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Revivir la Pasión

Revivir la Pasión

25 marzo, 2016 manuelbru 0

Para la mayoría de la gente, la Semana Santa, aunque aún no la hayan cambiado de nombre, es una semana de vacaciones. La palabra “santa” es aceptada, cuando es aceptada, por rutina, porque en realidad es una palabra tabú, como lo es la palabra perdón, o la palabra cruz, o la palabra sacrificio, o las palabras pecado, dolor y muerte, que son precisamente los tres misteriosos males de la vida de los que el Salvador nos ha salvado.

Para otros, la Semana Santa evoca un acontecimiento indescriptible, ocurrido en Jerusalén hace dos mil años, y que ha condicionado completamente la historia a partir de entonces, en todas las latitudes, en todas la culturas. Por eso reconocen en este semana una ocasión excepcional para asomarse a las huellas culturales de esta historia, como son las maravillosas procesiones. A través de ellas contemplan la imagen recreada por nuestra tradición de un misterio que provoca a la razón, que cautiva la respiración, que conmueve el corazón, que asombra a la vista, que trasciende la mirada del alma. Y aún así, lo único que hacen es ver algo frente a ellos, atrayente, pero aún distante.

Por eso también los hay que quieren acabar con esta religiosidad popular, porque por unos días las calles evocan un misterio al que el corazón del hombre no puede sino rendirse o huir de él.

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En la austerísima celebración litúrgicadel oficio de la Pasión, en cambio, se revive este misterio. Le estamos diciendo al Crucificado que forme parte de nuestras vidas, y él lo hace. En la liturgia de la Iglesia, de estos días y de todos los días, Dios realiza la salvación, la realiza realmente. Hacer memoria de la Pasión del Señor no sólo recordarla, sino vivirla, revivirla. En la celebración litúrgica del Viernes Santo, el centro esta en la Cruz, no una cruz vacía, sino a Cristo colgado en una cruz: revivimos el misterio de la Cruz con el oído, oyendo el relato de la pasión; revivimos el misterio de la Cruz con la mirada, contemplándola en silencio; revivimos el misterio de la Cruz con nuestros labios, elevando nuestra oración al Crucificado, que nos esta salvando desde esa cruz, y besándole, porque queremos amar al amor por excelencia.
¿Qué tiene la cruz de Cristo? ¿Qué esconde? ¿Qué fuerza oculta? La portentosa imagen de la Cruz: ¿Por qué ahuyenta al maligno? ¿Porqué con ella lo ha vencido? ¿Porqué si mantiene su mirada en ella hasta él se desmoronaría? ¿Porqué con verla, cualquier ser humano, aún sin conocer el relato de la Pasión, queda sobrecogido? ¿Cuál es su poder? ¿Qué puede hacer la cruz que sólo ella pueda hacer?
El secreto de la cruz consiste, si podemos expresarlo de algún modo, en esto: que el Crucificado esta en todas nuestras cruces: Es decir, que cuando sufrimos: es él, que cuando nos vemos solos: es él, que cuando el amor al prójimo nos cuesta: es él, que cuando perdemos a alguien o se nos va para siempre: es él, que cuando somos incomprendidos: es él, que cuando un hermano sufre: es él, que cuando todo parece salir mal: es él, que cuando viene el desánimo: es él, que cuando viene la tentación de cualquier tipo: también él la sufrió.

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Y reconocer a Cristo en nuestras cruces es abrazarle, sonreírle, y resucitar con él, dando el salto de ponerse de nuevo a vivir su voluntad. Ya él nos dijo: “venid a mi todos los cansados y agobiados, y yo os aliviaré, cargar con mi yugo, y aprended de mí” (Mt 11, 28).

Porque, como escribió la sierva de Dios Chiara Lubich, “Él resultaba ser: para el mudo, la palabra; para quien no sabe, la respuesta; para el ciego, la luz; para el sordo, la voz; para el cansado, el descanso; para el desesperado, la esperanza; para el hambriento, la saciedad; para el iluso, la realidad; para el traicionado, la fidelidad; para el fracasado, la victoria; para el miedoso, la valentía; para el vacilante, la seguridad; para el extraño, la normalidad; para el solo, el encuentro; para el separado, la unidad; para el inútil, lo único que es útil. El descartado se sentía elegido. Jesús Crucificado era para el inquieto, la paz; para el refugiado la casa; para el excluido, la compañía”.

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Manuel María Bru Alonso. Madrid (1963). Sacerdote diocesano de Madrid. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid. Licenciado y Doctor en Periodismo. Presidente de la Fundación Crónica Blanca (comunidad, escuela y taller de jóvenes comunicadores). Profesor en las Universidades CEU San Pablo, Eclesiástica San Dámaso, Pontificia de Salamanca y La Salle. Entre sus libros destacan: 100 pensamientos por un mundo mejor; 100 testimonios por un mundo mejor; La prensa anticlerical en las Cortes de Cádiz; Una comunicación al servicio del hombre: itinerarios para una ética en las comunicaciones sociales; Las diez cosas que el Papa Francisco dice a los periodistas; Asombro y empatía: dos claves para renovar el lenguaje de la evangelización y la catequesis; Evangelizar la Cultura Mediática; y Predicación y Vida (comentarios a las lecturas de los domingos del Ciclo C).

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Manuel María Bru Alonso. Madrid (1963). Sacerdote diocesano de Madrid. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid. Licenciado y Doctor en Periodismo. Presidente de la Fundación Crónica Blanca (comunidad, escuela y taller de jóvenes comunicadores). Profesor en las Universidades CEU San Pablo, Eclesiástica San Dámaso, Pontificia de Salamanca y La Salle. Entre sus libros destacan: 100 pensamientos por un mundo mejor; 100 testimonios por un mundo mejor; La prensa anticlerical en las Cortes de Cádiz; Una comunicación al servicio del hombre: itinerarios para una ética en las comunicaciones sociales; Las diez cosas que el Papa Francisco dice a los periodistas; Asombro y empatía: dos claves para renovar el lenguaje de la evangelización y la catequesis; Evangelizar la Cultura Mediática; y Predicación y Vida (comentarios a las lecturas de los domingos del Ciclo C).

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