Suelo notar que un buen medio para medir el interés de un ensayo o de un discurso (valiosísimo incluso para medir el interés de un texto del magisterio de la Iglesia), esta en sus notas a pie de página (o a final del texto). Especialmente en los autores citados.
En los documentos pontificios (encíclicas, cartas y exhortaciones apostólicas, etc…) tanto San Juan Pablo II como Benedicto XVI nos sorprendieron citando a filósofos no creyentes, autores literarios, o teólogos no católicos, Lutero incluido.
El Papa Francisco no ha sido menos. Es más, ha dado una nueva vuelta de tuerca también en esto. Al principio llamaba la atención, aunque era de esperar de un argentino, que citase a Borges, o a otros escritores compatriotas suyos. En su primera homilía como sucesor de Pedro citó refranes de su abuela. No faltó quien quiso hacer la broma fácil de comparar al sabio recién renunciado Benedicto que citaba a los grandes pensadores del siglo XX ateos incluidos, con el nuevo Juan XXIII, como aquel “párroco del mundo”, citando a su abuela. Tengo que reconocer que si el magisterio del Papa Francisco me vuelve loco, loco de entusiasmo y de contento, fijarme en sus citas es como el colmo de mi gozo: me encantan, por originales, por variadas, por rompedoras, y sobre todo, por interesantes.
En su exhortación apostólica postsinodal Amoris Laetitica, el Papa Francisco de sale con esto de las citas. Me encantan. Son geniales.
Es cierto que, como no puede ser de otro modo en una buena exhortación apostólica postsinodal, sobre todo tras no uno sino dos sínodos sobre la familia, el 90% de los textos reseñados sea de las proposiciones (y las relaciones finales) de los padres sinodales de ambas asambleas sinodales. También documentos magisteriales de los últimos papas sobre la familia, textos de conferencias episcopales, etc…
Pero aún en un texto como éste, que ya bastante “carga crítica” tiene con todo ese bagaje doctrinal, el Papa nos sorprende con algunas citas curiosísimas e interesantísimas. Por ejemplo:
En el precioso capítulo cuarto sobre el amor en el matrimonio, al explicar que “amar también es volverse amable”, comentando la expresión paulina del himno de la caridad según la cual la caridad no obra con dureza, cita al poeta y ensayista mejicano Octavio Paz, Premio Nobel de literatura, para quien la cortesía “es una escuela de sensibilidad y desinterés” que exige a la persona “cultivar su mente y sus sentidos, aprender a sentir, hablar, y en ciertos momentos, a callar”.
En ese mismo capítulo, al comentar la parte del Himno a la caridad que dice que el amor lo “soporta todo”, cita un largo texto, fantástico, de Martín Luher King, en el que entre otras cosas el pastor evangélico y líder de la resistencia a la discriminación racial en Estados Unidos, predica: “La persona que más te odia, tiene algo bueno en él; incluso la nación que más odia, tiene algo bueno en ella; incluso la raza que más odia, tiene algo bueno en ella. Y cuando llegas al punto en que miras el rostro de cada hombre y ves muy dentro de él lo que la religión llama la imagen de Dios, comienzas a amarlo a pesar de. No importa lo que haga, ves la imagen de Dios allí”.
Y cuando el Papa nos quiere explicar la dimensión social del matrimonio, tiene la original lucidez de citar al poeta uruguayo Mario Benedetti, cuando dice: “Tus manos son mi caricia, mis acordes cotidianos. Te quiero porque tus manos trabajan para la justicia. Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice, y todo y en la calle codo con codo somos mucho más que dos”.
También me parece provocativa y determinante para entender el mensaje del papa una cita que hace del teólogo y místico protestante Dietrich Bonhoeffer, para explicar que existe una sana desilusión del esposo con respecto a la esposa o de la esposa con respecto al esposo, que consiste en reconocer que “es preciso que el camino espiritual de cada uno le ayude a desilusionarse del otro, a dejar de esperar de esa persona lo que sólo es propio del amor de Dios”. Y es que una cosa es esperar siempre del otro lo imprevisible porque los dones con los que Dios le ha dotado sólo él los conoce, y otra es esperar humanamente del otro lo que sólo podemos esperar de Dios. Una sana desilusión que prevé de una mala desilusión.
Pero tengo que confesar que la cita del Papa que más me ha gustado y sorprendido, aunque sabía que al Papa le gustaba esa película, es la que hace de un diálogo del “Festín de Babette”, en el que la generosa cocinera recibe un abrazo agradecido y un elogio: “¡Como deleitarás a los ángeles!” porque, como dice el Papa, “es dulce y reconfortante la alegría de provocar deleite en los demás”. Creo yo que, en realidad, el valor de esta cita no está sólo en su utilidad para ilustrar una idea del discurso del Papa, sino que es apropiadísima para entender todo la exhortación el profundo trasfondo de la propuesta teológica, moral, pastoral y espiritual de la magnífica cinta danesa escrita y dirigida por Gabriel Axel. En ella se narra la historia de unas hermanas que continúan el legado de su padre, pastor puritano y líder espiritual del pueblo en el que viven. Un buen día reciben el encargo de un viajero que en su paso por el pueblo se había enamorado de una de las hermanas. El encargo fue el de acoger en su casa a una mujer sola y sin recursos, llamada Babette, y que era una magnífica cocinera. Las hermanas, en su caridad cristiana, la acogen. La cocinera era testigo de que la congregación de vecinos fundada por el Padre ya fallecido hacia aguas, basada en una religiosidad encorsetada y puritana. Al recibir el pago de una lotería, Babette decide en gesto de agradecimiento hacer un gran festín, una gran cena, con los más exquisitos manjares y los más sabrosos vinos. Pero el regalo no fue sólo un festín, sino la experiencia compartida del don de hacer felices a los demás, de deleitarse en el sano placer compartido, que es un valor típicamente católico. Toda la película es un canto a la magnanimidad, al valor divino de lo humano, a la gratuidad y a la gratitud, a la alegría del amor.
Creo sinceramente que quienes no entienden, y no son pocos, esta exhortación del Papa, porque ven en ella un peligrosísimo exceso de misericordia y de crítica al rigorismo y a la intransigencia, deberían ver el Festín de Babette. A veces el cine, como todo el buen arte, es capaz de llevar a una conversión que, de la mano de la belleza, lleva a la bondad y la verdad que se nos escapan por sublimes.