El pasado miércoles 17 de marzo el arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, entregó a la periodista Raquel Martín este sencillo pero muy sentido y sobre todo muy merecido premio Juan Pablo II de Comunicación, como profesional de la comunicación social que se ha distinguido siempre por su bien hacer periodístico, inseparable por su pasión por la verdad, su contagioso asombro por la belleza, y su incansable profusión en la difusión del bien, todo ello además regado en los últimos años por su dedicación a un ámbito del periodismo importantísimo, como es el de la información religiosa, y dentro de esta, la información sobre la Iglesia perseguida. Sobre todo desde que al frente del departamento de comunicación de la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada en España, ha podido difundir y promover la difusión de la noticia de los cristianos perseguidos por su fe en todo el mundo, y de haberlo hecho con gran sensibilidad, profesionalidad, y fe.
Sensibilidad, profesionalidad, y fe.
Cuenta el catedrático Gabriel Galdón en su conocido libro sobre la desinformación una interesantísima confesión del periodista norteamericano Malcon Muggeridge. Cuando al final de su vida se convirtió al catolicismo, reconoció con tristeza: “A menudo he pensado que si hubiera sido periodista en Tierra Santa en tiempos de Jesucristo, me hubiese dedicado a averiguar lo que ocurría en la corte de Herodes, habría intentado que Salomé me concediera la exclusiva de sus memorias, hubiera descubierto lo que estaba tramando Pilatos, y me habría perdido por completo el acontecimiento más importante de todos los tiempos”.
Sin profesionalidad suficiente, sin sensibilidad suficiente, y seguramente sin fe suficiente –aunque sólo fuese la fe unida al asombro puesta en la fe de los que tienen fe o tiene más fe que uno mismo-, todos nos hubiésemos perdido el acontecimiento más importante de la historia aunque hubiésemos estado en el lugar oportuno y en el tiempo oportuno.
En realidad, en todo tiempo y lugar podemos encontrar el tiempo y el lugar oportuno para reconocer el acontecimiento cristiano, que se refleja en la vida de todos los hombres, que se hace presente en todas sus circunstancias, y que hace historia de salvación de toda historia verdadera. Pero tal vez sea el testimonio de los cristianos que dan su vida por su fe, que suben cada día el Via Crucis de la persecución, la noticia que más claramente renueva la gran noticia del acontecimiento cristiano, porque en cada uno de ellos se refleja de modo admirable el rostro del Crucificado-Resucitado que, como dice el libro del Apocalipisis, “hace nuevas todas las cosas”.
Raquel Martín tiene la profesionalidad, la sensibilidad y la fe más que suficientes para no perderse ni el gran acontecimiento de la historia de la humanidad, ni la ocasión para hacer día a día la crónica de ese acontecimiento reflejado en el rostro del Cristo que sufre hoy, en el siglo XXI, en cada hombre o mujer injustamente tratado, abandonado a su suerte, o acompañado y abrazado por un pueblo rescatado por el amor, y sobre todo, entre estos últimos, en cada cristiano perseguido. Y no sólo eso, sino que a través de su trabajo, Raquel, con su magnífico equipo, ayuda día a día a que otros periodistas y otros medios de comunicación vayan descubriendo estos rostros de Cristo, aunque muchos de ellos no sepan que esto es lo que son, y les vayan dando cabida en sus informaciones, para estupor de un mundo cansado de su propia apatía y sediento de una verdadera libertad.
Decía el Cardenal Martíni, de feliz recuerdo, que una buena información religiosa debía adornarse de cinco características: “Cierto temblor para acercarse con humildad a los hechos religiosos que encierran una especial dificultad. Respetar aquellos simbolismos por los que la Iglesia se comunica. Capacidad de detectar los signos de esperanza dispersos por el mundo, antídotos al pesimismo, que es la verdadera enfermedad del mundo occidental. Rehuir el culto a la personalidad y poner de relieve el papel de la comunidad cristiana, que excede al de los individuos que la componen. Más atención a los hechos cotidianos de la vida y la misión de la Iglesia, y no sólo a los grandes acontecimientos de relevancia internacional”. Creo que una información religiosa como la que se hace desde Ayuda a la Iglesia que sufre, aprueba con creces este examen. Pero pongamos nuestra mirada en otro gran maestro de la comunicación, aquel que en Crónica Blanca consideramos nuestro patrono, el patrono de una comunicación capaz de contar la crónica blanca de la huella de Dios en la historia de los hombres. Me refiero a San Juan Pablo II.
San Juan Pablo II no ocultó nunca su enorme preocupación por la información religiosa, es decir, porque la verdad de la experiencia de la fe no se quede oculta debajo del celemín, sino que esté como nos enseña el Señor encilla de todo y alumbre a todos los miembros de la casa común que es este mundo mediáticamente globalizado. En su rico magisterio encontramos palabras de animo a los periodistas dedicados a esta especialización, así como criterios y consideraciones que les fuesen de gran ayuda. Podemos decir también, y éste es el propósito de este premio, que también Raquel Martín hace honor con su dedicación a este modo de hacer periodismo que el Papa Magno nos enseño.
