El próximo domingo, en la liturgia de la Palabra, se leerá en las misas un texto de la Carta de San Pablo a los Gálatas, en el que nos ofrece una de sus sentencias más conocidas, y más importantes: “Sabemos que el hombre no se justifica por cumplir la Ley, sino por creer en Cristo Jesús”.
Loa teólogos nos advierten que esta frase no significa que a Dios no el importe que cumplamos sus mandamientos. Significa que aún cumpliéndolos no podemos exigirle nada, porque todo lo que somos y esperamos es pura gracia suya. Sólo su amor nos justifica. Por eso concluye: “si la justificación fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería inútil”.
Si pudiéramos exigirle algo a Dios, creernos tan perfectos como para no esperar nada de Él, no habríamos ni entendido ni aceptado lo esencial de la Buena Noticia de Dios para los hombres que Cristo nos trae: la buena noticia de su misericordia infinita.
La interpretación de esta teoría paulina de la Justificación ha divido a los católicos y a los hijos de la reforma protestante durante siglos. El que hoy la teología católica y la protestante lo expliquen igual (justifica la fe, confianza en Dios, porque esta fe lleva consigo y se expresa también en las obras), y reconozcan falta de comprensión mutua en el pasado, es un monumento a la pobreza humana: ¡divididos por ser mutuamente inmisericordes a la hora de entender juntos la misericordia!
Nuestro Papa emérito Benedicto XVI, en el mensaje que dirigió a la Iglesia en la Cuaresma del año 2010, apelaba a la definición original de justicia, la de dar a cada uno lo suyo, para explicar que la justificación en Cristo, la de la cruz, la justicia de Dios, va más allá que dar a cada uno lo suyo, porque el Inocente carga con el pecado de los culpables. Es la justicia del amor, “la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar”. Y frente a esta justicia de la Cruz, “el hombre se puede rebelar”, sino quiere aceptar que no es un ser autárquico, “sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo”.
Este resentimiento autosuficiente esta en el origen de un modo radical de secularismo y de rechazo a Dios, propio de la cultura dominante, el no querer aceptar la deuda de amor de la criatura con el Creador, del pecador con el Redentor.
Católicos y protestantes hoy estamos unidos en la búsqueda de la mente de Cristo que nos libera de la autosuficiencia y nos lleva a reconocer y a acoger que “todo es gracia”, que todo lo que esperamos es por pura gratuidad de Dios, incluida nuestra justificación ante él. Y lo estamos precisamente en un contexto cultural donde el anuncio del Evangelio de la gracia y de la justificación es un antídoto y un camino de liberación ante esa paradójica combinación entre relativismo y moralismo que asfixian al hombre de hoy.
