmente bueno, penetrado, ennoblecido y fortificado por la verdad y la gracia de Cristo”, un hombre salvado, liberado y dignificado en la historia.
La segunda, que siendo los orígenes del cristianismo y de la Iglesia católica hechos históricos, “probados y determinados en el tiempo y en el espacio”, la Iglesia no tiene ningún miedo a la historia, ni menos a su propia historia. Que aún tejida tanto de luces como de sombras, es fundamentalmente historia de hombres santos y de obras santas, no pocas veces surgidas desde las cenizas de sus propias miserias. Por eso dice Pío XII que la Iglesia ha huido siempre del peligro de ideologizarse, de reducirse a un doctrina gnóstica, porque hasta lo más inmutable en ella es acontecimiento, es historia.
Nos conviene recordar estas lecciones en medio de una crisis cultural en la que la historia tiende a ser manipulada por la ideología (el mismo concepto en boga de “memoria histórica”, o es redundante, o es ideológico), y en el que a los jóvenes se les quiere prevenir contra la propuesta cristiana presentándoles una desfigurada caricatura histórica de la Iglesia. Sin historia no reconoceremos al Dios providente, y sin él, no conoceremos el hilo de oro que la atraviesa.
