En la foto, primera reunión de la Comisión Diocesana por la Comunión, presidida por el Cardenal Carlos Osoro, Arzobispo de Madrid.
El pasado domingo 18 de marzo tuvo lugar la primera vigilia diocesana en Madrid por la Comunión Eclesial, la de la Vicaría IV. Estas vigilias irán recorriendo todas las vicarías, para fomentar la comunión en nuestra diócesis, que es don y tarea. Y si como don hay que pedirla insistentemente, unidos a la oración de Jesús en Getsemaní («Padre, que todos sean uno»), como tarea supone, sobre todo ahora en el contexto litúrgico-espiritual de la cuaresma, conocer también cuales son las tentaciones contra la comunión.
Al igual que de la misión (al fin y al cabo, sin comunión no hay misión), el déficit de comunión eclesial (en la Iglesia universal, en el de las diócesis, en las parroquias y en todos los grupos eclesiales), se muestra ciertamente en algunos pecados de comisión, pero sobre todo se muestra en los pecados de omisión: desde una palabra de apoyo, de reconocimiento, de felicitación, al final no pronunciada por timidez o vergüenza, hasta una llamada por teléfono que nunca se llegó a hacer para contar con alguien en un grupo o en un equipo de trabajo, que aportaría mucho a su pluralidad y diversidad, por miedo a ser interrogado por esa elección o por comodidad, ya que siempre es más cómodo un grupo homogéneo, aunque en él le dejemos poco margen el Espíritu Santo cuyo soplo no se limita ni a una sola dirección ni a un solo sentido.
Luego vienen los pequeños o grandes pecados de comisión contra la comunión: Desde una critica (primero pensada y luego expresada) sobre una persona o una realidad eclesial, hasta el desplante, cuando llega al enfrentamiento, ante un hermano o una comunidad de hermanos. Desde a un prejuicio fijo, inamovible, estereotipado, con respecto a una realidad eclesial -de la que quienes tienen la gracia específica para ello ya se ocuparon de discernir y de reconocer como familia eclesial-, hasta la provocación de grandes divisiones, que siempre producen grandes heridas, que con el tiempo se vuelven cada vez más difíciles de curar.
Pero gracias a Dios todos los días en la Iglesia se realizan miles y miles de gestos, unos heroicos, otros sencillos, que fortalecen la comunión, porque apuestan por la unidad en la diversidad, porque nos libran de la permanente tentación de la uniformidad. Ahuyentando prejuicios, escuchando, aunando, y amando el carisma, el estilo, el don del otro, aún más que el propio.