El otro día un grupo de jóvenes me preguntaba qué es eso de la Javierada. La verdad es que no es difícil de explicar, pero tuve la sensación que cualquier explicación descriptiva que pudiera hacer sería insuficiente. La Javierada es una experiencia. Yo les conté la experiencia de mi primera Javierada. Nunca olvidare ese cúmulo de sensaciones que con catorce años viví al vislumbrar al alba, a la vuelta del camino montañoso de la marcha desde Sangüesa, vi por primera vez el Castillo de Javier en medio del paisaje que aún hoy me sigue pareciendo el más bonito del mundo. Había escuchado tanto hablar al Padre Almellones, jesuita, de San Francisco Javier, que de repente aquel momento me pareció eterno, me pareció como el inicio de una certeza perdurable: aquí esta la huella de la verdadera felicidad, en este Castillo que fue la casa de un hombre así. Aquí esta el secreto de una vida bien aprovechada, de una vida noble, de una vida extraordinaria, de una vida llena de sentido.
También recordé el testimonio de una joven llamada Cristina que contaba en un video que hicimos hace años lo que la paso en Javier: “Realizando hace unos años una Javierada, sentí como una llamada interior y conforme iban pasando lo kilómetros fui sintiendo algo cada vez más grande. Sentía como que estaba hablando con Dios. Conseguí llegar a Javier, me costó mucho llegar pero llegué con una alegría interior, y fui a visitar al Cristo de Javier, el Cristo sonriente, a darle las gracias. Entonces, yo fui viendo a la luz de Dios lo que él quería de mí, y poco a poco me di cuenta que me llamaba para una vocación misionera. El comprometerme más hacia los demás, el ver que el mundo sufre y que nosotros estamos aquí sin hacer nada, el ver que nosotros podemos interiormente darnos a los demás y que la felicidad se encuentra dándose».
La Javierada es Cristo clavado en una cruz, con el rostro alegre del resucitado continuaba diciendo: “Id por el mundo entero y proclamad el Evangelio”. El mandato misionero continua vigente, la Iglesia de Jesús continúa siendo ante todo misionera y Cristo sigue llamando.
Ya trescientos años antes del nacimiento de San Francisco, el Cristo sonriente de Javier congregaba peregrinos, atraídos por la leyenda de una aparición milagrosa de la imagen. Hoy en día el Castillo y la Basílica del santo siguen siendo metas de miles personas, sobre todo de miles de jóvenes, congregados no ya por la leyenda sino por la historia de un hombre que supo descubrir que de nada sirve ganar el mundo entero si se pierde el alma. Hoy el imán de Javier sigue atrayéndolos: a todos a la conversión, y a algunos de entre ellos, a la gran aventura de Javier, el más intrépido y generoso misionero, tras San Pablo, de la historia de la Iglesia.