Participe en la solmene celebración en la que hace veinticinco años San Juan Pablo II bendijo la Catedral de Santa María la Real de la Almudena con mi abuelo, ya muy anciano. Aunque yo ya era sacerdote desde hacía cuatro años, no concelebré, sino que le pedí al Cardenal Ángel Suquía poder acompañar a mi abuelo entre los fieles. Fuimos andando despacito desde su casa no muy alejada de la Catedral y en uno de sus bancos esperábamos la llegada del Papa cuando entró el entonces presidente del gobierno Felipe González. Fue recibido por una parte de los fieles dentro de la Catedral, todos ellos con invitación como nosotros (no se trató de una algarada callejera), con insultos y abucheos bastante desagradables.
Mi abuelo, que podía pasarse el día entero criticando al gobierno de entonces, no daba crédito. Menos aún cuando le conté tras lo sucedido cuanto el presidente González había facilitado la terminación de la Catedral. Su indignación no le dejo ni siquiera disfrutar de la celebración aunque estaba muy contento de haber podido ver pasar al Papa Magno. Al terminar la ceremonia, de vuelta a casa, me hizo prometerle que le escribiría una carta al presidente del gobierno de su parte, mostrándole nuestra indignación por lo ocurrido, y el testimonio de que no todos los católicos éramos tan mal educados ni aprobábamos aquel abucheo.
Cumplí mi promesa, y la sorpresa fue que a los pocos días recibí una carta de respuesta con membrete oficial de La Moncloa firmada por Felipe González, en la que me decía que no me preocupase, que como todo político con responsabilidad de gobierno estaba acostumbrado a este tipo de episodios, que le diese la gracias a mi abuelo, y que en ningún momento se le paso por la cabeza que aquel abucheo fuera representativo de los católicos madrileños. Creo que fue, por su parte, un gesto que le honra, y este 25 aniversario una buena ocasión para contarlo.