Dicen que en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Cracovia este verano, por motivos de seguridad, no había apenas aviones y helicópteros divisando los multitudinarios encuentros de los jóvenes con el Papa Francisco, y por tanto, apenas pudimos ver imágenes panorámicas.
En realidad, en todos estos acontecimientos, aún habiendo miles y miles de magníficas y elocuentísimas fotos, panorámicas incluidas, faltan las fotografías del alma, que serían las más interesantes. Esas en las que descubrir la presencia del Señor en el corazón de los jóvenes, en el de cada uno de ellos, que va entablando un diálogo nuevo con ellos desde que salieron de casa. E incluso esa presencia suya, aunque algo se vislumbra, en las fotografías de grupo, o incluso en las más masificadas: la fotografía de Jesús que cumple su promesa: “Dónde dos o tres estén reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos” (Mt. 18,20)
Pero algunos sin necesidad de cámaras fotográficas, sin necesidad si quiera de hacer fotos con su teléfono móvil, son capaces de “fotografiar” con sus descripciones el interior de los jóvenes. Me ha impresionado la fotografía interior que el Cardenal Cañizares ha logrado sacar del corazón de los jóvenes participantes en la JMJ, la fotografía de una búsqueda y de un encuentro, la fotografía de una experiencia que aunque de algún modo se exprese exteriormente, no conocemos sino muy tangencialmente, a través de testimonios concretos.
Escribía hoy el Cardenal Cañizares en la prensa que “con todo lo que pueda parecer, y con lo que algunos, tal vez, piensen de los jóvenes de ahora, como vimos en Polonia y escuchamos al Papa hablando con tanto amor y con tanta confianza en los jóvenes, la vida no ha cerrado ni apagado anhelos muy profundos y nobles dentro de ellos. Buscan ser felices, llegar a ser libres; aman la vida y quieren vivir plenamente; anhelan que haya un futuro grande para ellos y para todos y que les llene de esperanza; tienen sed de verdad y les gustaría en lo más íntimo de ellos que los quieran, los comprendan –como el Papa Francisco–, y también querer a los demás; buscan la justicia, la autenticidad, la lealtad, el amor no interesado, la comunicación sincera; quieren la paz, y detestan la guerra y la violencia terrorista, el hambre y las injusticias tan graves que nos separan y desgarran. Buscan y quieren una sociedad nueva, una humanidad nueva, hecha de hombres y mujeres nuevos. Anhelan un estilo de vivir nuevo, lleno de sencillez, y que transparente misericordia. Buscan y quieren un mundo fraterno, de hermanos solidarios, buscan y esperan una nueva civilización del amor. Detrás de todo esto, ¿qué buscan, en el fondo, sino a Dios?”.
Hoy también me han contado una anécdota que permite vislumbrar una fotografía interior de la JMJ. Un joven desde Cracovia mandaba a su padre por whats App un mensaje que decía: “Papá, desde aquí veo todo muy claro. Te pido perdón por tantas cosas. A mi vuelta vas a encontrar un hijo distinto”. El Padre, con ojos humedecidos de felicidad, daba las gracias a su obispo de vuelta de la JMJ: “aunque no fuera así, aunque vuelva a sus trastadas, este mensaje no tiene precio, significa que lo que allí ha experimentado es algo muy grande, de un valor incalculable”.
Algún día podremos ver el álbum de las fotos interiores de esta y de todas las JMJ, el álbum de fotos de lo que la Iglesia recibe de Dios y da a los hombres, sobre todo a los jóvenes. Hasta entonces, sólo veremos retazos como estos. Pero nos basta.