San Juan Pablo II y la información Religiosa
En su primer encuentro con los informadores religiosos, recién elegido Papa, San Juan Pablo II les pidió que no cayesen en visiones reduccionistas, que conviene recordar que lo esencial de la vida de la Iglesia, de sus mensajes y de sus acontecimientos “no es de orden político, sino espiritual”. En ese mismo encuentro les propuso un “pacto leal” según el cual ellos deberían procurar “captar las motivaciones auténticas” de la vida de la Iglesia y, a cambio, ésta procuraría escuchar más lo que los comunicadores digan de “las esperanzas y exigencias de este mundo”, puesto que la Iglesia, como dirá varios años después recordando este pacto, “permanecerá a vuestro lado porque también ella sirve a la verdad y a la libertad; libertad de conocer la verdad, de predicarla y de conseguir que penetre en la intimidad de todo corazón”. Su preocupación por los informadores religiosos, claro está, no era interesada, no era fruto de una estratégica política comunicativa, sino de la única “estrategia” de la caridad cristiana universal. Les apreciaba y veía en ellos, como se puede comprobar en el diálogo distendido y amistoso que tenía con ellos en los viajes apostólicos o en otro tipo de encuentros, “un valioso servicio para la conservación y la promoción del bien verdadero de la persona y de la comunidad”. Un legado, por cierto, que tan cuidadosamente han sabido mantener y realizar con estilo propio tanto el Papa Emérito Benedicto XVI como nuestro querido Papa Francisco.
San Juan Pablo II comprendía las dificultades que encuentran los informadores religiosos: “al dar a conocer e ilustrar en vuestros órganos de información la actividad y la realidad de la Iglesia, la cual es, en primer lugar, misterio de fe”. Y, desde esta comprensión, respetaba la labor del periodista con sus logros y dificultades, a la vez que pedía “también el respeto del vasto mundo de la comunicación”. Un respeto que ha de fundamentarse en una constatación y en un deseo compartidos: Para un reconocimiento del valor de la información religiosa, clave para contrarrestar el fenómeno de la desinformación, es bueno que el comunicador pueda tomar conciencia de que a través de esta información puede ofrecer “a un mundo atormentado por una lucha creciente, algunas imágenes gozosas de solidaridad humana, junto con palabras de ánimo e invitaciones a la esperanza”, ya que no le será difícil encontrar el modo de “hacer sentir la presencia de la Iglesia en todo problema” humano y social, en feliz expresión de don Alberione, fundador de la Familia Paulina, que el Papa hacía suya.
Por eso San Juan Pablo II se preguntaba: “¿No es alabado en la vida de su Iglesia que lleva no sólo la luz de la verdad de Cristo, sino también el calor del amor de Cristo a los pobres, enfermos, perseguidos, jóvenes que ansían guía y ancianos que anhelan consuelo y esperanza? ¿No es alabado en la vida de sus seguidores que procuran ver y servir en cada persona a Jesús, Salvador y Señor nuestro?”. Y esto le llevaba a una propuesta, planteada al “periodismo católico”, pero igualmente interesante para todo periodismo: “El periodismo contemporáneo con frecuencia rebusca entre los pecadores ocultos en la sociedad, para que sus crímenes queden patentes y así curar la sociedad. Claro es que este servicio puede ser saludable. Pero también quiero esperar que el periodismo católico contemporáneo sobre todo ponga en evidencia a los santos ocultos, a esos hombres y mujeres humildes que enseñan a los jóvenes, cuidan a los enfermos, aconsejan a las personas acongojadas, esos siervos ocultos de Dios que viven de verdad el Evangelio. Alaban a Jesucristo con sus vidas; el conocer más su trabajo escondido, humilde y heroico ayudaría a otros a alabar a Jesucristo. En un mundo tantas veces dividido por guerras y odios, y maleado con tanta frecuencia por pecados y egoísmos, la abnegación y servicio de otros en nombre de Jesús, merecen ciertamente ser noticia; existen facetas de la buena noticia de Cristo que tenemos el privilegio no sólo de proclamar, sino también de descubrir y dar a conocer para estimular a los demás, animarles y hasta convertirles a la fe y el fervor”.
Pero precisamente es esta dimensión de la información religiosa la que comporta mayor autonomía y objetividad, pues los hechos hablan por si solos, y mayor interés por los públicos, encontrando el lenguaje apropiado de una información humana que conecta y atrae a los receptores. Y que, a la postre, como decía San Juan Pablo II, “la evangelización en los medios de comunicación social no sólo se realiza a través de una presentación veraz y convincente del mensaje de Jesucristo. Hay que fomentarla también ofreciendo información acerca de lo que la Iglesia está haciendo en nombre de Jesús con todas sus numerosas y diversas actividades, en todos los rincones de la tierra: en las escuelas, en los hospitales, en los programas de ayuda a los refugiados y en la atención a los miembros de la sociedad más pobres y desamparados”.
