Mi gran amigo Antonio España, provincial de la Compañía de Jesús en nuestro país, a quien conozco desde hace 40 años, cuando éramos congregantes marianos en los Kostkas, con el Padre Almellones que en paz descanse, hizo publico esta semana una nota muy importante.
Responde en ella a la noticia de la sentencia de la Audiencia Nacional sobre el caso de los “mártires de la UCA”, en la que además de mostrar su satisfacción por la aplicación en España del principio de “Justicia Universal”, queda jurídicamente probada la responsabilidad de las Fuerzas Armadas salvadoreñas y del Estado de El Salvador en aquel horrible asesinato. Pero, además de felicitar a los jueces, a las asociaciones de derechos humanos y las familias de los asesinados, explica dos cosas que son muy importantes: que aún quedan muchos responsables de aquel crimen por ser encausados, y que aplaudir la acción de la justicia no significa renunciar al perdón.
Así, en primer lugar, explica España que “la sentencia sobre Inocente Montano no agota las responsabilidades individuales en aquellos hechos y, por ello, confiamos en que facilite la labor de la justicia en El Salvador, allí donde mayor contribución puede hacer al reconocimiento a las víctimas, la reconciliación del país y la paz para los propios victimarios. La Compañía de Jesús en Centroamérica y la UCA seguirán trabajando, como han hecho hasta ahora, en favor de un juicio justo en El Salvador, tal y como anunciaron en el comunicado que emitieron conjuntamente el pasado 7 de junio”.
Y, en segundo lugar, termina recordando: “que los jesuitas hemos expresado nuestra disposición a perdonar a quienes planearon y ejecutaron ese horrendo crimen, pero antes es necesario que se reconozcan los hechos, se esclarezca la verdad y se determinen las responsabilidades correspondientes”.
Me uno de corazón a todo lo que Antonio España ha expresado en su comunicado. Entre otras cosas, porque nunca podré olvidar mi experiencia de encuentro personal con Ignacio Ellacuría y sus compañeros “mártires” (espero que algún día se les llegue a recodar así en el calendario litúrgico), un año antes de su asesinato. Aunque ya lo conté en Afla y Omega con ocasión de la publicación de un libro sobre Ellacuría, lo vuelvo a compartir: Fui invitado por Fernando Álvarez de Miranda, entonces embajador de España en El Salvador (previamente presidente de las Cortes Constituyentes y posteriormente Defensor del Pueblo), para conocer la realidad de este país centroamericano y sobre todo para conocer a los jesuitas de El Salvador. Recuerdo una larga y amabilísima conversación con Ignacio Ellacuría en su despacho en el que hablamos mucho de Zubiri, de la que no olvidaré jamás una frase suya: “Si conoces la filosofía de Zubiri entenderás muy bien que es falso que me acusen de marxista: es imposible ser zubiriano y marxista a la vez”.
Pero sobre todo recuerdo una noche, tomando un café tras cenar en la Embajada, a la que los jesuitas españoles acudían con mucha frecuencia, cuando la mujer del embajador, Luisa Cruz, les preguntó si estaban amenazados de muerte. Tras un silencio estremecedor, uno a uno, empezando por Ellacuría, no sólo confirmaron las amenazas y la credibilidad de las mismas, sino que dieron testimonio de que estaban dispuestos a morir antes de irse del lugar al que Dios les había enviado. Como buenos jesuitas, no pensaban rendirse cuando sabían que, en medio de la barbarie, ellos seguían la bandera justa, la del Reino que Jesús había traído a la tierra.