La Iglesia que quiere el Papa Francisco es una Iglesia más pobre, más libre, y más amable. En el día en el que celebramos el tercer aniversario del pontificado del Papa Francisco, me pregunto: ¿Por qué el Espíritu Santo nos ha enviado este gran regalo del cielo, el de un Papa americano que quiere una iglesia en permanente reforma? Creo que es el mismo Espíritu Santo el que, como ha hecho con todos los magníficos sucesores de Pedro en los últimos cien años, esta haciendo, como se dice en italiano, un “capo laboro” con la Iglesia, no sólo, pero si sobre todo, por mediación de los papas.
Si preguntamos a cualquier católico o a cualquier persona que sigue en interés la actualidad de la vida de la Iglesia cuál es la expresión más importante del Papa Francisco para definir a la Iglesia, sin duda, y con toda razón diría que la “Iglesia en salida”. Ojalá no se quede en un mero slogan. Desde luego en la intención del Papa no está el de hacer de esta expresión la frase publicitaria de una campaña de imagen eclesial para este tiempo, sino una llamada a una conversión y a una reforma sin retorno, irreversible, que de algún modo alarga aquella expresión de San Juan Pablo II para quien el centro de la Iglesia no está en “en el centro”, sino en la frontera entre la Iglesia y el mundo, es decir, en lo que el Papa Francisco llama la periferia. ¿Qué significa entonces “Iglesia en salida”?
Iglesia en salida significa dejar que Cristo salga de la Iglesia: “En el Apocalipsis Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar… Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir (…) Hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí, o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí y para sí” (nota leída durante las Congregaciones Generales 2013). Esta es la clave de este pontificado, el impulso para que la Iglesia no sea embudo, no sea filtro, no sea freno entre Dios y los hombres. Sino todo lo contrario, apertura, acogida, y como decía el beato Pablo VI, diálogo: “La Iglesia es diálogo”, “la iglesia es caridad”. Creo sinceramente que fue este planteamiento radical, el de abrir la puerta de la Iglesia para que Cristo no sólo entre sino que también pueda salir de ella al encuentro con el hombre de hoy, de lo que se sirvió el Espíritu Santo para señalar entre los cardenales de la Iglesia hace tres años al arzobispo de Buenos Aires.
Entender la Iglesia en salida, además, significa saber esperar. No pretender éxitos, pastorales, sino sólo pretender sembrar evangelio por doquier, sembrar, no recoger: “La Iglesia en salida es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino” (Evangelii Gaudium,, nº 46).
Otra importante expresión del Papa que nos muestra la Iglesia que sueña es la de la imagen de la Iglesia como “hospital de campaña”, que les resulta a algunos demasiado humana, demasiado parecida a la del Concilio de “Pueblo de Dios” que ha quedado un poco relegada ante la de “Misterio de Comunión”. Y puede no resultar tan bella como la imagen de la Iglesia como barco al que todos pueden subir y salvarse del naufragio en medio de las tempestades de la historia para encaminarse, con el Señor como capitán, brújula y timonel, al puerto definitivo de la gloria de Dios. Pero esconde otra belleza, una belleza que emana de la belleza de la cruz. Es la imagen de una Iglesia que es más madre que maestra. Porque es una imagen que muestra más a Cristo que cura que a Cristo que enseña. Una Iglesia por tanto más pobre, más libre, y más amable:
Primero: Una Iglesia más pobre. Un hospital de campaña no es un palacio renacentista. Ni siquiera un templo gótico. Se parece más a un campo de refugiados. ¡Esa es la nueva imagen de la Iglesia: la de un campo de refugiados! A muchos clérigos, y de todos los grados de la jerarquía eclesiástica, les ha caído como un jarro de agua fría el testimonio de pobreza del Papa Francisco. Algunos lo han acogido como una llamada a la conversión. Otros, además, han dado pasos para secundar su ejemplo. Pero algunos han visto en los gestos del Papa una actuación demagógica y se han aferrado a sus honores y prebendas. ¿Y a los lacios? Pues más de lo mismo. Una Iglesia pobre y samaritana no es una Iglesia en la que nadie pueda tener licencia: Ni para aspirar ni para acomodarse al lujo de los ricos, mientras dos ciertos de la humanidad viven en la miseria. Ni para educar a las nuevas generaciones en la mentalidad competitiva, ni siquiera en la excelencia que divide socialmente bajo el pretexto de la formación de liderazgos. Ni para asumir acríticamente los postulados del mundo en relación a las libertades civiles, los derechos humanos y la dignidad de los trabajadores. Ni para excluir, marginar, y “descartar”, que los que hacemos por inercia cuando no nos queremos hacer amigos de los pobres. Ni para encubrir todo esto sustituyéndolo por una caridad asistencial e incluso promocional que por otra parte es una obligación de justicia.
Segundo: Una Iglesia más libre. Una Iglesia que es como un hospital de campaña es una Iglesia sin ataduras al poder, sin estrategias de poder, sin pretensiones, preferencias y compromisos políticos. ¡Cuántos eclesiásticos durante siglos, y también ahora, han buscado en la complicidad de los laicos leales a la Iglesia cuotas de poder mundano, aunque sea bajo el pretexto de poder influir mejor en las leyes y las costumbres! ¡Y cuantos laicos han aceptado esa complicidad a veces ingenuamente, otras interesadamente! También en esta época postconciliar, en la práctica, arrastramos una triste historia de componendas políticas de nuestros medios de comunicación más influyentes, y de nuestros instrumentos de evangelización más necesarios. Como si el fin justificase los medios.
Tercero: Una Iglesia más amable. Una Iglesia que es como un hospital de campaña es una Iglesia que esta llamada en tercer lugar a curar las heridas de esta humanidad maltrecha. Y esto significa que una Iglesia que antes de nada cura, como dice el Papa, es una Iglesia que no veda las heridas sin haberlas curado, no “despacha” a nadie con un discurso memorizado, ni tampoco “hurga” en las heridas, con un mensaje moralizante que no respeta ni los procesos ni los tiempos de las personas: “Algunas cuestiones que forman parte de la enseñanza moral de la Iglesia queden fuera del contexto que les da sentido. El problema mayor se produce cuando el mensaje que anunciamos aparece entonces identificado con esos aspectos secundarios que, sin dejar de ser importantes, por sí solos no manifiestan el corazón del mensaje de Jesucristo” (Evangelii Gaudium,, nº 34).
La Iglesia que sueña el Papa Francisco es una Iglesia en salida, una Iglesia en la que no sólo hay que abrir las puertas de par en par para que siempre pueda entrar el Señor en ella y hacer morada en ella, sino también para pueda salir de ella al encuentro con el hombre de hoy, alejado de la iglesia, confundido por la Iglesia, pero necesitado siempre de Dios, necesitado siempre de amar y de ser amado sin límites. La Iglesia que sueña Francisco es una iglesia más pobre, más libre, más amable. Es una Iglesia que ama, que sirve, que es toda misericordia. Que denuncia al mal, pero no condena a nadie. Que no sólo dialoga sino que se postra ante todos porque en todos reconocer a su Señor. ¿Y tú, te subes al tren de esta Iglesia, de querer poner también tu vida para edificar esta Iglesia junto a Francisco? Yo, desde hace tres años, no pienso en otra cosa, ni deseo otra cosa.