Claves para una recta información religiosa será, de acuerdo con este principio periodístico de interés por lo humano, “privilegiar lo vivido, los testimonios”. El escritor británico Jhon Berger, en su conversación con el periodista polaco Ryszard Kapuscinski, se hace una pregunta que me parece especialmente oportuna para comprender este concepto del testimonio periodístico cristiano: “Pero, ¿por qué es necesario relatar historias como ésta? ¿Por qué relatamos historias? (…) A veces parece que el relato tenga una voluntad propia, la voluntad de ser repetido, de encontrar un oído, un compañero. Como los camellos cruzan el desierto, así los relatos cruzan la soledad de la vida, ofreciendo hospitalidad al oyente, o buscándola. Lo contrario de un relato no es el silencio o la meditación, sino el olvido (…) ¿En qué consiste el acto de narrar? Me parece que es una permanente acción en la retaguardia contra la permanente victoria de la vulgaridad y de la estupidez. Los relatos son una declaración permanente de quien vive en un mundo sordo. Y esto no cambia. Siempre ha sido así. Pero hay otra cosa que no cambia, y es el hecho de que, de vez en cuando, ocurren milagros. Y nosotros conocemos los milagros gracias a los relatos”.
Por eso San Juan Pablo II, “sabiendo cuánto aprecian los hombres de nuestro tiempo el valor del testimonio y de la experiencia, la vida y el apostolado de los misioneros constituyen un fresco manantial de informaciones que puede enriquecer a los mass-media con temas y hechos buenos y validos”, decía: “Deseo, pues, que seáis promotores ante todo de la prensa misionera, que lleva a las comunidades cristianas y a las familias la presencia educadora e inspiradora del apostolado misionero y de las Iglesias jóvenes, que son su futuro. Deseo, además, que sepáis serviros de la radio que, incluso en las zonas y entre las poblaciones más aisladas y pobres, permite llevar el mensaje evangélico, portador de esperanza y de amor. Difundid también oportunamente, con documentales y servicios filmados, la verdadera imagen de la misión universal, porque ésta es la imagen de la humanidad nueva que tiene su principio y modelo en Cristo”.
San Juan Pablo II y la libertad religiosa
Al igual que con el periodismo religioso, también San Juan Pablo II era especialmente sensible a la libertad religiosa, y por tanto, a la persecución religiosa que la anula. decía San Juan Pablo II, “a veces todavía limitada o coartada, es la premisa y la garantía de todas las libertades que aseguran el bien común de las personas y los pueblos. Es de desear que la auténtica libertad religiosa sea concedida a todos en todo lugar; ya que con este fin la Iglesia despliega su labor en los diferentes países, especialmente en los de mayoría católica, donde tiene un mayor peso. No se trata de un problema de religión de mayoría o de minoría, sino más bien de un derecho inalienable de toda persona humana”.
Es de llamar la atención lo que afirma Redemptoris Missio: que allí donde la Iglesia es mayoritaria, es donde ha comenzado o debe comenzar a trabajar porque se dé este reconocimiento pleno para todos. Más aún, no se trata de mayorías o minorías, sino de un derecho para todos. Lo mismo, donde es una pequeña grey, no cejará de recordar este derecho inalienable de cada persona, por ello dirá en Ecclesia in Asia (en 1999) con un tono crítico que “algunos países reconocen una religión oficial de Estado, que permite poca libertad de religión a las minorías y a los seguidores de otras religiones, y a veces ni siquiera se la permite”.
Lo dirá con toda claridad delante de regímenes violatorios de los derechos humanos, como lo hizo en su visita a Cuba en 1998: “Cuando la Iglesia reclama la libertad religiosa no solicita una dádiva, un privilegio, una licencia que depende de situaciones contingentes, de estrategias políticas o de la voluntad de las autoridades, sino que está pidiendo el reconocimiento efectivo de un derecho inalienable… no se trata solo de un derecho de la Iglesia como institución, se trata de un derecho de cada persona, de cada pueblo. Todos los hombres y todos los pueblos se verán enriquecidos en su dimensión espiritual en la medida en que la libertad religiosa sea reconocida y practicada”.
Esta claro, pues, que Raquel Martín, al frente de ese gran servicio informativo sobre la iglesia perseguida que para el padre Werenfried van Straaten era una de las tres finales de la institución, junto a la oración y la solidaridad con los cristianos que sufren, merece el premio que lleva el nombre de un santo papa contemporáneo que tanto hizo por un periodismo digno, incluido el religioso, así como por un reconocimiento universal de la libertad religiosa, frente a toda discriminación y persecución, no sólo, pero también y en primer lugar de los cristianos.